El
Miércoles de Ceniza el renunciante Benedicto XVI dio algunas claves sobre la
verdadera situación al señalar que “el rostro de la Iglesia aparece muchas
veces desfigurado”, precisando se refería a las divisiones en el cuerpo eclesial.
Las
especulaciones, y hasta contradicciones, entre voceros vaticanos y
L’Osservatore Romano, el establecimiento de listados de papábiles y hasta la
apertura de las casas de apuestas sobre el presunto sucesor, pasaron a segundo
plano ante la admisión un tanto camuflada de las profundas fisuras que
atraviesan a una estructura de poder mantenida por siglos.
No
son secretos los escándalos vaticanos, desde los bancarios hasta los de
espionaje, como en el caso del mayordomo infiel filtrando documentos. La insidia
y las luchas por el poder se compaginan con la supuesta beatitud del pequeño
Estado de grandes intereses económicos y de soterradas batallas.
Ratzinger,
en este memorable Miércoles de Ceniza, puso de manifiesto la hipocresía –esa
fue la palabra utilizada- en cuanto a actuar sobre las conciencias e
intenciones propias. Quién padeció el Vatileaks sabía perfectamente de la
soledad y de la impotencia. Subrayando el individualismo y las rivalidades en
el seno de la Iglesia, creemos Ratzinger no dio muestras de impotencia o
debilidad al renunciar, más bien demostró un coraje personal más allá de lo que
se le suponía, al tiempo que daba una demostración de poder, porque dominio del
poder también se da cuando se renuncia a él.
Es
inevitable ir hasta quizás el más respetado teólogo vivo, el Hans Kung de
¿Tiene salvación la Iglesia? donde señala como causa fundamental del mal lo que
denomina el sistema romano de dominación, definido en su texto como monopolio
de poder, juridicismo, clericalismo, aversión a la sexualidad y misoginia y el
empleo espiritual-antiespiritual de la violencia, todos siempre en la base de
los grandes cismas del cristianismo.
En
otros de sus libros Hans Kung señala como el papado se fue transformando desde
el siglo XI en un ejemplo monárquico-absolutista. Es el teólogo el que lo
señala: la Iglesia está enferma y cabe preguntarse, con todos los límites y
diferencias del caso, si la enfermedad de Europa no se le asemeja. Es aquí
donde al que se señala como débil Ratzinger es posible se nos haya manifestado
como el fuerte Ratzinger, pues su renuncia rompe con lo definido como “sistema
romano de dominación”. Sobre la cabeza de todos los sucesores de Benedicto
XVI pesará este gesto.
Quizás
deberíamos dejar de lado ese cúmulo de expresiones de lugar común sobre la
humildad, admisión de limitaciones y demás hierbas que han abundado estos días,
para decir que con su gesto Ratzinger ha desacralizado el cargo de Papa y ha
realizado una acción de gobierno cuyas implicaciones veremos a la larga. Después
de una renuncia papal cualquier otra cosa es posible. Lo menos a esperar es la
Iglesia comience a deslastrarse de los vicios de poder, aunque asistamos ahora,
en lo inmediato, a los conciliábulos para hacerse con el gobierno.
Hay
un mensaje a Europa toda. No puede seguir siendo como fue. No dejan de llamar
la atención las reacciones de los líderes europeos centrados en consideraciones
secundarias y sin darse cuenta que desde el Vaticano un aparente Papa derrotado
les ha mostrado con hechos que existe una mutación profunda, que un viejo mundo
muestra los síntomas inequívocos de su erosión y que lo primero a admitir es
que ya no se puede seguir siendo como se fue.
Quizás
la referencia que hago ahora, entre decisiones trascendentales y mensajes de
una fuerza no percibida en toda su magnitud, suene un tanto inoportuna, pero la
intervención de la Secretaria General de las Juventudes Socialistas en la
reunión de su Internacional en Cascais, Portugal, tiene una relación, porque
esa chica le señaló a los líderes políticos su hipocresía, su arraigo a un
mundo que se cae, sus espaldas como respuesta a las exigencias de la juventud
europea. Beatríz Talegón, con su lenguaje propio y su indignación no
disimulada, dejó claro ante unos líderes agotados, lo que es obvio: no es sólo
la gran institución de occidente llamada Iglesia Católica la que se muestra en
agotamiento, lo es Europa toda, cuyas crisis económicas y políticas lucen
insignificantes ante lo que es su verdadero drama: una profunda crisis
existencial.
Benedicto
se va en helicóptero desde el Vaticano a Castel Gandolfo en una imagen que
recuerda como salen los presidentes argentinos caídos desde la Casa Rosada
hacia la residencia de Olivos. Ya las imágenes no disimulan el vacío.
tlopezmel@gmail.com
@teodulolopezm
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