“El triunfo de la revolución castrista es el más trágico acontecimiento de la historia de Cuba”. Carlos Franqui, Cuba: ¿mito o realidad? Memorias de un fantasma socialista.
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Consciente de la gravedad terminal de la
crisis que vivimos – una crisis de excepción que ha puesto en juego la
existencia misma de la República e incluso la pérdida de nuestra soberanía – he
creído que de ella sólo un milagro nos permitiría salir sin atravesar por una
profunda conmoción social, como la vivida el 23 de enero de 1958, incluso con
el riesgo de dolorosas pérdidas en vidas humanas, tal como sucediera el 11 de
abril de 2002. Una oportunidad tan excepcional de resolverla a fondo, pues
conjugó a la sociedad civil con el universo uniformado – tal como sucediera en
los idus que acabaron con la dictadura perezjimenista - y que no fuéramos
capaces de llevar hasta sus últimas consecuencias por debilidades humanas,
políticas e institucionales inherentes a la crisis misma.
He insistido en clarificar el significado y
la dimensión histórica de la crisis, teniendo especial cuidado en advertir que
no estamos ante un problema de buen o mal gobierno sino ante una apuesta de
vida o muerte por la existencia de la democracia misma, pues implica la mortal
confrontación de dos sistemas de vida radicalmente antagónicos: democracia
liberal o dictadura totalitaria. Hondamente preocupado por la incomprensión con
que la sociedad en su conjunto había hecho el balance de los sucesos de abril y
atribulado por las consecuencias políticas de tal incomprensión, al extremo de
encontrar fuertes y ardorosos contradictores entre las propias fuerzas
opositoras, escribí un libro, DICTADURA O DEMOCRACIA, VENEZUELA EN LA
ENCRUCIJADA, que publiqué a poco tiempo de dichos sucesos.
Para hacer más comprensible la naturaleza de
la crisis, escribí luego un ensayo CRISIS Y ESTADO DE EXCEPCIÓN EN LA VENEZUELA
ACTUAL, sirviéndome al efecto del aporte esencial de un gran constitucionalista
alemán, Carl Schmitt, acerca del Estado moderno y sus crisis de excepción.
Independientemente del servicio que ese gran pensador le brindara en sus
comienzos al nacionalsocialismo, no he encontrado mejores estudios para
explicarme las causas y orígenes de las crisis terminales en estados modernos,
que dieran paso a la revolución bolchevique y a la nacionalsocialista. Y desde
los cuales se transparentan los graves y definitorios cambios que han dado
lugar a nuevos sistemas de dominación en sociedades enfermas y desestabilizadas.
Finalmente, y sobre la base de ese
diagnóstico, he considerado que agotado el ciclo modernizador abierto el 23 de
enero de 1958, la sociedad venezolana se ha visto enfrentada a dar un salto
hacia el futuro, la modernidad y lo que, en términos genéricos aunque
insuficientes, se ha dado en llamar globalización, lo que sólo hubiera sido
posible mediante una profunda reforma de nuestro sistema democrático mediante
el consenso de todas las fuerzas vivas de la Nación. O a sufrir una regresión a
etapas ultrapasadas de nuestro decurso histórico, esa falsa forma de superación
del presente en que suelen incurrir los pueblos enfermos de infantilismo
político.
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Es el confuso, perturbador y angustioso
proceso en el que vivimos desde fines de los 80, cuando Carlos Andrés Pérez
intentara echar a andar ese necesario proceso de modernización, en solitario,
carente de todo respaldo por parte de la élite política, y ante el rechazo
colectivo de un pueblo amaestrado por el Ogro Filantrópico del estatismo populista.
Y que encontrara su prístina expresión en Hugo Chávez, comprometido con los
sectores más conservadores y reaccionarios y las fuerzas disolventes del
castrismo, que echara a andar el proceso involutivo. Enfrentada a esa
disyuntiva entre modernidad o involución, una sociedad carente de plena
identidad consigo misma y sufriendo de lo que Mario Briceño-Yragorri llamara
“crisis de pueblo”, optó por lanzarse en brazos de la regresión. La mesa estaba
servida para el más insólito proceso de auto castración sufrido por sociedad
alguna en América Latina.
A partir de entonces, el desarrollo de la
crisis ha ido consolidando sus claves idiosincráticas. La grave derrota de la
sociedad civil, portadora de los impulsos modernizadores, dio paso a la
confluencia de los dos factores que se harían con el poder y terminarían por
agudizar las contradicciones hasta el punto de la aparente anomia que hoy
sufrimos: el generalato de las FANB y el gobierno castrista. Quienes escudan su
dominio de facto usando los sectores de la izquierda radical que ofrecen su
máscara civil y administran el manejo y manipulación de las masas de respaldo.
12 años después de esa trágica derrota, y ante la práctica desaparición del
Deus ex Machina de este insólito proceso involutivo, el poder queda al desnudo:
lo detenta Ramiro Valdés, encargado por Raúl Castro de la gobernación de la
Venezuela supuestamente chavista, y le da visos de legalidad un fantoche de la
absoluta confianza de la tiranía cubana llamado Nicolás Maduro. Fenómeno de
delegación de poder que conocemos de los fantoches usados por la Unión
Soviética para dominar en Polonia, en Checoslovaquia, en Rumania y todos los
países del bloque soviético.
Luego de la estratégica derrota de la
sociedad civil del 11 de abril se sucedió la otra gran derrota que terminara
por fracturar a la oposición venezolana: el fraude consumado el 15 de agosto de
2004 tras un proceso manejado todavía tímidamente por el gobierno cubano. Si el
principal responsable de la primera derrota se llama Raúl Isaías Baduel, con la
colaboración del chavismo civil e incluso de algunas personalidades de la
llamada oposición democrática, el de la segunda fue Fidel Castro Ruz. Todavía
hay quienes no se explican la retención arbitraria y contra todo derecho del
comisario Iván Simonovis: quienes conocemos la historia de la tiranía cubana no
albergamos la menor duda. Había que demonizar de una vez y para siempre a quien
pudiera representar las ansias libertarias que en manos de la movilización
popular sacara del poder a Hugo Chávez, el hombre de Fidel en Caracas. Y
maniatar para siempre a esa alebrestada sociedad civil, que recurría a la
experiencia de la rebelión popular del 23 de enero que diera al traste con la
tiranía perezjimenista. Pues de la combinación de la acción popular y el respaldo
de los sectores constitucionalistas de las fuerzas armadas se derivará la
derrota de todo intento dictatorial y totalitario en la Venezuela
contemporánea. Desde entonces, toda acción opositora sería encarrilada a través
de la vía electoral bajo el control del CNE, convertido desde su manejo por
Jorge Rodríguez – con la anuencia opositora – en ministerio electoral del
régimen.
Luego de la ominosa derrota del 11 de abril y
la estafa del 15 de agosto, las cartas estaban definidas para siempre: el llamado
proceso revolucionario venezolano se establecería mediante al amancebamiento
del chavismo con la tiranía cubana, la alianza estratégica entre las FANB y el
Ejercito Revolucionario Cubano y la creación de una masa de respaldo popular
mediante la utilización del clásico populismo congénito del Estado venezolano
gerenciado por un partido, el PSUV, y financiada por PDVSA.
En cuanto a la oposición partidista, el
régimen no ha optado por su aniquilación, sino por su integración al sistema.
Fundamentalmente como elemento de legitimación de lo que el mundo, y muchísimos
líderes de nuestra propia oposición, consideran ser un régimen democrático. A
la cual se le ha castrado su dimensión civilista, contestaría y rebelde – su
auténtico, verdadero y único poder político –, se la ha subordinado a las
direcciones de los partidos, rebajándola a coprotagonista eventual de procesos
electorales amañados, necesariamente condenados a la impotencia. A pesar de los
aparentes triunfos numéricos, desmentidos en sus resultados prácticos.
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¿Necesito dar mayores explicaciones a lo que
fundamenta mis profundas diferencias, desacuerdos y divergencias con algunos
dirigentes democráticos, que consideran que ésta no es una dictadura, que las
elecciones se cumplen bajo condiciones ejemplarmente democráticas, que
sostienen que política es, exclusivamente, dedicarse a participar en procesos
electorales, por lo cual no tienen empacho en desconocer la ejemplar acción
política de gran envergadura que demostró en la práctica ser la única capaz de
destronar a un dictador?
Sería altamente irresponsable e injusto
acusar a dicha dirigencia de complicidad con los propósitos totalitarios del
castrochavismo. Pero sería intelectualmente inmoral no advertir sobre el papel
objetivamente estabilizador de una situación intolerable – la pérdida de
nuestra democracia, de nuestra república y de nuestra soberanía - cumplido por
quienes se niegan a comprender la gravedad histórico-existencial de la crisis
que sufrimos. Insistiendo en la desmovilización popular, la imposición de la
vía electoral y la alienación del reclamo y la protesta populares.
Ello explica las razones por las cuales me
enfrenté a la matriz de opinión, inconsciente o deliberadamente instrumentada,
según la cual sólo adolecemos de un mal gobierno, que es posible desplazar
electoralmente y que para hacerlo sólo basta con seducir a las mayorías
mediante una cara joven, aparentemente libre de toda responsabilidad en la
gestión de la Venezuela anterior al asalto de la barbarie, con un paquete de
promesas indiferenciadas de las que un sistema montado por la ingeniería
totalitaria del castrismo pusiera en práctica para movilizar a un pueblo que
hasta entonces le fuera renuente y no ser arrollado por el Referéndum
Revocatorio: las misiones.
El perverso poder de quienes mediatizaron esa
matriz de opinión y el estado de catalepsia intelectual al que hemos sido
reducidos por la inclemencia del régimen, no puso la crisis en el centro de
nuestras preocupaciones. Y eludió sistemáticamente durante la campaña presidencial
la confrontación con quien nos ha traído a este abismo y el papel jugado por la
tiranía cubana en el proceso de colonización que sufrimos. Adormeció el nervio
democrático, nacionalista y patriótico de nuestra sociedad, únicos resortes
capaces de producir un revés a esta situación de minusvalía existencial,
distrayendo a los ciudadanos hacia ilusiones necesariamente condenadas a la
frustración. Y en un acto por demás reprobable, además de darle plena
legitimidad a un proceso electoral absolutamente viciado, demonizó a quienes no
han cesado de advertir acerca de la brutal amenaza que nos acosa. Haciendo
cómplices del estado de cosas que sufrimos a los llamados “radicales y
extremistas”. Convirtiendo, posiblemente sin saber que reproducen un viejo mecanismo
de los fascismos denunciado por Hannah Arendt, a las víctimas en victimarios.
La agonía del principal gestor de esta crisis
y la desenmascarada entrega de nuestra soberanía a la tiranía cubana que su
desaparición implica, han logrado paralizar el proceso de sometimiento que Hugo
Chávez, respaldado por los Castro, llevaba a cabo. Muerto el instrumento de la
colonización, el país se abre ante perspectivas inusitadas.
¿Sabremos aprovechar la crisis aparentemente
irresoluble que la inevitable muerte de Hugo Chávez nos plantea? La respuesta
es obvia: sólo férreamente unidos, con un pueblo consciente, movilizado y con
un liderazgo patriótico armado con la verdad, decidido y dispuesto a dar la
vida por la Libertad. Es el imperativo categórico que en esta hora de
definiciones la historia nos plantea
sanchezgarciacaracas@gmail.com
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