Quería hablar de las hallacas venezolanas, de
la tradición de comerlas en familia y rodeado de amigos, del enorme disfrute
que fue el trabajo de tres días de su preparación y la ceremonia de compartir
–con quienes llegan a ayudar– la primera que sale del agua, caliente y
humeante.
Para los venezolanos, el compartir alrededor
del plato más típico de la Navidad representa unión, hermandad y fraternidad.
Pero en las noticias de este fin de semana y
para sorpresa de muchos, el presidente Chávez anuncia, luego de tanta negación
de su condición física, que está verdaderamente enfermo y que deberá someterse
nuevamente a una operación que probablemente lo mantenga alejado de sus deberes
por tanto tiempo que tuvo que pedir permiso a la Asamblea nacional y, para
sorpresa mayor, por primera vez maneja la posibilidad de quedar inhabilitado
para ejercer su cargo, por lo que tuvo, además, el atrevimiento de nombrar al
Vicepresidente Maduro como su sucesor.
La sorpresa de muchos no está en el anuncio
de la enfermedad en sí, que siempre ha sido un secreto a voces, porque a pesar
de que El Comandante había confirmado haber padecido de cáncer, había también
asegurado que no le quedaba ningún rastro de células malignas en su cuerpo,
sino en el hecho de admitir la gravedad de la misma, al punto que exista la
posibilidad de quedar inhabilitado físicamente.
Yo quiero pensar que en su muy humana
condición, su psiquis le impedía reconocer que estaba delicadamente enfermo, y
ante la posibilidad de una enfermedad terminal, sus mecanismos de defensa
mentales le impedían admitir un posible desenlace fatal a una edad que se puede
considerar temprana.
Pero yo, a pesar de considerar las
fragilidades del hombre, así como muchos otros venezolanos, exigimos de los
altos dirigentes del gobierno venezolano una información veraz, franca y
detallada de la salud de quien no es un hombre ordinario, se trata del primer
mandatario de la nación.
Pero en regímenes autoritarios, las
arbitrariedades en todos los ámbitos están a la orden de las necesidades
políticas de sus dirigentes, por lo que obviando leyes y derechos de los
ciudadanos, se permiten ocultar, negar y administrar estos a su libre albedrío.
Quería hablar de las hallacas, de la
tradición y de lo que significa para la cultura del venezolano, pero los
acontecimientos recientes se abren paso mostrando una vez más los desafueros
del régimen que encabeza el hoy ya confeso muy enfermo Comandante Chávez.
Recordando una película del célebre cómico
mexicano Titán Las aventuras de Pito Pérez, decía en uno de sus diálogos: “La
profesión de déspota es la mas fácil; primer año: curso de adulación a los
poderosos; segundo año: liquidación de las viejas amistades que nos hacen
recordar nuestro pasado humilde y creación de un supremo consejo de
lambiscones; tercer año: perfeccionamiento del delirio de grandeza; cuarto y
último año: arbitrariedades a toda orquesta”. Pareciera que el curso lo
dictarán directamente desde La Habana, a muchos de quienes en estos momentos
lideran los destinos de mi país y, lo más grave del caso es que pareciera que
obtuvieron las mejores calificaciones.
pilinleon@gmail.com
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