¿Dónde estaría hoy Hugo Chávez de haber perseverado, allá por 1997, en su llamado a la abstención electoral?
Respuesta: en cualquier parte, menos en Miraflores.
Junto con la desternillante guarimba, el llamado a la abstención es el arma más inconducente de la antipolítica, conjunto de supersticiones muy caro a la facción más desconcertada, y a la vez, más puerilmente ensoberbecida de la masa opositora.
Los llamados a la abstención no son cosa nueva, la novedad acaso esté en que por primera vez es insinuada por siglas o factores o personalidades que se ubican en el registro que va del centro hacia la derecha. Antaño, al menos ente nosotros, la abstención electoral fue bandera exclusiva de la tendencia más perdedora de la ultraizquierda.
En este instante no logro recordar un paladín de la abstención electoral más denodado, más irreductible, y, desde luego, más veces derrotado que el extinto Domingo Alberto Rangel.
¿Cómo discurrían quienes, como Domingo Alberto Rangel, predicaron durante décadas, sin
Su argumentación sonaba rabiosamente extremista, y por lo mismo, resultaba muy sexy a los oídos de los grupúsculos intelectuales y de los “vietcongos” encapuchados de la política estudiantil universitaria que le hacían eco.
Los abstencionistas de entonces ni siquiera compraban el cuento de que las elecciones son una ocasión para difundir ideas revolucionarias y para “desenmascarar el carácter de clase de las instituciones burguesas”. Nada de eso.
Opinaban, sin más, que cualquiera que fuese el propósito “táctico”, acudir a eleccciones era cohonestar las instituciones y valores de la burguesía y el imperialismo yanqui, era convertirse en auxiliar de una de los más sofisticados dispositivos de dominación que los ricos del mundo hayan urdido jamás para joder a los pobres: la democracia presentativa. Era legitimar el régimen. ¿no resulta familiar esa prédica de lo inútil que hoy intenta imponerse a los mejores propósitos unitarios y electorales de la oposición?
Derrotada la política de lucha armada a fines de1963, ala izquierda venezolana sólo le quedaba desaparecer o intentar el retorno al ruedo democrático, a lo que la jerga llamaba “política de masas” y, desde luego, a su inescapable dimensión electoral.
De hecho, eso fue lo que hizo la mayor parte de la otrora izquierda insurreccional. Algunos lo hicieron con torturados melindres teoréticos, muchos lo hicieron arrastrando los pies y con la mitad del corazón; casi todos lo hicieron con verdadero alivio. Como entre la izquierda de entonces había también políticos de pura sangre, hubo quienes lo hicieron con lúcido sentido de la realidad.
Llegados aquí, seáme lícito hacer la distinción entre “abstención” y “abstencionismo”.
La abstención es, de suyo, cosa inercial, un algo congénito, inseparable de toda democracia. Expresa muy bien a quien niega todo valor a la vida democrática, y en especial, a las elecciones, porque tiene una visión moralista y simplista de la política y los políticos.
El “abstencionismo” es otra cosa: es la postura adoptada por el político que pretende arrogarse el liderazgo de la masa que ya se ha declarado abstencionista.
He aprendido en este oficio que el cinismo no es buen consejero a la hora del análisis, en especial cuando se trata de analizar políticas radicales, emanaciones principistas de idealismo puro, como aparenta ser eso de llamar a la abstención.
Pero la única explicación que, a estas alturas, he podido darme de porqué alguien, en una coyuntura en que mucha gente está explicablemente desñanimada, opta por el llamado a abstenerse, es muy cínica.
Y es esta: se llama a la abstención cuando oscuramente se piensa que no se tiene posibilidad alguna de ganar y, al mismo tiempo, se aspira a singularzarse demagógicamente ante una indignada masa opositora, convencida, con razón o sin ella, de que ha sido víctima de un fraude, con una postura “intransigente” y “dura” que, en los hechos, no hace sino darle a la espalda a ese mismo electorado que se opone a Chávez.
Esa no es la situación que enfrenta la oposición actualmente: sus ganancias en el terreno electoral son ya ostensibles y en modo alguno justifican el desaliento, mucho menos una suicida abstencionista.
3.-
Chávez también hizo flamear la bandera abstencionista cuando salió a recorrer Venezuela, una vez hubo dejado la cárcel de Yare. Un abominador del “antiguo régimen” no podría proponer menos.
Pero aquella infatuación le duró poco: Chávez en 1998, adiferencia de Domingo Alberto Rangel en 1960, no gesticulaba como quien quiere el poder. Al contrario, Chávez ambicionaba realmente el poder.
La sola perspectiva de que sus adversarios optemos por la abstención el 16 de diciembre venidero– una política que él, como nadie, sabe perdedora – debe llenar de un infinito júbilo anticipado a Hugo Chávez.
Yo pienso que no hay que darle ese gusto en diciembre.¿Y usted?
Finalizo con un aforismo atribuído a Heine: “Perder el ánimo es irresponsable. Y, además, es inútil”.
@IbsenM
imartine@reacciun.ve.
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