Si
los presos recibieron o no helados Copelia, yo no lo sé. Tampoco me interesa.
Lo que sí es curioso es la fijación con el tema que llevó en los siguientes ocho
años a que el Presidente fomentara la instalación de una fábrica de los famosos
helados cubanos en el estado Falcón, con equipos iraníes
El
25 de mayo de 2004, con motivo del atentado del 11/3 en Madrid, los famosos
“paracachitos” caraqueños que aparecieron y fueron capturados el día de la
madre, los supuestos magnicidios develados y nunca expuestos, la fuerte presión
política para que se diese el referendo revocatorio y algunas otras cosas que
pasaron en ese mes, escribí un artículo que, al igual que hoy, publiqué en la
red de internet. El asunto que me motivó a tal cosa fue la habanera heladería
Copelia, para ese momento fuente de inspiración de paz y justicia magnánima
para el Presidente de la República, que ofreció enviarles helados Copelia,
importados de Cuba, a esos muchachos presos por haber sido capturados
infraganti en uniformes militares y con supuestas aviesas intenciones desestabilizadoras
y magnicidas.
Si
los presos recibieron o no helados Copelia, yo no lo sé. Tampoco me interesa.
Lo que sí es curioso es la fijación con el tema que llevó en los siguientes
ocho años a que el Presidente fomentara la instalación de una fábrica de los
famosos helados cubanos en el estado Falcón, con equipos iraníes. Se estableció
pues en Venezuela la heladería Copelia y así como sus magníficos helados fueron
el día de la inauguración, motivo de exquisito solaz y regocijante
esparcimiento, los días siguientes dejaron de aparecer, por falta de insumos,
dicen.
Muchas
cosas en Venezuela son así. Hoy se crean, pasado mañana se inauguran y luego,
simplemente, no sirven, no funcionan. Por ahí, en internet andan unas listas de
empresas del estado, expropiadas, asumidas, cogestionadas o generadas
exclusivamente por el gobierno, que no marchan o lo hicieron una vez y se
desinflaron.
Ahora
bien, el caso de los helados Copelia es especial. Cómo casi todos ustedes saben
o han oído, el subconsciente de los seres humanos es un impresionante evaluador
y secreto gestor de nuestras acciones. Pues bien, en este caso de los helados
Copelia, la cosas son así.
Fue
Ernst Theodor Amadeus Hoffman, un imaginativo, fantasioso y a veces macabro
escritor, que tuvo muy importante influencia en Poe y Baudelaire, y cuyo cuento
del “hombre de arena” inspiró a Delibes en la composición del famoso ballet
“Coppélia”. En dicho ballet, Coppelius es el creador de una muñeca autómata a
la que llamó Coppélia y pretendía quitar la fuerza vital a Franz para dotar así
a la muñeca de su propia vitalidad; entonces, Swanilda la novia de Franz se
disfraza como Coppélia y así engañan a Coppelius y logran escapar. Al final se
casan Franz y Swanilda, Coppelius asiste a la boda y la vida continua para todos.
Hasta que aparezca otro Franz para quitarle su vitalidad y dotar a Coppélia de
la vida que los autómatas no tienen, entretanto seguirá Coppelius fabricando
muñecos autómatas, es decir, otras Coppelias.
Es
pues claro que detrás de propuesta industrial se esconde un propósito simbólico
de obvia intención: la fabricación de autómatas. El simbolismo del helado: la
marioneta colorida pero fría, sin vida, cargada de movimientos automáticos y la
extracción forzada de la vitalidad de otros para usarla y explotarla. Son los
mitos modernos y su constante generación de arquetipos.
Pero,
¿Por qué no funciona la fábrica? El inconsciente colectivo de la comuna que
fabricaría los helados, se dio cuenta del paquete que significaba endosar ese
simbolismo al ya maltratado espíritu del ciudadano venezolano. La defensa
valiente es no hacer esos helados, al menos no con ese nombre.
Digo
yo.
La
solución, por supuesto, vendrá dada por otra forma de fabricación, como puede
ser, por ejemplo, una o dos apropiaciones o expropiaciones, o incluso
nacionalizaciones, de otras heladerías. O, quizá, sería más conveniente y
práctico, cambiar el nombre a la fábrica y hacer la fábrica en recuerdo
consciente de Beethoven y llamarla “Helados Fidelio”. De esa manera se matan
varios pájaros de un tiro: se honra al inconsciente, a Fidel y al genio de
Beethoven que dio forma musical a un drama en el que una mujer, que busca la
libertad de su esposo preso injustamente y que estaban matando de hambre, poco
a poco, disfrazada de hombre entra en la prisión como el custodio “Fidelio”. En
esa prisión hay también prisioneros políticos y todos los presos cantan con
alegría al salir libres al patio y con tristeza profunda cuando los devuelven a
las mazmorras. Al final obtienen la libertad cuando se descubre el dominio
macabro del alcaide y este es depuesto de su cargo por el ministro de
prisiones.
Se
imagina el lector comer helados Fidelio en cualquier plaza Bolívar de
Venezuela.
Imagina
usted el valor psicológico de apoyo a la justicia y a las buenas costumbres,
que significa comer un helado Fidelio: No más presos políticos, no más alcaides
corruptos y maltratadores, no más presos olvidados sin juicio y vivan los
ministros de prisiones que adecentan y cambian las costumbres.
Coma
helados Fidelio y empápese de eficiencia carcelaria.
alvarogrequena@gmail.com
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