Editorial
Por Agustín Laje
Nota de portada
El relato kirchnerista, del cual tanto
se está hablando en los últimos tiempos, no es otra cosa que un discurso que
establece distintos criterios y argumentos para interpretar la realidad en el
sentido que el gobierno pretende que sea interpretada.
El relato funciona del mismo modo que
lo hacen esos anteojos especiales que suelen brindarse en los cines para ver
películas en tres dimensiones. Éstos -al igual que el relato- nos hacen
percibir orden donde hay caos; armonía donde hay enredo. Con los lentes puestos
podemos disfrutar de la función y, más aún, entrar en contacto con la realidad
virtual que se nos propone. Sin ellos, por el contrario, la película sería
absolutamente insoportable.
Lo mismo sucede con el relato: bajo
sus efectos, la Argentina se percibe como una suerte de Disneylandia donde todo
va en marcha, y podemos gozar con comodidad la función que nos ofrece Cristina
Kirchner y su elenco. El problema, en todo caso, sobreviene cuando el poder del
relato cae por el propio peso de la realidad, y vivir en nuestro país deviene
en una operación prácticamente inaguantable.
En los últimos meses, la realidad fue
cacheteando una y otra vez los postulados del relato. A nivel político, un 13S
y un 8N mostraron que millones de personas de la clase media principalmente,
estaban dispuestas a manifestarse contra un autoritarismo creciente, en lo que
fue una de las movilizaciones más grandes de la historia argentina.
Complementariamente, un 20N puso de manifiesto que gran parte de los sectores
trabajadores eran capaces de hacer sentir también su descontento. En suma, al
relato se le escurría entre los dedos la ilusión que el 54% le había dado en
2011 de hacer del kirchnerismo “el pueblo” mismo. De lo “nacional y popular” no
queda más que un slogan desesperado. La legitimidad de ejercicio se antepuso a
la legitimidad de origen.
A nivel social, distintos informes han
demostrado que la pobreza supera al menos en tres veces el 8% que admite el
gobierno. Ha quedado claro, asimismo, que la inseguridad no es una sensación
como sostuvo el relato, sino una fatal realidad: en 2011 el Poder Judicial
señaló que los homicidios habían aumentado un 13% en Buenos Aires, y los
crímenes en general vienen en sostenido crecimiento. Las cifras al cerrar 2012
mostrarán un panorama todavía más sombrío.
A nivel económico, el “modelo”
continúa haciendo aguas por todos lados y la excusa de “el mundo se nos vino
encima” ya no convence a nadie. En efecto, en América del Sur la combinación de
estancamiento económico y alta inflación es un problema que sólo tenemos los
argentinos, mientras nuestros vecinos continúan creciendo con vigor,
manteniendo sus precios controlados.
Al cerrar este año, todos los países
de la región proyectan un crecimiento de su PBI que va del 2 al 6 por ciento
dependiendo el caso (Chile y Perú van a la cabeza). En Argentina, mediciones
serias aseguran que difícilmente se alcance el 1%, con una inflación que ya ha
superado a la de Venezuela, que hasta hace poco era la más alta del continente.
Parece ser que el mundo sólo se cayó encima de la Argentina, porque nuestros
vecinos continúan en carrera.
Como vemos, el relato ha sido como el
traje invisible del rey en el famoso cuento de Hans Christian Andersen,
titulado “El nuevo traje del emperador”. La diferencia es que aquí, en
Argentina, continuamos esperando que alguien le haga entender a la reina, de
una vez y por todas, que está desnuda.
noticias@laprensapopular.com.ar
agustin_laje@hotmail.com
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Es que CK pertenece al grupo de los niños Índigos, pero no lo sabe.
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