Mucho se ha hablado de Chile y Pinochet
durante los últimos casi 40 años. Sin embargo, no hay discusión en el sentido
de que ese país ha sido el precursor de las reformas que años después
implementaron la mayoría de las democracias del mundo para salir del terremoto
que produjo la era Keynesiana de la pos guerra. Eso fue lo que convirtió a
Chile en el ejemplo de América Latina, mientras el resto todavía lucha por
sobreponerse a sus herencias revolucionarias y a sus perfectos idiotas
latinoamericanos.
El ejemplo más patético del fracaso de las revoluciones proletarias del Siglo XX tal vez sea Rusia, aunque nuestro México no se queda muy atrás. Hagamos pues un ejercicio intelectual involucrando a estos tres países.
Desde la caída de la Unión Soviética, Rusia inició
un esfuerzo sobrehumano para encontrar la ruta de recuperación del infierno
creado por 70 años de comunismo. Entre las acciones audaces del Presidente
Putin, al inicio de su primera administración invitó a su país como asesor a
José Piñeira, uno de los arquitectos del milagro chileno. “Lo que Rusos
necesitaba a principios del siglo XX” afirma Piñeira, “no era la revolución
Bolchevique sino una estilo americano, en lugar de Lenin, lo que necesitaban
era un Jefferson.”
Ante una selecta audiencia de intelectuales,
académicos, políticos en Moscú, Piñeira
describió cómo el modelo de apertura comercial y mercado libre chileno le
permitió al país crecer a un ritmo promedio de 8% de 1984-2010, reduciendo el
número de gente viviendo en la pobreza de 45% a un 15%. El modelo también
liberó las fuerzas que finalmente le trajeron la democracia liberal y el estado
de derecho. El afirma que el secreto de Chile fue el grupo de forjadores de las
políticas que le dieron vida a “el milagro chileno,” no la bota de Pinochet.
Debido a los paralelos entre México y Rusia, consideramos los consejos de
Piñeira para Putin, igual de válidos para Peña Nieto.
Después de pulsar la situación de Rusia, el
economista chileno le afirmó a Putin cómo los esfuerzos de su gobierno se deberían
de concentrar en establecer una reforma
similar a la de Chile con especial énfasis en cuatro campos: La privatización
del sistema de pensiones, una reforma fiscal integral, un programa más radical
de desregulación, y el reemplazo del Rublo por el Euro.
No hay una forma más efectiva para promover
libertad, la responsabilidad y sobre
todo la creación de un mercado de capitales que permitiéndole a la clase
trabajadora el retener y manejar sus ahorros en vez de dárselos al gobierno.
Como la mayoría de los países del mundo, el sistema de pensiones de Rusia
estaba a punto de la quiebra y tarde o temprano debería ser reformado.
Inflación, impuestos y mal manejo, estaban dejando a los rusos en la calle
antes de sus retiros de la fuerza de trabajo. Piñeira propuso el mismo programa
de privatización implementado en Chile.
El impacto más importante de dicha reforma,
es la creación de trabajadores propietarios que favorecen una economía de
mercado en donde se les incluya. Esto puede provocar un círculo virtuoso en el
que los trabajadores inviertan en el mercado de capitales, ese mercado se
consolide, y los mercados invirtieran en Rusia a medida que se desarrollaban
los sectores financiero y corporativo.
El estado Ruso, en su joven vida republicana,
había establecido un sistema impositivo criminal para su economía. Piñeira
recomendó un solo impuesto fijo al valor agregado sin excepciones. Esto
promovería la creación de empleo, las inversiones y un sector privado más
transparente puesto que para las empresas sería más fácil cumplir, que el
simplemente no pagar sus impuestos. Al tener más empresas operando
abiertamente, sería también más fácil para los bancos, domésticos e
internacionales, el ofrecer crédito contando con formas confiables de analizar
las situaciones financieras de las mismas. La economía del país se vería
vigorizada de una forma impresionante, haciendo más fácil la labor del estado
para concentrar su labor en la protección de la sociedad y no de empresas
ineficientes.
La economía rusa todavía es dominada por
monopolios estatales y empresas de los oligarcas protegidas (¿suena familiar?).
Una desregulación agresiva que incluyera la libre participación de firmas rusas
y extranjeras en los diferentes sectores, así como la eliminación de gran parte
de sus trámites burocráticos, el tamaño de su burocracia y terminar con las
privatizaciones, le daría al país la clase de competencia que requiere su
economía para hacerla efectiva.
Esta desregulación le daría también
transparencia en sus estándares contables y sus prácticas legales. De esa forma
el sistema financiero canalizaría con eficacia recursos de ahorro a las
actividades productivas. Permitiría que las firmas ineficientes quebraran
generando incentivos para competir, logrando de esa forma una asignación más eficiente
de recursos al establecer una verdadera economía de mercado regida por oferta y
demanda fluyendo libremente.
En la Rusia actual no habrá economía, sistema
financiero o sector privado que funcione, a menos que se lleve a cabo una
reforma monetaria integral. El récord del Banco Central de Rusia es desastroso.
Desconfianza, altos periodos de inflación, devaluaciones y el colapso del
sistema financiero después de que el Banco había gastado más de 10 billones de
dólares en su fallado intento de rescatar el rublo. Para salir de este círculo
vicioso, Piñeira recomendaba adoptar el Euro como la moneda común de Rusia.
Esto también le daría a la gente la
posibilidad de hacer planes a futuro y estimularía la creación de mercados de
crédito a largo plazo, incluyendo hipotecas que en aquellos momentos no
existían. Con el Euro, un sector bancario liberalizado e integrado al sistema
financiero internacional, y una competencia domestica profesional, le
permitiría a Rusia el usar sus ahorros y los del mundo para propósitos
productivos. No hay duda de que la inversión extranjera fluiría en cascada con
una moneda fuerte.
Sin embargo, dado el fracaso del Euro y el
dólar hacia la misma dirección, para México la recomendación debería ser el
adoptar un peso ligado al oro o a la plata. De un solo golpe México adaptaría
una moneda fuerte, podría reducir sus intereses y le daría a millones de
inversionistas domésticos e internacionales seguridad en sus transacciones.
Atacando estos cuatro sectores, afirmaba
Piñeira, Putin podría iniciar su propia revolución y, removiendo esos
obstáculos artificiales al crecimiento, desataría la energía creativa de los
rusos para que edifiquen su futuro. Si no lo hace, Rusia tendrá que esperar el
que la próxima generación tome el mando, mas no sabemos si la presente estará
dispuesta a esperar. “Cualquier parecido de lo anteriormente descrito con la
realidad mexicana, no es coincidencia, es el producto de haber seguido las
mismas políticas destructoras en ambos países durante 70 años.”
Por lo mismo, Presidente Peña, aunque no es
una receta completa para México, las soluciones deben ser sobre la misma línea.
Twetter@elchero
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