Venezuela ha
transitado de un sistema de elecciones competitivas a otro de elecciones
controladas, que podríamos llamar refrendario o convalidatorio, en el que no se
elige nada, ni personas, ni cursos de acción, sino que se ratifica un poder ya
establecido y las orientaciones que ya han sido decididas por otros en la
trastienda.
En verdad no importa
cómo vote la gente porque el CNE, vocero del gobierno, puede anunciar lo que le
dé la gana y hay que aceptar ese resultado como un auto de fe, puesto que el
mayor esfuerzo se ha puesto en hacerlo hermético, inexpugnable a verificación
imparcial y por tanto inmune a toda refutación documentada.
Otro elemento de la
escenografía que no puede causar sino perplejidad es la extrañísima unanimidad
que se teje ante estos resultados, que no son objetados, discutidos, siquiera
contrastados sino que son “palabra de Dios”, como si algo emanado de este
régimen mereciera el menor crédito.
Este patético
espectáculo que recuerda los procesos de Stalin, en que los procesados se
acusaban con más vehemencia que los mismos fiscales y alababan a los verdugos
que los iban a ejecutar, nos revela que el totalitarismo conserva cierta
eficacia, a pesar de las catástrofes humanitarias que protagonizó en el siglo
XX.
Son las víctimas del
proceso quienes claman con más fuerza que no fueron atropelladas, que todo es
prístino e impoluto, que ésta es la democracia más perfecta; pero cuidado, que
la forma obsesiva en que se repite que no hubo fraude pone sobre el tapete que
el asunto es discutible y si no lo fuera, ¿a qué viene tanta insistencia?
Los que no aparecen
por ninguna parte son los que siempre tuvieron razón, predijeron exactamente lo
que iba a pasar y no participaron en el simulacro electoral. Otra vez han
desaparecido bajo la sombra de las “dos Venezuelas”: los que no son gobierno ni
oposición sencilla y democráticamente, no existen.
La primera reacción
es del sentido común: Una de las tragedias del nacionalsocialismo es que su
máxima según la cual una mentira repetida mil veces se convierte en verdad,
resulta ser completamente falsa.
Que una constelación
de mentiras se imponga por la fuerza y que todos aparenten aceptarla por las
razones que sean (cálculo político, comodidad o cobardía), no modifica ni un
ápice la realidad, sino que crea una ficción paralela, típica del socialismo;
pero al fin y al cabo la realidad pasará su factura.
El vencimiento de la
factura es cuando se diseñan políticas públicas y líneas de acción basadas en
falsedades, entonces habrá que pagar a un cobrador inexorable. Para decirlo
gráficamente: nadie debería lanzarse de cabeza en una piscina porque Tibisay
Lucena le diga que está llena. Y si lo hace, seguro que la temeridad tendrá sus
consecuencias.
La segunda reacción
es del pensamiento: No existe ninguna filosofía que postule ni hay pensador que
recomiende burlarse de la gente, que aplastar y humillar al prójimo sea un
negocio seguro. Quien tome ese camino cosechará los frutos que haya sembrado.
Como dirían los
niños, únicos capaces de ver al rey desnudo: “La tramposería sale”.
PRUEBA DIABÓLICA
Otra vez sale a
relucir el viejo argumento de las “pruebas”, el preferido de los abogados que
saben el peso de “la carga de la prueba” en hombros de las víctimas. Dicen que
no hay pruebas fehacientes del fraude; si existen las tales pruebas nadie las
ha exhibido; si hubieran sido exhibidas que, bueno, esa es su palabra contra la
del CNE, que goza de una presunción de veracidad y por ahí nos vamos.
Lo cierto es que la
fuerza de una prueba depende de que se quiera ser convencido, porque hay gente
absolutamente impermeable a toda prueba. Para algunos bastó que el referéndum
revocatorio de 2004 se convirtiera en “ratificatorio”, gracias a la súbita
intervención de las maquinitas traganíqueles Olivetti; y luego, en las
inmediatas elecciones parlamentarias de 2005, al retirarse la oposición, la
abstención llegara al 80% del electorado. ¿Cómo es esto posible si el régimen
tenía holgada mayoría?
Hay multitud de
trabajos académicos, serios y documentados, muchos publicados en revistas
internacionales arbitradas, en su mayoría disponibles en Internet; pero hay que
hacer un esfuerzo y pocas personas están dispuestas a hacerlo. Es más fácil
atenerse a las matrices de opinión creadas por los opinadores de oficio, las
encuestadoras tarifadas y el aparato comunicacional del régimen que nadar
contra esa corriente.
Otro argumento es que
no hay razón para creer que un régimen como éste no pueda ganar unas elecciones
limpiamente, sin necesidad de fraude, es decir, que si tenga la mayoría; pero
en ese caso debería hacer elecciones transparentes, no a través de esa caja
negra que es el CNE. No actuaría con “acompañantes” cómplices y sin
“observadores” imparciales.
Lo cierto es que los
resultados son inverosímiles, matemáticamente inconsistentes, estadísticamente
imposibles, psicológicamente esquizofrénicos y sin correspondencia con ninguna
lógica, por lo que producen consternación en la gente normal.
No vamos a detenernos
en los que suscriben el discurso oficial según el cual éste es “el gobierno de
los pobres” y que los pobres son mayoría, porque eso es como decir que el
partido comunista es el partido de los
obreros, aunque nunca se haya encontrado ningún obrero dirigiendo ningún
partido comunista histórico que haya sido gobierno.
Esta también es una
de las maravillas del discurso socialista, que ha podido ocultar lo que está a
la vista, por ejemplo, el carácter militar de la dictadura de los hermanos
Castro; pero la sabiduría popular cubana ha sabido signar a Raúl Castro con su
título para la historia: “Un general sin batallas y presidente sin votos”.
La verdad, éste no es
ningún gobierno de los pobres, ni tiene nada que ver con los excluidos, porque
los jefazos militares nunca han sido pobres ni jamás han estado excluidos, muy
por el contrario, siempre han sido los dueños de todo. Otro tanto se puede
decir de la plantilla que ahora usufructúa el poder: son la gente más rica del
país.
Es muy fácil cometer
tropelías y después echarles la culpa a los pobres, que no tienen nada que ver
en el asunto, con lo que se une el escarnio a la injusticia.
Pero el fondo del
argumento es justificar la tiranía con la omnipotencia de la mayoría.
LOS LÍMITES DE LA MAYORÍA
Una de las falacias
más extendida en Venezuela es la de que la mayoría sirve para todo, hasta para
saltarse no sólo la constitución y las leyes sino también la lógica, el sentido
común y toda racionalidad.
Cada vez que el
régimen se encuentra en un atolladero constitucional recurre al viejo argumento
jesuita de que “hay que preguntarle al pueblo” y si el pueblo dice, bueno,
entonces eso está bien.
Por ejemplo, el
artículo 6 de la constitución dice en sus Principios Fundamentales que el
gobierno de la república “es y será siempre alternativo”, pero se va a un
referendo para establecer el continuismo, la reelección indefinida.
Referendo que ni
siquiera podía hacerse porque el artículo 74 dice que “no podrá hacerse más de
un referendo abrogatorio en un período constitucional para la misma materia”; y
el tema de la reelección indefinida ya había sido propuesto y rechazado con el
“no” en el referendo constitucional de 2007.
En su artículo 330
establece que los integrantes de la Fuerza Armada Nacional en situación de
actividad tienen derecho al sufragio de conformidad con la ley “sin que les
esté permitido optar a cargo de elección popular, ni participar en actos de
propaganda, militancia o proselitismo político”.
Ocurre que comandante
en jefe es un cargo creado e incorporado a la ley orgánica de las fuerzas
armadas, por lo que el susodicho comandante es un militar en situación de actividad
y no puede optar a cargos de elección popular, según la constitución.
Esto por no insistir
en que las FAN constituyen una institución “sin militancia política”, que está
al servicio exclusivo de la nación “y en ningún caso al de persona o parcialidad
política alguna”.
La constitución del
61 decía “apolítica” y “no deliberante”, términos que elimina la del 99; pero
curiosamente dejó entre sus pilares fundamentales la “obediencia”, al lado de
disciplina y subordinación. Ahora bien, no se puede ser obediente y deliberante
a la vez.
No hay mayoría que
enmiende estos entuertos, como hacer existente en el mundo jurídico lo
manifiestamente inconstitucional. El verdadero problema es establecer qué pasa
cuando la constitución es “un pedazo de papel mojado”, como dicen los
socialistas.
Una vez más hay que
atenerse al veredicto de la realidad, a ver qué nos dice.
VOCES DESDE LEJOS
Basta pasearse por
Caracas el 8 de octubre, casualmente, “día del guerrillero heroico” que nadie
recordó conmemorar. La ciudad estaba sumida en el más profundo silencio y
estupor, para lo que no pueden requerirse pruebas porque está a la vista
incluso de quien no quiera verlo, porque la densidad del ambiente podía tocarse
con la mano.
Así como no puede
negarse la uniformidad en aceptar e incluso alabar los resultados, precisamente
por los supuestamente más afectados por ellos, lo que no es consistente con
ninguna psicología normal de las reacciones humanas comprensibles.
Desafortunadamente
para los socialistas de uno y otro lado, ya los teóricos políticos han dejado
escrito que cuanto más amplias son las mayorías y cuanto más se acercan a la
unanimidad, tanto más surge la sospecha de que la expresión del voto no ha sido
libre.
La uniformidad de las
opiniones sólo puede conseguirse bajo la tiranía y mientras más absoluta tanto
más unánime es, no digamos la casta política, sino incluso la población. Lo que
se refleja en ese espejo no es la imagen de una sociedad libre, como Corea del
Norte, que es a lo que nos aproximamos.
Otro testimonio lo da
la resistencia a aceptar la mentira que se escurre por todas partes, a despecho
de quien la diga y quien la refrende. Hay algo que carcome la conciencia, que
causa disconformidad hasta al más crédulo, que dice: “No puede ser, no puede
ser”. ¿Por qué la verdad sigue sugestionando la conciencia de los seres humanos
y la mentira, aunque sea confortable, no la deja tranquila?
Mucho antes de las
elecciones el canciller del Brasil, un señor de apellido Patriota, había
sentenciado que las elecciones en Venezuela serían “transparentes y creíbles”,
es decir, precisamente lo que no son. Pero ¿por qué ese énfasis en lo de
“creíbles”? Eso no se predica de las elecciones de Brasil ni de ningún lugar
del mundo, que puedan creerse.
El dictador de
Bielorrusia Alexander Lukashenko es más brutal, dice que: Chávez “es un hacha”
(hay que entender lo que significará eso en bielorruso); pero más claro: “Hasta
nosotros tenemos que aprender de estas elecciones”.
En cambio, todos los
países civilizados felicitan “al pueblo venezolano”, pero no al tirano. El
comunicado de la Unión Europea es un modelo de lenguaje diplomático,
interpretado por la prensa como felicitación en realidad decía lo siguiente:
“He tomado nota de la victoria de HC en las elecciones presidenciales y me
gustaría felicitarlo por su reelección”. Le gustaría hacerlo, pero no lo hizo,
como que a alguien le gustaría besar a Catherine Ashton no significa que la
esté besando.
La UE pide “reforzar
las instituciones del país” (será que están débiles); y “promover las
libertades fundamentales” (será que no se promueven).
Otra tragedia del totalitarismo es que pone en la unanimidad la condición sine qua non de su sobrevivencia y la conciencia humana no la permite, no está hecha para eso.
lumarinre@gmail.com
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Consejos mediáticos para manenar una derrota política
ResponderEliminarPor Héctor J. Héreter
San Juan, Puerto Rico
18 de octubre de 2012
La palabra DERROTA pone a temblar a muchos, principalmente a los políticos que andan en estado de negación constante durante un proceso comicial y por tanto jamás consideran diseñar una estrategia mediática a fin de no perder a sus seguidores que depositaron la confianza en ellos bajo la promesa de lograr el triunfo.
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