Un par de días antes de que el resultado de las elecciones presidenciales fuese cantado debía escribir mi columna regular para la edición de TalCual del lunes 8 de octubre. Lo hice felicitando a Henrique Capriles Radonski por su triunfo. Ese viernes 5 me sentía vencedor a pesar de signos y guarismos que gritaban lo contrario.
Yo ansiaba que el domingo 7 terminase mi racha perdedora como elector; la última vez que había votado por un candidato ganador fue por allá en las elecciones presidenciales de 1988. Tengo perdida la cuenta de los lustros desde que quiero tener un país digno, justo y solidario; pertenecer a una Venezuela culta y moderna. Pensé que con Capriles podía empezarse a hacer realidad ese sueño sempiterno. La columna no llegó a aparecer cuando le correspondía, gracias al buen tino de los editores.
En teoría, ahora debería saludar al vencedor, pero me niego a hacerlo. No se lo merece. Chávez es y ha sido un pésimo gobernante que se salvó porque la mayoría del pueblo no le quiso cobrar una vez más el rosario de errores, omisiones, desafueros y tropelías que tiene en su haber. Como contrincante abusó groseramente de un poder del que no podía disponer, siendo avieso, retorcido y perverso. Como candidato se burló de sus electores presentándoles un programa de gobierno necio, los trató como pajes de su comparsa o menesterosos sujetos de su largueza. Aunque pareciera que las propuestas del socialismo del siglo XXI mantienen cautivos a una mayoría de los compatriotas, es obvio que Chávez no logró capturar la imaginación ni el corazón de los venezolanos. Cuenta con quienes todavía siguen creyendo en él y, entre los más necesitados, a quienes pudo y supo extorsionar.
La campaña electoral de Henrique Capriles Radonski fue, por el contrario, impresionante. Sin duda alguna, la mejor campaña presidencial que he vivido en mis 66 años. Nadie en la Cuarta ni en la Quinta República había recorrido al país de un extremo al otro tantas veces y dando a conocer todos los rincones de su pensamiento. Él supo leer al país y lo aprehendió bien. En apenas seis meses pasó a ser de un líder local o regional a uno de alta estatura: un estadista.
El "flaquito" como lo conoce ahora su pueblo dedicó todas sus energías a patear casas, pueblos, municipios, ciudades y estados predicando el credo de la unidad, la democracia y el progreso. La propuesta de progreso que propulsó Capriles caló y quedó sembrada entre mucha, pero muchísima gente que vio en él la posibilidad de enrumbar al país por un nuevo sendero. Su estrategia de contacto directo le funcionó muy bien.
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