En
las obras de Shakespeare sale más de un bicho maluco. Pero, a mi manera de
ver, la palma se la lleva Ricardo III. El
tipo es capaz de todas las artimañas y fechorías con tal de conseguir el poder mantenerse en él. ¿Les suena?
Encuentra una
justificación a toda maldad que realiza. Y la disfraza con fines nobles, que es
lo peor. ¿Les vuelve a sonar? No le basta con ser duque y hermano del rey Eduardo
IV: quiere el puesto de este. Y comienza las estratagemas poniendo “en la mala”
al hermano que por ser mayor tiene precedencia
en la sucesión. Hace que Eduardo lo encierre en la Torre de Londres. Y ya
allí, Ricardo contrata a unos sicarios para que lo ahoguen en un tonel de
malvasía. Y después, tiene el tupé de ¡ponerse a cortejar a la viuda cuando ambos
van detrás de féretro hacia el cementerio!
Cuando
Eduardo muere, sus hijos son menores. Ricardo, entonces, se erige en “protector
del reino”. Y hace que estos no alcancen la mayoría: los encierra y los hace
desaparecer. Se deshace también de los pares del reino que no son sus
partidarios. A cualquiera que abra la boca para denunciar las tropelías se los
pasa a sus jueces. ¿Les suena? Hasta que, ¡al fin!, —por aquello de que a cada
cochino le llega su sábado— la justicia impera cuando es vencido en la batalla
de Bosworth y muere. No sin antes clamar, casi que con berridos, aquello de: "¡Un
avión que me lleve a Cuba!” ¡Perdón!, me equivoqué. Lo que brama es: “¡Un
caballo, un caballo, mi reino por un caballo!" Porque los malucos tienden
a ser cobardes. Disponen de las vidas de los adversarios como si nada fueran,
pero las suyas las estiman sobremanera…
Otro
ávido de poder ilimitado es Macbeth. Shakespeare escribió su tragedia para el
teatro, y Verdi, admirando la fuerza del relato del inglés la convirtió en una ópera.
En ambos casos, las
escenas son lúgubres para hacer juego con las torvas intenciones del
protagonista. La violencia y los
asesinatos por encargo aparecen a menudo. No importa que la
nación vada
in fiamme, e in polve cada (Vaya en llamas y en
el polvo caiga). Lo que les importa es mantenerse en el poder. ¿Les suena?
Macbeth
y Banquo son dos generales de el rey de Escocia que regresan de una campaña y
se encuentran a tres brujas que profetizan que Macbeth será ennoblecido y luego
llegará a rey, y que Banquo no llegará a ser rey pero sus descendientes lo
serán. Macbeth, deseoso de apurar el cumplimiento de la profecía, asesina al
rey mientras duerme y se apodera de la corona. Pero, queda un obstáculo por
allanar: los paleros, ¡perdón!, las brujas habían profetizado que el reino iría
a parar a la dinastía de Banquo, por lo cual Macbeth decide hacer matarlos a él
y a su hijo. Logra lo primero, pero el hijo logra huir. Como el fantasma de
Banquo se le aparece, decide volver a consultar a las brujas. Estas le dicen
tres cosas: que tiene que cuidarse de Macduff; que nadie nacido de mujer podrá
hacerle daño, y que sólo será vencido cuando el bosque de Brinam se mueva hacia
Dusinane. Regresa a palacio alertado de lo primero, y tranquilizado por las
otras dos profecías. Allí se entera de que Macduff se ha unido a Malcolm y están reclutando un
ejército. En venganza, hace asesinar a la esposa y los hijos del primero.
Al final,
Macduff y Malcolm atacan a Macbeth. Antes, al pasar por el bosque de Birnam,
ordenan que los soldados corten ramas de los árboles y las utilicen como
camuflaje mientras avanzan hacia Dusinane. Macbeth se enfrenta con Macduff sin
temor por lo que le informaron las brujas. Y se lo informa: “Le potenze presaghe han profetato: ‘Esser
puoi sanguinario, feroce; nessuno nato da donna ti nuoce’ (…) Raffermar sul
trono Questo assalto mi debe” (los poderes del presagio han profetizado:
'puedes ser sangriento, feroz; nadie nacido de mujer puede dañarte' (...) Reafirmarme
en el trono este asalto debe). Pero, para su sorpresa, Macduff le contesta que
su madre murió una hora antes de que él naciera y que los médicos habían tenido
que realizar una cesárea para mantenerlo con vida. Le da matarile. Y el coro de
mujeres canta:
“Salgan
mie grazie a te (…) A chi ne liberò, Inni cantiam di gloria” (Broten mis
gracias hacia ti (...) A quienes liberaron, himnos cantemos de gloria)...
Y se acabó el espacio. Esto, usando las palabras del bardo, fue “a tale told by an idiot, full of sound and
fury, signifying nothing” (un cuento contado por un idiota, lleno de ruido
y furia, que nada significa.
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