No es agradable oír o ver los
numerosos programas de opinión política en los cuales se establecen
conclusiones respecto a los resultados electorales que arrojó el CNE. Principalmente cuando sabemos que ninguno de
los comentaristas o analistas que en ellos se expresan confía en él.
De manera
que juzgar a través de esas informaciones la participación o el comportamiento
político o las características y tendencias electorales de un determinado
sector de la población no puede tener ninguna validez.
O creemos o no creemos en el sistema
electoral. Si no creemos, como la mayoría opositora expresa, entonces debemos
comportarnos de acuerdo a ello. Aceptar sus números electorales como base de la
discusión política, es un absurdo que nunca nos llevará a nada, pues el
establecimiento de posiciones, estrategias o el diseño de nuevas actividades
siempre estará divorciado de la realidad y eso sólo nos puede conducir al
fracaso, que es a lo que apunta el régimen.
Esta paradoja que nos acompaña desde
el fraude del Revocatorio del 2004, de negarlo sin olvidarlo, para no estimular
la abstención, es algo así como el viejo chiste de aquel señor que decía haber
superado los problemas de una incontinencia intestinal con un sedante que no lo
curaba, pero que le evitaba la angustia y la vergüenza que antes sentía al no
poder controlarla en público.
Todos llevamos la sensación del fraude
electoral en nuestras mentes. Siempre nos preguntamos, mientras esperamos los
resultados, cómo los estarán modificando. Nos imaginamos al dictador golpeando
las paredes mientras recibe de Tibisay las cifras que lo amenazan y ordenando
el necesario reacomodo por que la revolución no puede ser derrotada, o la
transmisión de datos a algún servidor, muy probablemente en Cuba, donde en
milésimas de segundos un pequeño programa se encarga de una conveniente
redistribución automática que lo resguarda de ese tipo de ataques, etc.
Y es que a eso nos han llevado. Hemos
sido despojados de nuestras convicciones democráticas. Nos han hecho aceptar
aquella ridícula “estrategia de la rendija” que definió un líder de oposición
pocos meses antes del Revocatorio de 2004: “nos han cerrado los espacios, pero
por cualquier rendija entraremos”. ¡Por Dios! ¡No! Los ciudadanos venezolanos
no estamos para rendijas. Tenemos todo el derecho del mundo, como el más
humilde ciudadano de cualquier país democrático y libre, al más amplio espacio
de ejercicio político, y a todas, absolutamente a todas, las garantías de
ejercicio de nuestros derechos de elegir y revocar como lo establece nuestra
Constitución. Todo acto de constreñimiento de estos derechos es ilegal y
anticonstitucional.
La transparencia electoral es
inherente a la democracia. Una no existe sin la otra. El acto de depositar el
voto y su secreto debe estar garantizado por el Estado en forma absoluta, y
debe ser el resultado de un proceso preparatorio cristalino en el cual figura
originalmente el registro electoral. Este debe ser público, de acceso fácil,
rápido, inmediato, sin límites, para todos los ciudadanos. Toda obstaculización
a su acceso, incluyendo aquella decisión del TSJ, de “invasión a la privacidad
“es ilegal, pues conspira contra el elemento principal de la constitución de la
sociedad sobre el cual se funda el derecho a elegir: quiénes somos, cuántos
somos, donde estamos.
Pues bien, los venezolanos no
conocemos el REP. El CNE dice haberlo entregado a los partidos. Pero nosotros,
la gran mayoría ciudadana, ¡no lo conocemos! ¡no nos lo han enseñado¡ Hay
obscuridad en esto. No hemos visto acción política dirigida a subsanar esta
antidemocrática violación.
Con respecto al voto, en los procesos
manuales el ciudadano escoge su voto y lo deposita en una caja transparente que
luego es abierta, y las papeletas contadas públicamente, una a una, e
inmediatamente anotadas en una pizarra visible a todos, en presencia, incluso,
de medios de comunicación públicos y privados. Esto ya no existe. Fuimos
despojados de ese derecho a tener la certeza absoluta de que nuestro voto
estaba allí y fue contado, y que nuestra presencia, nuestra voluntad y nuestra
opinión tuvieron una significación concreta para el futuro del país. Ahora el
CNE transforma nuestra opinión en una señal electrónica que no comprendemos y
la envían a través de cables a un sitio secreto donde se va sumando a otras
señales, en unas máquinas que no entendemos, manejadas por unas personas que no
conocemos y que no podemos ver, y que luego de un tiempo inexplicablemente
largo nos informan como resultado de un sistema tecnológico avanzadísimo, unos
números indiscutibles que hasta ahora sólo han generado mucha desconfianza y
nada de tranquilidad democrática. Aunado a esto, la posibilidad de observar el
transcurrir de los escrutinios, con sus altas y bajas, factor importante a la
hora de juzgar las tendencias por medio de encuestas a boca de urna, a lo cual
tenemos derecho absoluto los ciudadanos, ha sido eliminada por un CNE
capciosamente más interesado en esconder que en mostrar y que escamotea a los
ojos de la ciudadanía las rapidísimas e inexplicadas variaciones que por lo
general en horas de la tarde han ocurrido en todas las elecciones.
Si a lo anterior sumamos las
captahuellas, muy útiles para informar al régimen a quienes buscar una vez
comprobada su ausencia para hacerlos votar e infundir temor, deberemos concluir
que este sistema electoral es contrario a los intereses ciudadanos, no es transparente, está fundado sobre un registro
electoral que se nos ha arrebatado, y
por lo tanto dolosamente modificado, útil para el poder imperante a la hora de
su seudolegitimación ante el país y el mundo.
Es a través de este sistema
ventajista, abusivo, obscuro y manipulador como esta dictadura se ha revestido
con ropaje democrático ante el país y el mundo. El mismo en el que participamos
recientemente para ratificar un sistema autoritario de destrucción nacional y
el mismo que ahora nos exige cumplir con el mismo viejo rito de
seudoreligitimación en diciembre próximo de este ya demasiado triste año para
el país.
Se ha despertado así, nuevamente, el
nunca ausente rechazo al fraude. El ascenso que inexplicablemente, dado lo
expuesto, esperanza a muchos de nuestros políticos de oposición a cargos en
gobernaciones, está en vilo. Mientras muchos expresan por radio, TV, o las
redes sociales la disposición a votar, muchos otros se niegan a ello. La MUD
debe solucionar ese problema. Ya no vale aquello de que estamos “blindados”.
Hubo una tremenda derrota que ni Capriles ni el pueblo merecían, y llegó la
hora de hablar claro y con fuerza: ¡hay que democratizar el sistema electoral!
es decir, hacerlo transparente, accesible y seguro para lograr una asistencia
multitudinaria a las elecciones de diciembre próximo. Las metas deberán ser:
1.
la revisión pública y publicación del
Registro electoral de forma convincente,
2.
el conteo público inmediato al cierre de las
votaciones, de todas las cajas de votación, paralelamente con el funcionamiento
del sistema digital de votación legalmente establecido,
3.
la presencia de los medios de comunicación,
4.
la asistencia de verdaderos observadores
electorales nacionales e internacionales,
5.
la ejecución, como en toda democracia
respetable, de encuestas a boca de urna,
6.
la limitación del Plan República a acciones
de vigilancia en las afueras de los centros,
7.
la garantía tangible y pública de los
testigos de la unidad democrática en todos los centros de votación del país y
8.
la eliminación de las máquinas captahuellas.
Es decir, volver a unas elecciones
verdaderamente democráticas.
Alejandro Pietri C.
alejandropietri@gmail.com
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