¿Podría efectivamente una victoria electoral redundar en una derrota para la democracia, tal como reza el título de esta columna de opinión? Adicionemos complejidad a este interrogante suponiendo, además, que se trató de una elección sin fraude. ¿Podría la voluntad de la mayoría dañar la democracia?
Admito que éstas son preguntas que pueden causar cierto desconcierto por parecer contradictorias en sus propios enunciados. Particularmente, podrían hacer ruido en aquella concepción limitada de la democracia que la define simplemente como “gobierno del pueblo” o “gobierno de la mayoría”. En efecto, para estas concepciones la democracia es una cuestión meramente aritmética, y su lógica podría expresarse más o menos como sigue: “súmese a aquellos que están con X por un lado, y a aquellos que están con Y por el otro. Aquel grupo que logre un guarismo mayor pasará a ser ‘el pueblo’ y tendrá el derecho de hacer lo que le venga en gana con el grupo minoritario”.
Puede estimarse exagerado este planteo, pero la escueta enunciación de “gobierno de la mayoría”, desprovista de todo límite como suele esbozarse, deja abierta la posibilidad misma de “hacer lo que le venga en gana con el grupo minoritario”.
Pero la democracia es algo más que el simple gobierno de la mayoría. Ante todo, se trata de un sistema que tiene que ver especialmente con la libertad y con la igualdad ante la ley. Que esto es así, puede inferirse nada menos que del pensamiento que los grandes filósofos griegos registraron siglos antes del nacimiento de Cristo. El propio Platón, por ejemplo, en La República, lanzó fervientes críticas contra la democracia atacando sus pilares fundamentales: la libertad y la igualdad. (Debe aclararse que, para que la igualdad no termine anulando la libertad, aquella debe ser ante la ley y no a través de ésta).
Siguiendo nuestro razonamiento, el voto es una condición necesaria pero no suficiente para una verdadera democracia. El voto es, más aún, una implementación práctica en la esfera política de los dos principios antedichos: la libertad (puesto que el voto supone elegir entre una serie de alternativas) y la igualdad ante la ley (puesto que el voto de todos tiene el mismo peso específico).
De constituir el voto la única condición de una democracia, como pretenden aquellos que han calificado la victoria de Hugo Chávez como “la victoria de la democracia”, entonces deberíamos empezar a considerar a Hitler, por ejemplo, como un indiscutible líder demócrata, dado su ascenso al poder a través del sistema electoral. Aunque tengan como punto de contacto adscribir al socialismo (uno al “socialismo del Siglo XXI”, otro al “nacional-socialismo”), no estamos diciendo que Chávez sea Hitler; estamos diciendo, simplemente, que ambos accedieron al poder a través del mismo sistema, y que ello no les debería proveer de forma automática el rótulo de “democráticos”. Ni a ellos, ni a ningún otro.
La democracia, en efecto, no sólo está vinculada al origen, sino también al ejercicio del poder. Un gobierno con origen democrático podría acabar ejerciendo el poder dictatorialmente, constituyendo así una verdadera “dictadura de las mayorías”. El componente republicano como límite al poder político es el remedio de toda democracia que pretenda mantenerse como tal.
¿Puede, entonces, una victoria electoral terminar dañando la democracia? Si la victoria es de quien se ha encargado durante catorce ininterrumpidos años de violar las libertades individuales y los derechos básicos de los ciudadanos venezolanos; de quien ha fragmentado a toda una sociedad y la ha convertido, a la postre, en una de las más inseguras y violentas del mundo; de quien ha militarizado al pueblo creando “Movimientos Bolivarianos Revolucionarios” e incluyendo en puestos políticos a una cantidad astronómica de militares; de quien ha apoyado y financiado en otros países movimientos insurgentes y grupos guerrilleros con el objeto de desestabilizar gobiernos; de quien ha maniatado a la prensa no subordinada, destruido la república, practicado el nepotismo sin disimulo, perseguido a políticos opositores, encarcelado a jueces que no fallaban como él deseaba, y confiscado todo aquello que anhelaba … en términos directos, si la victoria electoral es de quien ejerce dictatorialmente el poder, aquella redunda en una lamentable derrota para la democracia.
¿Cómo concebir como democrático a un gobierno como el de Chávez, que mantiene presos políticos, que es responsable de numerosos exilios y que, de hecho, días antes de los comicios amenazaba con no atenerse a los resultados y defender su “revolución” por las buenas o por las malas? ¿Puede un gobierno de estas características ser considerado democrático?
Va de suyo que no. Un dictador (esto es, quien ejerce dictatorialmente el poder) continuará siendo tal cosa independientemente si accede al gobierno mediante un golpe militar como Chávez quiso hacer en 1992, o mediante un sistema electoral como en 2012.
agustin_laje@hotmail.com
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