El
uso político del miedo es incompatible con la democracia. No es una emoción
cívica, como podrían serlo la esperanza, la generosidad o la bondad. El miedo
desfigura el sentido de la realidad: obstruye la capacidad de análisis del
candidato que está abajo y bloquea la racionalidad de sus acompañantes.
El
uso electoral del miedo es un elemento de campaña defensiva. Pero es de los
cartuchos al alcance de los perdedores. No busca ganar votos sino restar
apoyos, desmovilizar o neutralizar el avance de Capriles.
A
medida que baja la cuenta regresiva sube el desesperado pavor en la cueva del
saliente. El desconcierto y el manotazo instintivo para aferrarse al poder
abren un boquete del que brotará lo peor del contrahecho corazón oficialista:
se intensificarán provocaciones, intimidaciones y amenazas. A menos que los
fabricantes de campaña negra recobren la mesura.
La
tentación estará allí mientras el único objetivo, la obsesión y el todo del
saliente sea intentar satanizar y enlodar la figura de un Capriles que se
impone como un verdadero fenómeno electoral. Ojalá que no haya que esperar al
inevitable final, cuando al candidato del gobierno no le quedará más que
desahogarse con sus pataletas y entregar el puesto que se proponía conservar
por más tiempo que Fidel Castro.
SERÁ INÚTIL
Pero
hasta ahora el miedo no les ha funcionado. No es fácil intimidar a un pueblo
que se atrevió a establecer un récord mundial de ostentación democrática en las
primarias realizadas para seleccionar al candidato de la unidad.
La
gente también sabe que el gobierno, como lo ha hecho con sus promesas, no podrá
cumplir sus amenazas. Primero porque seguirá fiel a su ya insoportable
ineficacia. Segundo porque mandará menos que militar retirado.
Existe
una explicación adicional. Alguien dijo que la prudencia es el temor de los
sabios. Por eso es frecuente confundir una con el otro. Pero agazapar la
decisión tomada, hacerla invisible para el poder opresivo no es miedo sino un
acto de astucia popular.
VENTAJISMO Y VANDALISMO
También
el gobierno debe controlar sus miedos. Prácticamente agarrado a las cuerdas
levanta el trapo rojo de una guerra civil que envuelve a su vez otra afrenta a
la democracia: blufear con no entregar el poder.
La
opción, además de descabellada, luce inviable. La contundente victoria
electoral de los venezolanos a favor del progreso no dejará margen para el
regateo. Las circunstancias internacionales son contrarias a ese tipo de
salidas. El apego institucional de la Fuerza Armada volverá a expresarse siguiendo
al país civil. El sentimiento mayoritario de los mismos oficialistas es
contrario a esa aventura de última hora.
El
ataque que se montó en el Aeropuerto Bartolomé Salom, con empleados y recursos
públicos, fue una barbaridad. La agresión contra periodistas extranjeros
evidenció el grado de violencia que puede alcanzar una nómina municipal
alentada por una prédica autoritaria. Afortunadamente la mayoría de los
empleados municipales condena estos procedimientos que ellos mismos padecen.
EL MIEDO DE LOS OTROS
La
verdad es que el gran representante del pasado y del atraso, el responsable de
la violencia y de la impunidad tiene miedo. El pavor en su cúpula crece a
medida que aumentan los indicios sobre el interés y la receptividad que le
dispensan a Capriles sectores y poblaciones tradicionalmente tenidas como zonas
marcadamente rojas.
Se
ve venir el deslizamiento. Chávez no podrá evitar que los barrios populares que
antes le dieron apoyo, ahora se vuelquen hacia Capriles. Es un sentimiento que,
aunque aún sea una pequeña grieta, se siente por todas partes porque el cambio
se ha convertido en una necesidad pública. En un asunto de país.
@garciasim
simongar48@hotmail.com
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