A finales de los 70, en mi adolescencia, tuve
un profesor de historia que usaba barba corrida, camisas estampadas y chalecos
de jean. Su atuendo nos parecía moda, pero respondía a la ideología que
profesaba con, para entonces, novedoso método.
Un día entró al salón y ordenó que nos
dispusiéramos en círculo. La clase era sobre liderazgo y caudillismo en
Venezuela. Sin preámbulo, varios personajes de nuestra gesta independentista
fueron sometidos a la evaluación del corrillo, con la intención de que dedujéramos
las características de mando de unos y otros.
Y comenzaron las tensiones.
Para ninguno era fácil ver en Bolívar a un
caudillo. Ni el adusto doctor Vargas nos lucía como un líder. El fragor del
intercambio derivó el ejercicio a nuestra dinámica como grupo. También con
dificultad, comenzamos a señalarnos, entre compañeros, como líderes o
caudillos. Contrastarse con esas características, después de todo, a nadie
resulta sencillo. Más si se añade que, por distintas razones, algunos líderes
se disfrazan de caudillos y viceversa.
Los primeros son casos raros e interesantes:
personalidades con aptitudes para imponerse, pero sin egotismo, sacrifican sus
intereses personales en función de los del grupo. Y al servicio del grupo
ejercen su don de mando. Pero un caudillo disfrazado de líder es sólo un
caudillo mentiroso, una plaga que nos asoma a la idiosincrasia nacional. Se
trata de individuos que aseguran ser abiertos y sensibles, pero siempre
terminan haciendo lo que les da la gana. Identifíquelos: son esos que prometen
y nunca cumplen. Esos que cuando no cumplen, lloran.
Más adelante en el tiempo, reforcé aquel
listado de características. Pero, esta vez, no me las presentaron como las
condiciones que un individuo debe tener para persuadir a otros. Sino para mandar
sobre sí mismo.
Así que, además de influir en los demás, el
liderazgo le permite disponer de sus recursos para hacer de su vida, la mejor
posible. Para usted, su familia, la nación y, si cree en ello, para Dios. Me refiero a culminar cada jornada con sano
cansancio y, al pasar revista, notar que su aporte a la gente, a través de lo
que sabe hacer, se ha convertido en bienestar para todos.
Los líderes comienzan por serlo de sí mismos.
Sin darse cuenta, lo son de su entorno más cercano. Y terminan siéndolo de
todos los demás.
Pero la historia patria está hecha de
caudillismo. Pocos son los que prefieren la gloria de la nación. Pocos los que
renuncian a ser exaltados como diosezuelos. Poquísimos los que cumplen lo
ofrecido e indican, con el ejemplo, cual es el camino.
El caudillo hace lo contrario, pero se le
están volviendo dedos las promesas incumplidas en las manos y los pies. Todos
feos, todos viejos.
Y los cuenta, una y otra vez.
@cgomezavila
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