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miércoles, 15 de agosto de 2012

OLGA RAMOS, NUESTRO SINO: ¿EL RESENTIMIENTO?


 “Una existencia sentida como injustamente inferior, trágica, sin salida, termina creando una conciencia que puede ser en todo o en parte y, a veces, grandiosa, racionalización del resentimiento” Manuel García-Pelayo
¿Cómo pasamos de una sociedad de gente “buena nota” a convertirnos en una pila de resentidos?
Comencé a leer sobre el resentimiento hace algunos años para tratar de entender mejor el material del que, como sociedad, estábamos hechos, porque aunque lo que voy a decir no tenga una acogida muy popular, tenemos que asumir, de una vez por todas, que esa pretendida tolerancia, ese don de gente que nos caracterizaba a los venezolanos, tenía como telón de fondo rasgos de clasismo, racismo y resentimiento que se han exacerbado en las dos últimas décadas. Y no se imaginan como me encantaría decir que se trata de algo que sucede a una parte y no a la mayoría de los venezolanos, pero no puedo, porque de alguna manera y con diversas intensidades, todos tenemos un poco de ello. Creo que es una especie de enfermedad social que padecemos y que reconocerla, aunque nos resulte incómodo, es un paso necesario para poder superarla.
Comenta García-Pelayo(1), que el resentimiento se produce cuando media un acto ofensivo y humillante reiterado ante el cual siempre se inhiben las respuestas o, más allá de un estímulo de esa naturaleza, cuando se siente impotencia para ser de determinada manera o para poseer ciertos valores que se estiman. El acto ofensivo reiterado, o la comparación con otros, producen la necesidad de expresar una emoción, o en su defecto, un impulso de venganza que en ninguno de los dos casos se puede satisfacer por la conciencia de la propia impotencia que termina frenando o inhibiendo la reacción.(2)
Estímulo-reacción interna-impotencia-resentimiento o comparación-reacción interna-impotencia-resentimiento, son dos cadenas de eventos que pueden originar resentimiento como actitud psíquica.
Así es que, si le echamos un vistazo a nuestra historia contemporánea, podemos encontrar, con creces, causas para padecerla, comenzando por la marcada desigualdad y exclusión social que maceramos por décadas y que nos batió en la cara su existencia, de manera contundente, por primera vez, en 1989 el denominado “caracazo”.
Pero, aunque comienzo preguntándome cómo fue que nos convertimos, no es el propósito de estas líneas responder a ello, entre otras cosas porque sería muy extenso y pretencioso hacer aquí una “antología” de causas y razones -para tener una visión al respecto, les sugiero revisar “El libro rojo del resentimiento” escrito por la querida Ruth Capriles y publicado por el Grupo Editorial Random House en el 2008.
No es el cómo llegamos, es precisamente que llegamos, lo que aquí quiero resaltar.
En el fondo de todo resentimiento, hay una relación desigual con el otro, se sobrestima su poder, se subestima o simplemente se desconoce; nos sentimos impotentes, nos creemos mejores o peores que el que es diferente.
En situaciones como la nuestra, cuando los efectos del resentimiento nos han escindido socialmente, podemos pasar de una situación a la contraria con facilidad, podemos ser las víctimas de los reiterados actos ofensivos y al momento, ser quien los causa, así sea de forma aparente. De hecho, dice Scheler que cuando el sentimiento de venganza se afianza, se comienzan a buscar “intensiones ofensivas en todos los actos y manifestaciones posibles de los demás”, esta búsqueda desesperada de razones se expresa en una exagerada susceptibilidad, pero también en una tendencia al autoengaño, al identificar intenciones ofensivas donde no existen, es decir, se comienza a suponer siempre sobre las intenciones y las acciones de los demás. Es la hora de los fantasmas que nos impiden ver al otro como es, valorar en justa medida sus acciones y entrar en un franco diálogo constructivo.
Sin darnos cuenta, o sin querer asumirlo, en el afán de hacernos visibles ante el otro, estamos alimentando una idea de inclusión basada en su desconocimiento, en abrir un espacio para expresarnos y para poner nuestros sueños sobre la mesa, en contraposición a la expresión y los sueños del otro, cerrando, en consecuencia, su espacio y poniendo de lado sus sueños.
¿Cuántos de nosotros, opositores u oficialistas, pensamos que el otro, el que piensa diferente, es sincero en sus planteamientos y puede tener argumentos válidos y de peso? ¿Cuántos nos interesamos por conocer el sueño de país de los otros y estamos dispuestos a poner de lado parte de nuestro sueño para poder construir uno en conjunto con ellos? ¿Cuántos de los que se autodenominan ni-ni están desencantados porque ninguno los convence o “representa” sus sueños, en lugar de sentarse con los otros a identificar coincidencias que sirvan de punto de partida para una construcción del sueño posible entre todos? Esto sin entrar en las descalificaciones y menosprecios, hechos de forma pública o en la intimidad, que definen nuestra apreciación sobre el otro y que en muchos casos cuestionan hasta su derecho a participar en la toma de decisiones política como si el grado de instrucción o la extracción socioeconómica, de todos los signos, los invalidara, por alguna razón, como ciudadanos.
¿Y es que todavía no hemos aprendido que la pretensión de inclusión desde el resentimiento sólo conduce a una mayor exclusión?
La coexistencia del afianzamiento de la identidad y el reconocimiento del otro, de la unidad y la diversidad están en la esencia de la cultura democrática que, al decir de Touraine, se forma a partir de un debate entre elementos que no pueden prescindir el uno del otro. Es por eso que “la cultura democrática no puede existir sin una reconstrucción del espacio político y sin un retorno al debate político”(3). En ese retorno al debate político no podemos apuntalar sólo las diferencias o las coincidencias, porque ambas nos definen, ya que nos definimos en relación con el otro, y la unidad sólo es posible a partir del reconocimiento y de la asimilación de la diversidad, el reconocimiento de los elementos que nos hacen peculiares, que determinan nuestra identidad y que dialogan con la aceptación y la relación con la identidad del otro. De ello depende que no estemos condenados a luchar por imponernos los unos a los otros, a re-editar mecanismos de exclusión, a re-crear causas y convertir en nuestro sino al resentimiento.
___

(1)    En sus notas introductorias al texto de Scheler sobre el resentimiento
 (2)    Max Scheler en su texto “Sobre el Resentimiento”, publicado por la Fundación Manuel García-Pelayo en la Colección “Cuadernos de la Fundación” (Número 9, Caracas, 2004)
 (3)  Alain Touraine
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