No es una exageración, pero mientras la campaña de Capriles
voló sobre los meses del año para empezar a hacer su agosto electoral esta
semana, creo que la de Chávez sigue atascada en febrero, el mes que la
tradición cristiana reservó para el carnaval, fiesta de las ilusiones y los
disfraces, de pensar que somos lo que no somos y seguimos en un marco de
realidades y símbolos que ha desaparecido para siempre.
Lo digo, no porque Chávez se haya empeñado en hacer su
campaña desde una carroza (vehículo tan asociado a las fiestas del rey Momo)
sino por dárselas de que sigue siendo el campeón de las multitudes, el que
levanta oleadas de apoyo donde quiera que alza la voz, siendo que, es un
figurante fracasado, sin caras de las nuevas generaciones y muchas de las
viejas y -¿no se por qué se me ocurre?- con unas ganas enormes de abandonar la
escena.
Debe estar muy cansado, pienso yo, o enfermo, o simplemente
fastidiado, humanamente fastidiado, de aparecer cada seis años repitiendo los
mismos gestos, las mismas palabras, las mismas promesas, pero también viendo
las mismas caras, los rostros arrugados de quienes van envejeciendo con él y
trasmitiéndole esa sensación de pasado que ha terminado asumiendo de manera
casi automática, natural.
En otras palabras que, el país bullente, el país refrescante,
el pujante, el ascendente está en otra parte, quizá a muy pocos kilómetros de
donde transcurren esos mitines desvaídos y rutinizados, y en los que, el tiempo
transcurre, se estruja y apretuja sin que suceda exactamente nada.
Lo vi el viernes en la tarde, cuando crucé las imágenes y el
sonido de las concentraciones que realizaban Capriles en Carayaca, y Chávez en
Antímano, y en las cuales, parecía que el tropel, los gritos y los cantos de
una, se introducían en la otra.
Si se escucharon debieron ser muy incómodos para Chávez,
porque ¡ah pueblito para sufrir el abandono del chavismo esa
Carayaca!…¡Carayaca!...En otros tiempos, una población pacífica, alumbrada, limpia
y serena del litoral central, hoy transformada en un infierno, aislada, sin
luz, llena de basura y sometida al imperio del hampa.
Un pájaro de tierra por mar, porque, estando a escasos
kilómetros de la playa, es campesina, sabe de siembras y no de pesca, y ¡cosa
más grande, caballero!, hay niños, y adultos y ancianos que solo conocen el mar
porque ruge en las noches.
Y también cuando hay tormentas, y rayos y truenos que
transportan el oleaje que le estalla a la gente en la cara.
Conozco la tragedia de Carayaca porque tengo una pareja de
amigos con un par de preciosuras (hembra y varón) que viven, o medio viven,
allá, por la montaña que no alcanza a ver, sino a presentir el mar. Nos
reuníamos con frecuencia los fines de semana en su casita (hecha con su propio
esfuerzo y no porque se la regaló nadie), del Sector La Cruz y descansábamos o
salíamos a incursionar a Catia La Mar, Oricao, Colonia Tovar o Puerto Cruz.
Y así, hasta que en junio del 2010, llegaron unas pavorosas
lluvias que partieron la vía Carayaca, El Junquito-Caracas en dos (a la altura
del caserío Palo de Agua), y desde entonces, no ha habido poder en este mundo,
ni en otro, que se la arregle.
Muchas cosas han pasado en estos dos años y meses desde la
desaparición de la vía, Chávez ha construido carreteras, y puentes, y casas en
Cuba, Nicaragua, Ecuador y Bolivia (y quién sabe en cuántos países más), la ha
agarrado por inventar que países depauperados como Bielorrusia, Rusia, Irán y
China son expertos en construir en casas y dice que (con ayuda de ellos) le
dará a damnificados venezolanos unas 200 mil viviendas este año, pero la falla
de borde, o derrumbe, de la carretera de Carayaca sigue ahí, con su zanjón,
como un aviso fatídico de que sus 2000 habitantes están aislados.
O medio aislados, porque para llegar a Caracas y seguir hacia
cualquier otra parte del país, deben hacer una trocha de más de 10 kilómetros,
y así su tiempo de vida útil en trabajo, estudios, amistad, y amor, les fue
atracado, robado, atropellado y restado en casi una hora.
De modo que, se acabó el “Una hora: Caracas”; “Una hora
Puerto Cruz; “45 minutos: Colonia Tovar”; “30 minutos: Catia Mar” y pasaron a
ser multiplicados por 2 y hasta 3.
Y también mis fines de semana en Carayaca y la frecuencia de
las visitas de mis amigos y sus preciosuras a Caracas, pues todo se les hizo
más difícil, pues siendo los dos técnicos de computadoras, comenzaron a perder
la clientela.
Y ahí estaba Capriles el viernes, prácticamente con toda
Carayaca a su alrededor, oyéndole decir que reparará la vía a días de llegar a
Miraflores, que se acabarán los apagones, y la falta de agua, y de salud y de
escuelas, y que habrá créditos para los campesinos y los artesanos, y que el
hampa, la terrible hampa, se las va a tener que ver con él… “personalmente”.
“!Qué fiestas de San José van a empezar a celebrar en
Carayaca desde el 19 de marzo del próximo, que fiestas más humanas,
carayaqueras y venezolanas”, me cuentan que culminó.
Mi amigo y su esposa, y sus preciosuras, estaban ahí. Ella me
comenta: “Si el otro candidato, si Chávez portara por aquí (que no lo va a
hacer) vendría hablar de revolución y socialismo, contra el capitalismo y la
burguesía. Pero ¿cómo se les puede hablar de abstracciones a seres humanos a
quienes se les ha robado el tiempo, la luz, el agua, la limpieza, la vida?
Porque, ¡cómo atracan, secuestran y matan gente por estos lados, querido
Manuel!”.
Y en efecto, 15 kilómetros más arriba, en Antímano, estaba
Chávez en un mitin hablando “de revolución, socialismo, y contra el capitalismo
y la burguesìa”. Y pienso yo, si no será por eso que él mismo ha comenzado a
llamarse “el viejo”, “ el viejito”. Porque, esas son vainas de viejos, pero de
viejos balurdos, y no de los millones de gente de la tercera edad que se acerca
a refrescarse, a rejuvenecerse, a airease con la brisa joven del huracán
Capriles.
Manías de ególatras, salvadores del mundo, de refundadores de
Repúblicas, que no se sienten seres humanos y corrientes, de carne y hueso,
sino héroes y semidioses que exigen la sumisión, la rendición y la adoración de
los demás.
“Este hombre no sale
de la carroza” dijo hace como un mes el gobernador de Lara, Henry Falcón “pero
no porque esté enfermo, sino porque no quiere oír los reclamos de la gente”.
Y seguro que, como dice mi amiga, no irá Carayaca, así como
dejó esperando el jueves a sus seguidores y no seguidores en Puerto Ordaz,
donde lo esperaban para cantarle las cuarenta por la destrucción de las
empresas básicas, del servicio eléctrico, del agua, del aseo, de todas las
minerías y haber auspiciado una sola industria próspera y creciente: la de los
corruptos, ladrones, secuestradores y matones.
“Qué no se le ocurra”
me escribe una amiga de Maturín “que no se le ocurra aparecer por la ciudad del
río Guarapiche. Aquí, no es que va a andar, es que lo vamos a sacar de la
carroza y nos va oír. Tres meses sin agua por el derrame petrolero en el río
que surtía de agua la ciudad, y todo porque se empeñaron en llevarse los
técnicos de PDVSA al desfile el 4 de febrero en Caracas. Y él pasándola bien en
La Habana y que curándose de un cáncer que ahora dice nunca tuvo”.
O sea que, un anciano clandestino, camuflado, disfrazado y en
plan de jubilación y retiro, y el cual, ni siquiera podrá consolarse oyendo
aquel clásico que popularizó Piero en los 60: “Es un buen tipo mi viejo”.
@MMalaverM
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