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Arde, arde Roma! Gritaba el Emperador romano Nerón ante sus allegados, que le
miraban expectantes, sorprendidos por el desbordamiento de su locura. El mismo
Petronio, uno de sus más cercanos asesores, con su innegable inteligencia,
procuró contener esa intención desbocada del mandatario por arrasar la ciudad,
quemándola por los cuatro costados.
Pero
Petronio falló en su intento y se encaminó hacia el suicidio, no sin antes
espetar al Emperador y decirle “que estaba loco de perinola”-en buen latín-,
además de criticarle su ramplona escritura, su mala poesía, y su carencia de
talento para las artes, lo cual habían
soportado por obligación en el Imperio; algo terrible sin duda para el
Emperador, que tenia un ego tan grande como si estuviese por encima del bien y
el mal… No es usual ver a un subordinado renunciar a su cargo y menos a la vida
misma. Muchos funcionarios cometen errores y los repiten incluso, a costa del
patrimonio común con el mayor desparpajo y no les pasa por la mente rendir
cuentas ante la historia..
Quemar
una ciudad para hacer una nueva, destruir las casas inmundas acabando incluso
con la chusma paupérrima, sin importar en lo absoluto sus vidas, sentimientos y
su futuro: Todo, para lograr su finalidad de construir un mundo nuevo, pasando
por encima del ser humano y seguramente de la planificación Estatal. No podría
sino crear el caos, entre los muertos y la ciudad arrasada, quemada, chamuscada
en la noche, en el día, por horas interminables. Un verdadero desastre que tuvo
sus consecuencias.
Todo
imperio llega a su final-dijo alguien en algún momento-, pero primero lucha por
sobrevivir al desplome -digo yo, en un momento de éxtasis poético-. Ya la gente
hablaba a voces tildando de loco al Emperador y también su entorno en el Poder
trataba de desmarcarse de la locura. Sin embargo, como es costumbre vieja,
Nerón buscó un “chivo inocente” y culpó a los cristianos de la quema, dando
cabida a una persecución mayor, llevando a esa gente al encarcelamiento; a la muerte en la arena, bajo las fauces de
las fieras. La sangre de inocentes fue derramada por días en el teatro de la
muerte, dirigido por el dedo del Emperador como si fuera la mayor fiesta
patronal en el llano.
La
resistencia cristiana crecía ante la muerte inminente bajo las fieras. Un
estoicismo ejemplar que con cánticos y oraciones ante el final, quebraban las
piernas del Emperador frente a una población participativa en la conglomeración
del coliseo. ¿Qué podía esperarse ante la falta de elecciones y civilidad para
salir ante el desorden político? Solamente un golpe de Estado por parte de
hombres provenientes de las milicias y del Senado apareció en escena, para
buscar el orden y la vuelta a la cordura, a falta de otro mecanismo de cambio.
Nerón
terminó desangrado después de un suicidio ayudado que puso fin a su locura y al
caos perverso de su administración, devenida a menos desde las alturas del
Olimpo. “Quo vadis domini” y entonces, siguió la historia y la vida.
luisrapozo@yahoo.es
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