El drama socioeconómico europeo es como un culebrón
interminable en que casi todos los episodios son casi iguales. Luego de un
breve período de optimismo generalizado causado por una declaración de la
canciller alemana Angela Merkel o el jefe del Banco Central Europeo Mario
Draghi que da lugar a un par de días de euforia bursátil, se revelan nuevos
datos que brindan a los mercados, es decir a los inversores en su conjunto, un
pretexto para reanudar sus ataques.
Mientras tanto, en la franja sureña de la
Eurozona sigue aumentando el desempleo, se multiplican las protestas callejeras
y los gobiernos, sin dinero, tienen que ordenar ajustes cada vez más dolorosos
que, claro está, motivan más protestas en países que nunca han sido dechados de
estabilidad. Tal y como están las cosas no sorprendería en absoluto que, a raíz
del malestar, en los meses próximos estallaran disturbios sociales
incontrolables en Grecia, Italia y España. Asimismo, en Francia, el presidente
François Hollande ya se habrá dado cuenta de que se necesitará algo más que las
exhortaciones para impedir que empresas emblemáticas como Peugeot-Citroën
despidan a miles de trabajadores porque están perdiendo dinero a un ritmo
insostenible.
Por ser cuestión de problemas estructurales muy graves, no se
ve ninguna "salida" realista del laberinto en que los más de 500
millones de habitantes de la Unión Europea se han metido por razones que fueron
netamente políticas, ya que se suponía que adoptar una moneda común serviría
para fortalecerla. Puesto que los contrarios a la austeridad no incluyen a los
alemanes, austríacos, holandeses y finlandeses, no pueden probar suerte con los
programas keynesianos que están suplicando los dirigentes de los países del
sur. Aunque éstos advierten que el eventual colapso de la Eurozona tendría
repercusiones nada agradables para sus socios del norte, los mandatarios del
bloque germánico se ven constreñidos a tomar en cuenta la negativa de sus
electorados respectivos a subsidiar sistemas sociopolíticos que a su entender
son corruptos, clientelistas y parasitarios.
En principio, los alemanes y quienes comparten sus actitudes
tienen razón; muchos españoles, italianos, portugueses y griegos se afirman
igualmente indignados por los vicios aludidos y juran estar resueltos a
eliminarlos. Sin embargo, también saben que las reformas exigidas no podrían
llevarse a cabo de golpe. Aun cuando la mayoría apoyara con fervor una
revolución cultural lo bastante profunda como para permitir que las economías
de los países mediterráneos emularan a la alemana, se trataría de un proceso
que requeriría varios años. Por motivos que son evidentes, tal perspectiva no
entusiasma a nadie. Supondría resignarse a una etapa prolongada, sin
crecimiento macroeconómico, de desempleo muy alto, miseria para millones de
jubilados y desocupados que dependen del Estado por sus ingresos y cortes
draconianos que afectarían a los servicios de salud, de educación y muchos
otros que en la Europa actual son considerados imprescindibles.
Las autoridades máximas de la Unión Europea han dicho una y
otra vez que están decididas a hacer cuanto resulte necesario para salvar el
euro. Pronto sabremos si sólo de trata de palabras de circunstancia o si tienen
en mente iniciativas ambiciosas, como sería una unión fiscal en que los países
de la Eurozona garanticen las deudas de los Estados miembros a cambio de
compromisos de reforma que sean política y socialmente creíbles. Parecería que
los alemanes están comenzando a llegar a la conclusión de que un arreglo de tal
tipo sería el mal menor, pero así y todo no se trataría de una panacea. El
nivel alarmante de desocupación, que perjudica sobre todo a los más jóvenes, no
sólo del sur de la Eurozona sino también de Francia, no podría reducirse mucho
a menos que tanto el sector público como las empresas privadas de los países en
apuros tengan acceso a créditos a tasas de interés relativamente bajas,
equiparables con las disponibles en el norte, una eventualidad que, por ahora,
parece quimérica, ya que ni siquiera los bancos alemanes cuentan con recursos
suficientes, razón por la que la agencia crediticia Moody's acaba de calificar
de negativas las perspectivas frente a Alemania, Holanda y Luxemburgo,
amenazando así con privarlos del rating AAA que todavía ostentan.
http://www.rionegro.com.ar/diario/el-laberinto-931735-9542-editorial.aspx
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