Toda embarcación a vela, como parte del
equipaje y junto a su capitán, lleva a un grupo de compañeros inexpertos o
quizás veteranos pero inadecuados para asumir el timón o manipular las velas
con la destreza que exigen la tormenta anunciada o la nueva tecnología de la
que aquélla viene dotada. A éstos se les conoce como el peso muerto, no
obstante lo cual son necesarios para la regata, pues al girar o embestir contra
el viento y a fin de sostenerla en su equilibrio, al ritmo de su avance y
disciplinadamente el peso muerto se mueve a uno u otro lado de la nave.
Con las naves de transporte ocurre otro tanto.
Vacías en el puerto no pagan flete; pero al zarpar deben tener un lastre que no
las hunda más allá de la línea de flotación. Y en el camino, si aparecen piratas
que intentan asaltarlas, para aligerar la marcha el marino al mando - si no es
suicida- ordena tirar por la borda y abandonar buena parte del mismo.
El giro o metáfora es propio a la circunstancia
que vive la candidatura presidencial de Henrique Capriles. Como lo muestran y
demuestran las "encuestas de calle" y sus recorridos casa por casa
hasta la Venezuela profunda, ya gana a pulso y con ventaja su opción como
primer mandatario de los venezolanos. Tanto es así que, en artículo reciente,
Francisco Mires resume la hora y apunta que "Venezuela se encuentra al
borde de un nuevo comienzo".
Capriles, a diario, desnuda lacónicamente, con
lenguaje sencillo y descriptivo, propio de la generación digital o BlackBerry a
la que pertenece y restableciendo las cualidades del discurso político
auténtico, la tragedia cotidiana de sus compatriotas. Les señala el fraude que
significan las promesas irrealizadas de una revolución verbalista que ya frisa
los 14 años. Le bastan 140 caracteres para cada mensaje práctico.
Entre tanto el candidato del régimen ancla en
el pasado. Mientras anuncia otras tempestades, aquél siembra el optimismo en su
tripulación y grita que hay ¡tierra a la vista! Mientras el primero recrea
guerras imaginarias e inunda al país de recuerdos, Capriles se fija en el
presente y en su vertiente social e invita a los venezolanos, sin discriminar,
a empinarse y mirarse en el inmediato porvenir. Chávez se queda petrificado
como la viuda de Lot. Henrique avanza con su pueblo hacia la tierra prometida,
afincado sobre una realidad inocultable. Pero lo cierto es que no le faltan
peligros y obstáculos al candidato, no obstante que "hay un camino"
hacia su victoria, que no es gratuito y puede transitarse.
Capriles reclama de su "peso muerto"
ayudarlo, moverse sobre la nave rápidamente y en unidad hacia el sitio que les
indica como conductor probado que ya es y para mantener el equilibrio y
velocidad alcanzados; pero parte de dicho peso corre hacia el lado contrario
desbalanceando la nave e impidiéndole la rapidez que tiene ganada. Los viejos
lobos de mar no celebran el advenimiento de una generación de pilotos y
marineros más eficaz, menos diletante o discursiva y con claro sentido de
propósito en el oficio que asumen con entusiasmo. Se llenan de insólita amargura.
Lo lamentable de este hecho, nada oculto para
la opinión popular, es que determinados kilos del equipaje o peso muerto, que
en su tiempo y momento disfrutan a cabalidad la experiencia de navegar y no
pocos hasta sirven como capitanes del barco nacional hasta que la historia y la
modernización los supera, al término de sus jornadas no admiten que imberbes
les perturben en sus recuerdos. Les basta sostenerse muertos en vida. Se quedan
en el puerto maldiciendo los éxitos del novel navegante, augurándole desgracias
inenarrables. Dicho esto de modo preciso, se sienten más cómodos con quien se
dice señor de los mares -el todavía inquilino de Miraflores- pues al término
éste y aquéllos son presidiarios de idéntico pasado que los solaza. En buena
hora, la mayor cuota del "peso muerto" indispensable para navegar
acomete su tarea con gallardía, sin complejos. Ayuda y empuja al capitán en
estreno, e inevitablemente, en la medida en que la regata demande incrementar
la velocidad del velero, harán por éste lo indispensable: tirar por la borda el
lastre inútil e inconveniente para llegar a tiempo y ganar todos los
territorios del nuevo siglo corriente y anunciador.
El siglo XX y algunos de sus protagonistas,
incluidos quienes se cuelan como rezago o último barrial de una Venezuela
diferente, son piezas de museo. Viven la misma tragedia que en su minuto anega
a nuestros líderes liberales y conservadores del siglo XIX, ofuscados ante la
innovadora generación de 1928. Sueñan con "transiciones" y venden sus
almas, a cambio de las limosnas políticas que deja al paso nuestro narco-Estado
petrolero.
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