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domingo, 5 de agosto de 2012

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, LA CRISIS VENEZOLANA Y LA BANALIZACIÓN DE LO POLÍTICO


 “La política es nuestro destino.” Carl Schmitt
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            No hay mal que por bien no venga. Y en ese, y sólo en ese sentido, rescato el principal valor de la invasión de la barbarie a manos del militarismo autocrático y caudillesco: en la visceral reivindicación de lo político. Así haya irrumpido por la puerta trasera de los cuarteles. Pues ese fue el efecto directo de su frustrado golpe de Estado: barrer con la indiferencia, la apatía, la banalización de la vida pública venezolana y hacer tabula rasa de la forma más degradada de la política que entonces sufriéramos: la de la catalepsia de la política nacional y su rebaja a mera administración de los ingresos del rentismo petrolero por élites clientelares; la conversión de la participación ciudadana en ritual electorero y la desvalorización de la democracia representativa. Vale decir: la delegación del poder de las mayorías a cúpulas partidistas a cambio de granjerías y subvenciones, institucionalizadas desde el Estado.
Pues se tiende a desconocer que la razón última del golpe de Estado y el dramático giro de la vida política venezolana fue de naturaleza socio-económica, no política o militar. Si buscamos un hecho concreto al que culpar por haber propiciado el inicio de los acontecimientos sociopolíticos que desembocan en el golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 y abren la historia al trágico proceso que estamos viviendo desde pronto hará 14 años, nos vemos obligados a retrotraernos al 27 de febrero de 1983 cuando al fragor del tristemente célebre Viernes Negro sucumbiera como aventado por los Dioses una mítica aunque postiza realidad de más de medio siglo de existencia: el dólar a 4.30. Bastó la súbita desaparición del poder adquisitivo de los venezolanos mediante la devaluación del dólar – y el absoluto desconcierto del gobierno de turno - para que éstos sufrieran la inmediata desafección respecto del régimen instaurado por los firmantes del Pacto de Punto Fijo. Dicho inversamente: el pacto democrático surgido a la caída del régimen dictatorial de Pérez Jiménez hizo aguas en cuando sus firmantes se mostraron incapaces de seguir subvencionando a sus principales beneficiarios. Esa variopinta representación de nuestra sociedad cuya utopía no tenía nada que ver con los valores esenciales de la democracia entonces conquistada, como creyeran los apologetas del sistema: la justicia, la libertad, la igualdad, sino con la posibilidad inmediata de disfrutar del valor adquisitivo del Bolívar, garantizado por un deus ex machina ajeno a nuestra verdadera capacidad de generar riqueza, y consumir del elixir del capitalismo post industrial sin haber aportado con una sola gota de sudor. Dicho folklóricamente: todos nosotros, los tá barato.
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Revísese la historia de la Venezuela democrática y se verá que los conflictos sociales anteriores al viernes negro no sacuden ni mucho menos resquebrajan la costra de conformismo y satisfacción que inflamaba de orgullo a los venezolanos de la era democrática. Que hasta se podían dar el lujo de recibir con los brazos abiertos a los pobres infelices aventados de sus países por feroces dictaduras militares. Las razones de dichos conflictos, incluso la existencia de grupos y partidos contestatarios, no rasguñaban la costra de certidumbre que protegía a los dos partidos garantes del sistema de dominación política. Los partidos de proveniencia marxista en que se refugiara la derrotada subversión de los sesenta jamás superaron la barrera del 5% de representación electoral. ¿Quién le tenía miedo al marxismo o podía imaginarse una volcánica rebelión del caudillismo autocrático? ¿Quién se imaginó un golpe de Estado militar o una revolución castrista en la Venezuela que la derrotara a palos y votos en los sesenta?
Ya es una historia vieja, ha pasado demasiada agua bajos los puentes y mencionarlo no rinde muchas simpatías. Pero ¿podremos olvidar que Petkoff y JV Rangel sufrieran derrota tras derrota y paliza tras paliza cantando una melodía que en Venezuela nadie quería escuchar? Pues se trataba del cansón sonsonete que recurría a mensajes estrictamente políticos, ideológicos, ya desfasados y casi metafísicos. La revolución no le calentaba los cascos a nadie extramuros de la UCV, reducto inconmovible de los últimos mohicanos. Sobraban las escuálidas vanguardias revolucionarias amamantadas por el marxismo ucevista – aquellas que asaltaban bancos para sobrevivir y hoy en el gobierno se han enriquecido hasta la náusea - pero faltaban el proletariado y el campesinado necesarios como para hacer una revolución verdaderamente socialista. Bastaba con que CAP aleteara sus promesas sauditas y Caldera o Herrera Campins soltaran sus greguerías preconciliares para que las masas corrieran a darles sus votos. ¿Cuál era el mensaje? Garantizar el reparto. Asegurar la bonanza. Blindar el tá barato.
Fue la grave crisis económica que irrumpiera a fines del primer gobierno de CAP y al comienzo del de Herrera, magnificada por los sucesos posteriores hasta alcanzar dimensiones planetarias con el golpe y la bancarrota financiera de Caldera, la que puso al castro golpismo folklórico a las puertas del asalto al Poder. Retroalimentado por los coroneles facciosos y la promesa electoral de la fritura de las indolentes cabezas de ADecos y COPEIanos. Fue el momento en que la política, represada entre las cuatro paredes del bunker de AD y las oficinas de COPEI, rompió todos los diques, la fantasía del inter clasismo y la solidaridad de clases se hicieran añicos y el enfrentamiento por el Poder de factores definitivamente enemistados se hiciera carne de nuestra historia. Fue cuando la política – con sus vicios y sus virtudes – irrumpió en nuestros hogares y la discusión en torno a proyectos estratégicos, la esencia nacional, la identidad del venezolano, las constituyentes y toda suerte de reflexiones y empeños de índole estrictamente política se apoderaron de la fascinación de los venezolanos. O de su rechazo, que naufragar en la confrontación permanente provoca stress, fatiga, desesperación e incluso angustia. ¿A quién le gusta que le suspendan sus certidumbres y lo suman en un mar de contradicciones y desesperanzas? ¿A quién, que le jalen la alfombra en que reposan todas sus certezas y lo dejen en la indigencia, en la orfandad, sin saber qué defender ni cómo?
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Fue así como tras los últimos intentos por maquillar al antiguo con una reina de belleza o un prócer de la centro derecha ilustrada, irrumpió como una tromba entre fumarolas de carne en vara, cantantes de cervecería, telenovelas y poliédricos amaneceres llaneros una cosa pegostosa, amorfa, circense, ridícula y fascistoide llamada MVR 200. El último recurso del stablishment, las cachuchas, respaldadas por gran parte del empresariado y las clases medias, bajo el acompañamiento de un pequeño coro de desarrapados, se hacían del coroto con un camión de promesas. Todas, reconozcámoslo, de índole y naturaleza estrictamente política: lucha contra la corrupción, venganza, fritura de adecopeyanos, Constituyente, reformulación radical del Estado.  Ni una sola promesa de índole económica. Gracias a unos cañonazos, la política volvía a ocupar nuestros corazones.
Pues no fueron los venezolanos quienes increpamos a Chávez. Fue Chávez quien increpó a los venezolanos. No fueron los venezolanos quienes quisieron hacer de la política el eje de sus preocupaciones. Fue Chávez quien nos la impuso. Exactamente como lo hicieran Hitler y Mussolini con italianos y alemanes. De un solo golpe situó el problema del Poder en el centro de sus y nuestros afanes y la discusión en torno al sentido del Estado y sus instituciones, la educación, la salud y la cultura en el centro de nuestros desvelos. Desde Chávez no hemos hecho otra cosa que política. Olvidándonos expresa y malévolamente de la economía. Vale decir: preocupándonos por nuestra vida como colectivo, por nuestro destino como Nación, por nuestro futuro como conglomerado social. Y olvidándonos de la administración de lo poco que somos.
Así no quisiéramos confrontarnos, nos han obligado a ello. Es, en cierto sentido, terriblemente castrador y frustrante que se nos impida volver a nuestro anonimato apolítico, a ocuparnos exclusivamente de nuestros asuntos, a delegar la administración de los asuntos públicos en las élites gobernantes. Y a fundirnos en la masa silenciosa que vive sus vidas del nacimiento a la muerte, sin mayores cosas que destacar.
Pero así ha sido. Querámoslo o no, nos hemos visto obligados a hacernos copartícipes de nuestro destino histórico. Tomar posición, decidir el bando, responder a nuestras grandes interrogantes con nuestras grandes respuestas. Pero puestos en esta circunstancia, convertidos en protagonistas de la gran historia, no tenemos otra alternativa que politizarnos y politizar, apostar a nuestras propias decisiones y contribuir con nuestro modesto aporte a construir una Patria llamada Venezuela.
La política, tan ausente en el pasado de nuestras sobremesas, se ha convertido hoy en la reina de la casa. Venezuela dejó de ser el cómodo territorio que gracias a un hecho fortuito podía mantenernos la ficción de pertenecer, sin el sudor de la frente, al Primer Mundo. Para problematizársenos existencialmente. Se ha convertido, muy a nuestro pesar, en nuestro más íntimo destino. Hoy por hoy nadie se salva de tener que asumir una posición política. Así sea bajo la forma de esquivarla y hacer como que no queremos enfrentarnos – esencia última e ineludible de toda política, si lo es de verdad. Vuelve a adquirir relevancia la extraordinaria definición de lo político, dada por uno de los más grandes especialistas en derecho público del último siglo, Carl Schmitt: “Pues bien, la distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo.”
Hay quienes, por comodidad intelectual y flojera moral, quisieran rebajarla a escarceo de náufragos y extraviados. Y nos piden que, para vencer a nuestro mortal enemigo, hagamos como que está dormido y le arrebatemos, como Pulgarcito, las llaves del reino mientras ronca sus canibalescos desafueros. Creo, muy por el contrario, que es el momento de politizarnos sin complejos. Que nuestro desafío consiste en participar de una cruzada hondamente política, vale decir teológica y moral: reconstruir la democracia venezolana sobre bases prístinas, transparentes, radicales. Con plena conciencia de que estamos haciendo política. Es un desafío del todo o nada. Cuya victoria depende de la verdad, no del engaño.
La política ha vuelto a reinar por sus fueros. Gracias le sean dadas a quien nos despertó del letargo.

 sanchezgarciacaracas@gmail.com 

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