La semana pasada enterramos a un gran compañero socialcristiano. Más que eso, a un gran venezolano. Verdadero maestro. Forjador de juventudes tanto en lo teórico como en lo práctico. Fue decano de la Facultad de Derecho de la UCV, profesor por décadas, militante activo de todas las causas dignas que caracterizaron las luchas universitarias, especialmente en los años sesenta y setenta e incluso Ministro de Educación. Junto a Arístides Calvani y otros respetados amigos y compañeros, fundó y desarrolló el IFEDC, instituto internacional de formación demócrata cristiana que acaba de cumplir cincuenta años de estupenda labor. Hoy está presidido por Eduardo Fernández, quien lo ha convertido en un interesante Centro de Políticas Públicas llenando un vacío tremendo en esta insólita Venezuela.
Aparto, por ahora, la mente de la vergonzante humillación que hemos sufrido los venezolanos con el ingreso irregular a MERCOSUR, la suspensión insólita de Paraguay o las delincuenciales actuaciones del régimen en cabeza del canciller Nicolás Maduro y sus acompañantes de similar calaña allá en Asunción. Lo hago para rendir testimonio de admiración y respeto a un verdadero constructor de la patria. Eso fue Enrique Pérez. Un hombre cabal. Valiente en pensamiento y acción. Repasar su amplia obra de vida útil es bueno para todos, pero especialmente para los socialcristianos en general y los copeyanos en particular. COPEI atraviesa la crisis existencial más severa de su historia. Se ha prolongado demasiado en el tiempo, aunque se hacen esfuerzos para superarla a base de buena fe y renovación de la confianza.
En esta hora difícil para Venezuela figuras como la de Enrique Pérez Olivares son fuente de inspiración para quienes tuvimos la fortuna de conocerlo y aprender de él lecciones de dignidad y altura que necesitamos poner en práctica, ahora más que nunca.
Parece mentira, pero a COPEI hay que tratarlo con criterio de refundación proyectada hacia el futuro, pero sobre la base de principios y valores eternos que trascienden los hechos electorales y los vaivenes traicioneros de la política baratera. Para la Marta y toda la familia de Enrique, un abrazo solidario.
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