Sobra señalar que el primer éxito del candidato de la Unidad es,
precisamente, haber logrado la banalización del atributo principal de su rival.
Señalado con sorna por su evidente inhabilidad ante los micrófonos, Capriles ha
sumado, sin embargo, un punto en su score: desnudar la fatiga del país ante una
narrativa presidencial que privilegia las épicas gloriosas del pasado, a partir
de las cuales Chávez se reverencia a sí mismo como prócer patriótico
Una imagen vale más que mil palabras. Así reza el dicho y así
queda comprobado en la contundente secuencia de retratos que cada día va
produciendo la campaña electoral. Muy a pesar de la enfervorizada facundia del
comandante -terreno en el cual se encumbra sin aprietos-, no son sus discursos
los que hoy despuntan en las estampas de esta contienda donde la palabra ha
perdido entidad. Sometida al desgarre causado por el desmedido manoseo a la que
ha sido sometida, la retórica política de los tiempos que hoy corren ya no
parece dominada por las subyugantes grandilocuencias de Chávez. Excluidas de la
competencia, a ellas se le enfrenta el potente metamensaje implícito en las
centelleantes movilizaciones de Capriles, a quien la calle está respondiendo
con curioso interés, convertida en interlocutor activo de un modo de
comunicación desprovisto de veleidades heroicas.
Sobra señalar que el primer éxito del candidato de la Unidad es,
precisamente, haber logrado la banalización del atributo principal de su rival.
Señalado con sorna por su evidente inhabilidad ante los micrófonos, Capriles ha
sumado, sin embargo, un punto en su score: desnudar la fatiga del país ante una
narrativa presidencial que privilegia las épicas gloriosas del pasado, a partir
de las cuales Chávez se reverencia a sí mismo como prócer patriótico, cuando no
como efigie religiosa tallada para los altares de su cofradía... El acierto
salta a la vista a través de la agitada reacción del jefe revolucionario, cuyas
pulsiones -atravesadas por el temor a su enigmático contrincante-, lo han
obligado a eyectarse de su cama de convaleciente, para ir a la búsqueda de lo
que el muy lacónico Capriles le ha arrebatado: la calle y el dominio de la
agenda pública.
No obstante, aunque ahora el Presidente se ponga en pie para
tratar de neutralizar el efecto contagioso de las movilizaciones de su retador,
hay algo que no podrá conseguir con facilidad: mantener bajo control su
envalentonada egolatría, madre biológica de las frangolladas que Capriles ha expuesto
en las vitrinas populares... Lo que desde ellas se observa es la
superficialidad de la ridícula retórica chavista, concebida para trivializar
los problemas grandes de la gente corriente, apelando a la priorización de
desafíos pseudohistóricos, que solo han servido para el envanecimiento personal
de quien se cree el nuevo libertador... El punto queda claro: Chávez se
encuentra en un dilema sin solución. Necesita reencontrarse con la calle, pero
mientras más lo haga, más podrá constatar el país las insolvencias que disfraza
con sus pajonales patrióticos... Una paradoja del tipo "catch22"... A
más calle, más paja. Y a más paja, más Capriles.
Argelia.rios@gmail.com
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