El gobierno de Hugo Chávez
ha creado la ficción de un avance revolucionario de la democracia y del
socialismo en los últimos catorce años de historia venezolana. La primera
promesa la ha cumplido parcialmente, y la segunda es puramente ficcional. Ha
avanzado la democracia al quebrar el sistema partidista anterior de élites
política y económica, forzando a una gran retirada de los viejos cuadros
privilegiados de la sociedad venezolana. Esto permitió una renovación de la
política con nuevos actores y nuevas caras.
El populismo de Chávez ha
articulado a los más pobres, integrándolos al juego político. Porque los
apretados controles de la política de partidos fueron removidos, se creó la
impresión de un avance hacia la democracia directa que convenció a millones de venezolanos
de que, de hecho, una revolución estaba teniendo lugar. Sin embargo, esto ha
sido más ilusión que realidad. El costo de este cambio no ha traído consigo una
revigorización de la vida institucional que supuestamente tendría lugar con la
nueva constitución de 1999. Por el contrario, este cambio súbito trajo un
incremento en el poder arbitrario del propio Chávez y de su nueva élite de
militares gobernantes. El actual contendiente en la carrera presidencial,
Henrique Capriles Radonski, representa una vuelta al gobierno civil.
La retórica socialista
tiene una función, por otro lado, de crear la falsa impresión de que Chávez es
el paladín de la causa de los pobres. Pero si estudiamos su gobierno desde una
perspectiva histórica más amplia, descubrimos que no es más que el paladín de
la causa del militarismo. La historia republicana venezolana está plagada por
el conflicto entre el control civil y militar del gobierno. Durante la mayor
parte del siglo 19 y la mitad del 20, militares han sido los jefes del Estado
Venezolano. Sin embargo, en 1958 Venezuela tuvo un giro civilista que duró 40
años, derrotando cada una de las conspiraciones militares que se pusieron en su
camino. Este nuevo régimen se basó en la organización burocrática de los
partidos políticos y para los años noventa estaba tan desacreditada por la
corrupción y la impopularidad, que rápidamente se desintegró.
Los intentos de golpe de
estado de Chávez en 1992 revelan la verdad de su carácter: él representa la
tendencia histórica de Venezuela hacia el militarismo, en oposición al gobierno
civil. Su campaña electoral de 1998 fue el reconocimiento de que la era de los
golpes de estado se había acabado y que el camino electoral era la única manera
como el militarismo podría retomar el control del gobierno. Venezuela ha tenido
una economía de capitalismo de Estado por décadas, con una inclinación hacia el
estado de bienestar mucho anterior a Chávez. El cambio que su gobierno trajo a
la vida política de la nación fue realmente un retorno al militarismo como
élite gobernante más privilegiada, con un disfraz democrático y una retórica
socialista vacía.
El reto ofrecido por
Capriles en las próximas elecciones presidenciales de octubre consiste en un
retorno al gobierno civil. De nuevo, la retórica socialista de Chávez funciona
como un mecanismo ideológico para ocultar la realidad. Capriles es dibujado
como un representante de los ricos, de la burguesía y de las viejas élites
políticas. Pero esta es una afirmación difícil de creer, juzgando por la
juventud de Capriles, pues tiene tan sólo 39 años, y de su origen partidista en
Primero Justicia, partido que tiene apenas doce años de existencia y que nunca
ha alcanzado la silla presidencial. Además, en las primarias para la
candidatura presidencial del pasado febrero derrotó al candidato de los viejos
partidos, Pablo Pérez de un Nuevo Tiempo. ¿Cómo se puede afirmar con
credibilidad que Capriles representa a los viejos aparatos políticos?
El prejuicio socialista
contra toda forma de oposición, tildándola de oligarquía y burguesía, no es más
que una generalización débil y simplista que trata de distorsionar la realidad.
Capriles ofrece un cambio a 14 años de autocracia militarista. Pues, de otra
manera, ¿cómo puede llamarse a un presidente sino un autócrata y un tirano
cuando ha subordinado de manera ilegal a todos los demás poderes públicos,
dispone de la propiedad privada de los venezolanos arbitrariamente, corrompe la
libertad y equidad de las elecciones usando masivamente los recursos del erario
público para sus campañas electorales, insulta a cualquier oponente de la forma
más incivilizada, cierra canales de televisión y radio independientes, castra a
cualquiera que desafíe sus decisiones y se niega a cualquier forma de rendición
de cuentas? Es, sin duda, paradójico que las reformas democráticas iniciales
que su presidencia significó se convirtieron en el poder personal más absoluto
al final. Pero esa es la verdad innegable de una personalidad autoritaria que
fue educada en un cuartel militar. Capriles representa todo lo contrario.
La política venezolana no
puede ser dividida en una lucha entre ricos y pobres, lo cual no es más que una
torpe visión de nuestra realidad histórica. La verdadera división es entre el
militarismo y el gobierno civil. Esto es lo que está en juego en las próximas
elecciones de octubre
turgelles@gmail.com
@TUrgelles
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