Buena
parte de los seres humanos cambiamos el metabolismo con el paso de los años.
Nuestro cuerpo se va transformando. Algunos adelgazan. Otros engordan. Cambian
las medidas. La cintura se ensancha, las caderas se redondean y una panza necia
se insinúa con descaro. Eso es normal. Es un proceso paulatino. Se llama
envejecer.
Pero
lo que ocurre en los personeros del gobierno nacional nada tiene que ver con
ocurrencias metabólicas. Piensen más en la obesidad de estos personajes como
una consecuencia de la bonanza... y acertarán.
La
ministro Iris nunca fue bonita. Tuvo y tiene un lamentable peinado. Su
peluquero es sin duda su peor enemigo. Y si descuella por la ferocidad y
vulgaridad de su verbo, en igual medida la ha distinguido la más violenta
carencia de gusto en el vestir. Al principio del gobierno estaba rellenita.
Tenía esas curvas hasta voluptuosas que resultan de tanto agrado en la
población masculina venezolana. De hecho, solía contonear las caderas al entrar
al hemiciclo para acaparar las miradas de sus colegas. Ahora luce una gordura
avasallante, típica de quien no sólo no tiene problemas económicos sino que ha
experimentado el sabor de los platillos extra calóricos y los bolsillos extra
repletos.
El
diputado Diosdado impresionaba por sus ojos claros que fulguraban. En varias
reuniones a las que me tocó asistir fui testigo de cómo coqueteaba sin reparo.
Hoy Cabello es un vil gordito. Sus ojos se hunden en el rostro hinchado. La
panza recrecida empuja los botones de la camisa. Imposible esconder el pecado
de la glotonería, emparentado directamente con ese otro pecado, la codicia.
Ni
hablar de la anchura creciente del canciller Maduro, de la frondosidad de la
señora Cilia, del vientre impávido del vicepresidente Jaua, de la faja que no
consigue esconder los muchos kilos de sobra de la presidente del TSJ, del
volumen que no resiste un close-up de la opaca Defensora del Pueblo, del
impertinente y tan poco profesional grosor de la periodista Vanessa Davies, de
la señora Yadira Cordova y sus pantalones atrincados que destacan sus rollos,
de los muslos inflados del grosero Pérez Pirela de VTV, del cada vez más
voluminoso abdomen del showman nocturnal de La Hojilla, de las reporteras y
anclas del "canal de todos los venezolanos" con sus sostenes que
hospedan senos implantados por la pericia de cirujanos plasticos.
Todos
gordos, todos obesos. En todos el incremento de los kilos ha
"coincidido" con el aumento del poder. La obesidad mórbida es hoy uno
de los principales problemas de salud del mundo. Pero es mucho más grave cuando
es consecuencia de la obesidad sórdida, esa que es producto del poder, grosera
expansión corporal de quienes nomás ponerle las manos al coroto comenzaron a
disfrutar de lujos y comodidades indisimulables a las que accedieron sin que las
cuentas den. Los obesos del gobierno exhiben orgullosos sus abultadas figuras
con el desparpajo de quienes han conseguido aumentar su status -y su peso- a
costa de enflaquecer la salud y el erario de la Nación. Mientras más débil la
república, mientras más hambrienta la población, su poder se apoltrona. El
gobierno cada vez más obeso evidencia su desprecio a un país cada vez más
famélico.
Esos
obesos mandan, aplastan, destruyen. En los ministerios, en la Asamblea, en el
sisema de justicia, en los medios bajo la égida del gobierno. Su gesta es de
gula pantagruélica. No son esas personas gorditas bonachonas que la psicología
del siglo pasado clasificaba como "pícnicos". Estos son ofensivos,
desfachatados, metáfora presente de la sequía institucional que ha arrastrado a
nuestro país a una decadencia del siglo XIX que ya creíamos superada.
Quienes
al pasar al gobierno cambian su originaria delgadez por un protuberante volumen
nos están diciendo que han engordado a nuestras costas. Eso dice mal. Eso dice
mucho. En la otra acera política, vean el cuerpo de los alcaldes, gobernadores
y funcionarios públicos de la alternativa democrática. Entre ellos abundan los
atletas, los delgados, los prudentes. Eso no es mera coincidencia. El cuerpo
habla. Manda mensajes. Escuchemos esa comunicación corporal.
smorillobelloso@gmail.com
@solmorillob
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