Había una vez un gobernante en una antigua comarca del lejano oriente, el cual, una vez que fue proclamado rey por su pueblo, se dirigió al templo protegido por su escolta real y allí ante el altar, de rodillas imploró a su Dios, desde lo más profundo de su corazón, que le diera toda la sabiduría necesaria para gobernar a su pueblo con justicia.
Así permaneció en un profundo recogimiento espiritual, sumido en cuerpo y alma en su larga oración y meditación. Así pues, luego de permanecer durante un largo tiempo en su insistente oración de petición a Dios, cuando ya hacía el intento para ponerse de pie para luego retirarse del templo, dentro de aquel silencio, oyó el eco lejano de una voz que con toda claridad le hablo y le dijo:
“Detente, porque he oído tu súplica. Reúne a
los más sabios del reino y pídeles que usando toda la moderación de ánimo,
prudencia y recto juicio, te diseñen y fabriquen una vara de una aleación de
platino e iridio, de forma tal que no estire ni encoja, y con esa misma vara
medirás a todo aquel que en tu reino precise ser medido, sean tus partidarios o
tus adversarios. Con ella medirás hoy, mañana y siempre y con ella medirás
aquí, allá y en cualquier lugar de tu comarca donde algo precise ser medido. Exige
a tus mercaderes el uso de esa vara
tanto para vender como para comprar sus mercancías. Instruye a los
magistrados de la corte de tu reino para que,
totalmente ajenos a tu influencia, usando también moderación de ánimo,
prudencia y recto juicio, decidan todas las controversias acogiéndose
estrictamente a las especificaciones de esa vara. Vela porque la escala
prevista en esa vara sea invariablemente el patrón que rija en toda medida que
se tome en tu reino. Y tú, cumple
fielmente las especificaciones de esa vara,
porque en tu oportunidad de rendir cuentas, esa será la misma vara con
la cual tú también habrás de ser medido. Esa será la ley de tu reino, la cual
cumplirás y harás cumplir por todos. Si así lo hicieses, yo derramaré sobre tu
pueblo todo género de bendiciones, y tu
reino disfrutará de tal grado de paz y de prosperidad, como jamás reino alguno
de la tierra haya disfrutado antes. Serás entonces aclamado por tu pueblo como
el gobernante sabio y justo, y tu nombre quedará grabado por siempre para la
posteridad en la memoria de tu pueblo, como el más imperecedero testimonio de
su eterna gratitud.”
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