“Nos asola una ola de desconcierto. La sensación de que Europa viaja hacia la irrelevancia, de que la prosperidad se ha mudado a Asia, pues les hemos cedido la iniciativa fabril y pronto, la reativa.” Luis Ventoso
En el mundo interconectado e
interpenetrado que vivimos, lo que sucede en un país en los ámbitos político,
económico o social, tiene repercusiones inmediatas o diferidas en los otros,
independientemente de lo alejados o cercanos que estén.
La caída del muro de Berlín, la
crisis financiera asiática de los noventa o el derrumbe de las Torres gemelas
de New York, todo trajo consecuencias para el planeta en su conjunto.
Ésta es una realidad incontrastable
que hoy nadie, en su sano juicio, puede negar.
Basta ver cómo los mercados de
valores son sensibles a las elecciones. Lo vimos, por ejemplo, en una caída de
apertura en los mercados europeos y asiáticos al día siguiente de los comicios
en Francia y Grecia esta semana.
Por tanto, la crisis azarosa que está
experimentando gran parte de Europa no la podemos ignorar desde este lado del
“charco” si queremos comprender a cabalidad lo que allí sucede y la medida de
lo que puede afectarnos.
Hemos visto cómo se han derrumbado
gobiernos de distinto bando ideológico como secuela de ella.
España, Portugal, Islandia, Italia y
recientemente Grecia y Francia, son ejemplos notorios de esta situación. Por
supuesto, no todos ellos tienen el mismo peso y significación en la región y
fuera de ella.
Obviamente, cada caso tiene sus
especificidades y causas internas. Pero todos estos eventos están enmarcados en
un mismo entorno global que los condiciona en mayor o menor medida.
En relación con esta crisis, estamos
presenciando un debate intenso acerca de lo económico-financiero-fiscal, que ha
dividido las opiniones respecto de las opciones de políticas a seguir.
La importancia de esta discusión es
tal, que en ella se han involucrado destacadas figuras internacionales,
incluso, premios Nobel de economía, como Paul Krugman o Joseph Stiglitz.
Como se sabe, están enfrentados los
que propugnan programas estrictos de austeridad y los que resaltan la idea, más
bien, de políticas que impulsen el crecimiento de la economía inyectando
recursos. En ambas posiciones, hay “extremistas”.
Se ha acusado a la canciller alemana,
Angela Merkel, de tratar de imponer políticas fiscales muy rígidas. En este predicamento la habrían acompañado,
los presidentes Sarkozy, derrotado en las elecciones y el de España, Rajoy.
No la tienen fácil los mandatarios
europeos a la hora de escoger cuál es la mejor política. La situación española
con un paro que ronda el 23% pone los pelos de punta. Lo de Grecia no se queda
atrás en gravedad.
Frente al resultado de la elección
presidencial en Francia no se puede permanecer indiferente. Este país es pilar
fundamental de la construcción europea, es la quinta economía del planeta y
tiene un puesto en el Consejo de Seguridad. Con Alemania y el Reino Unido,
garantiza la estabilidad de Europa.
El nuevo gobierno que asumirá la
semana entrante no ha reducido aún la inquietud que el debate electoral generó.
Todos estarán pendientes de las orientaciones económicas que en definitiva
establezca Hollande. En el Reino Unido hay preocupación por los planteamientos
que en campaña hizo el socialista. Con el muy apretado triunfo de éste, la
renegociación del llamado pacto fiscal
europeo está sobre el tapete, aunque luce muy cuesta arriba un retroceso en
esta materia. Los equilibrios en esa región, quizás, se modifiquen. Con este
triunfo, la socialdemocracia se recupera. No obstante, habrá que esperar aún
los resultados de las elecciones parlamentarias de junio que reflejarán cómo
está dividida la política francesa.
Por lo que respecta a la política
griega, hay muchos interrogantes, habida cuenta del ascenso electoral de
fuerzas distintas a las tradicionalmente mayoritarias, el PASOK y Nueva
Democracia. Al momento de escribir estas líneas, el encargado de formar
gobierno ha renunciado por no poder lograrlo, y se le ha confiado a la
izquierda radical hacerlo. La incertidumbre es enorme.
Esta crisis, igualmente, tiene
dimensiones distintas a las meramente económicas. El auge de movimientos
políticos ultranacionalistas, xenofóbicos o racistas constituye un aspecto
preocupante en el panorama general.
El discurso antieuropeísta, el
restablecimiento de fronteras que habían alcanzado una sustantiva
permeabilidad, el resurgimiento del proteccionismo económico y de políticas
populistas, en lugar de resolver los problemas actuales, podrían agravarlos.
Pareciera que se imponen políticas consensuadas que se acerquen a un punto
medio entre las posturas enfrentadas. Austeridad y crecimiento, en la medida de
lo posible, deberán equilibrarse Sería lo más saludable, toda vez que la
alternativa sería el precipicio.
Para los ciudadanos de nuestro
hemisferio americano, los avances políticos, económicos y sociales de una
Europa unida, han constituido una experiencia muy rica a emular en muchos
aspectos.
El papel que ha jugado la Unión
Europea en los equilibrios mundiales también es un hecho que nos interesa
sobremanera.
A todos nos concierne la recuperación
de aquella región, a pesar de la ola de pesimismo que hoy se manifiesta allí.
La historia, la cultura y los valores nos reúnen. Aproximarnos más a Europa es
acercarnos a una de nuestras raíces fundamentales.
La diplomacia del actual gobierno de
Venezuela ha descuidado en general las relaciones diplomáticas y comerciales
con importantes países europeos que han sido nuestros interlocutores
tradicionales y socios, para volcarse
hacia otras regiones o países con las que no compartimos principios, tradiciones,
valores y lazos económicos.
La próxima administración
gubernamental venezolana deberá, sin duda, reanudar con vigor los vínculos que
nos ligan a Europa.
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