Leo
con pasión “Armas silenciosas para guerras tranquilas”, de Noam Chomsky.
Explicación de estrategias empleadas por la clase dirigente que, a través de
los medios de comunicación, consiguen calar en la población mensajes a priori
impopulares que posteriormente se transformarán en medidas tomadas por el
gobierno de turno sin excesivo rechazo por parte de la sociedad. Algunas de
ellas son estrategias que, desde un punto de vista ético, son bastante
denostables e incluso antidemocráticas, ya sean en la teoría -el contenido de
la reforma o medida- o en la forma de llevarlas a la práctica -la estrategia en
sí-, pero que, gracias a la utilización de este tipo de tácticas silenciosas,
la opinión pública acaba por verlas como necesarias e irremediables.
Comenta
Chomsky varias de estas estratagemas. Una de ellas sería la que él denomina
estrategia de distracción. Quizá la más sencilla de comprender y la más
utilizada. Se trata de una táctica sucia que consistiría en desviar la atención
del público de los problemas importantes que afectan a una sociedad y de los
cambios que han decidido tomar las élites políticas y económicas sin tener en
cuenta la opinión del ciudadano. Es decir, un tema especialmente relevante, que
debilitaría por lo general a un gobierno dado, se oculta o pierde importancia
al aparecer de forma fraudulenta las denominadas cortinas de humo: se crea una
noticia impactante de forma intencionada que eclipsa al tema polémico, evitando
que el público pueda escuchar, reflexionar y criticar, en su caso, sobre el
tema trascendente que ha sido ocultado. Una técnica, a poco que se reflexione,
tan vieja como el tiempo.
Esta
misma estrategia no precisa únicamente de una cortina de humo para funcionar.
También puede distraerse la atención del público si los medios de comunicación
le conceden menos importancia al tema trascendente o deciden inundar sus
contenidos informativos con noticias insignificantes, sucesos escabrosos y
similares. O simplemente, como dice Chomsky, “manteniendo al público ocupado,
ocupado y ocupado, sin dejarle tiempo para que pueda pensar” por sí mismo.
Chomsky
habla de muchas otras estrategias silenciosas, cuyo empleo, desgraciadamente,
es común. Entre ellas están, por ejemplo, la estrategia
problema-reacción-solución (crear un problema ficticio o una cortina de humo,
con la reacción y la solución favorable ya tomadas de antemano por un gobierno
dado y así quedar reforzados por una supuesta buena gestión), la estrategia de
diferir (tomar medidas que presuntamente hay que llevar a cabo ya para evitar
un futuro que se antoja poco menos que apolíptico. Por cierto, estratagema que
está utilizando actualmente el Gobierno central para ampliar la edad de
jubilación cuanto antes), llegar al público a través de las emociones en vez de
por la razón, crearle autoculpabilidad resaltando su ignorancia y la necesidad de
que sean las élites las que tienen que tomar las decisiones por su bien,
etcétera.
Pero
me gustaría quedarme con otra, la que Chomsky llama estrategia de gradualidad.
Para llevar a la práctica una medida que la élite política y económica ve como
necesaria, pero altamente impopular, la solución estriba en ir llevándola a
puerto mediante pequeñas medidas que acabarán por conseguir, sumadas, la
reforma completa que se quería conseguir desde un principio. Es decir, para
aprobar una medida que sería a priori inaceptable por la ciudadanía, basta con
aplicarla gradualmente, esto es, a cuentagotas y con un espacio de tiempo,
entre medida y medida, prudente. Esta es la estrategia utilizada por el actual
Gobierno español a la hora de llevar a la práctica las reformas para salir de
la crisis, la mayoría de ellas impuestas por la Unión Europea. Todo es una
cadena bien montada, con decisiones separadas por el tiempo y nunca tomadas a
la vez, cuando en realidad forman parte de un conjunto: el malestar social
podría ser tan grande que el Gobierno vería caer sus previsiones de voto en las
encuestas más aún de lo que están ahora.
Primero
se llevó a cabo una reducción del gasto social, más tarde se cerró sin acuerdo
y por decreto una reforma laboral que llevó a la huelga general del 29 de
septiembre de 2010. Seguidamente se siguió con más ajustes, todos ellos para
salvar la deuda pública (aumento de impuestos, eliminación de subvenciones y
ayudas sociales) y ahora estamos en medio de una reforma de pensiones que no
tiene visos de que vaya a contar con el tan deseado acuerdo social, al menos en
lo que se refiere a la ampliación de la jubilación hasta los 67 años.
Imaginen
el malestar social que hubiera causado en la población española si todas estas
medidas, que han sido separadas convenientemente -un año largo-, se hubieran
tomado todas en conjunto, a la vez, en un solo paquete. Seguramente las huelgas
hubieran sido históricas y la crispación de los ciudadanos para con su Gobierno
se habría traducido en una enorme bajada de popularidad. Porque, en realidad,
las medidas que se iban a tener que tomar ya se sabían desde hace tiempo: la
reforma de las pensiones forma parte de las reformas anticrisis del Gobierno,
que ha preferido dosificarlas para evitar males mayores.
Por
tanto, esta estrategia de gradualidad ha conseguido mitigar los efectos
negativos que hubieran causado en la opinión pública todas las medidas tomadas
a la vez y el daño que ha sufrido el Gobierno es mucho menor comparado con el
que hubiera padecido dada esta hipótesis. Y así, todo ha funcionado
relativamente. O, al menos, sin muchos sustos.
Pero no debe obviarse, sin embargo, lo más importante: que por mucha
dosificación que haya habido, en poco más de un año y medio, entre una reforma
y otra hábilmente separadas por un adecuado espacio de tiempo, este país ha
perdido una gran parte del Estado del Bienestar del que gozaba antes de que
llegaran las turbulencias. Buenas armas silenciosas para que las pocas guerras
sociales que ha habido hayan sido tranquilas.
http://clarroy.wordpress.com/2011/01/13/armas-silenciosas-para-guerras-tranquilas/
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