Las élites europeas han actuado con suprema
irresponsabilidad y los electorados pasan factura. Desde Platón sabemos que las
democracias decaen bajo el impacto de la demagogia. Ahora bien, la frivolidad
política tiene dos caras y bien decía Schumpeter que la mayoría de las
personas, la mayor parte del tiempo, “piensan sobre política con la mentalidad
de un niño de siete años”. Los electorados comparten la culpa pues confunden la
realidad con sus deseos.
Allí se centra el mal europeo: en la voluntad
de evasión. En paralelo, Europa, donde se labró la libertad, ha sucumbido a
otra pasión, la de la igualdad. Y por desgracia se trata de una pasión
generalmente movida por la envidia y el resentimiento, motores a su vez de todo
socialismo digno de tal nombre. Empujada por la voluntad de escapar a la
realidad y por la pasión igualitaria, Europa marcha a tientas hacia el abismo
de la radicalización política y la bancarrota financiera.
Francia es un caso emblemático. Las agencias
de prensa y grandes órganos noticiosos, una vez más, han perdido la pista del
significado de las elecciones francesas. No acaban de caer en cuenta que todos
los candidatos a la Presidencia, sin excepción, y cada cual a su manera,
prometieron lo mismo: preservar un tal “modelo social” que está en quiebra
desde hace rato, asfixiado bajo una montaña de deudas y la conducta infantil de
un electorado malcriado, al que nadie se atreve a decir la verdad.
A lo anterior se suma el tema de Alemania y
su visión de la austeridad, como único camino efectivo a una sana recuperación
económica. El atolondrado Sarkozy y el desvaído Hollande acudieron a toda
suerte de chivos expiatorios para dar sustancia al vacío de sus mensajes, y el
proceso terminó por incluir a la señora Merkel, la única dirigente política de
cierta entidad en el actual circo europeo.
Holande solicita un “pacto a favor del
crecimiento” como alternativa al ya existente pacto de austeridad, sellado hace
pocos meses por los atemorizados líderes de Europa en medio de severas
turbulencias. Traducido a su sentido real, el famoso “pacto por el crecimiento”
es un llamado a repetir todas las torpezas y desatinos que llevaron a Europa al
punto en que se encuentra. Lo que quiere Hollande es multiplicar las recetas de
aumento del gasto público, endeudamiento y complacencia al infantilismo
político que, precisamente, decretaron la quiebra de los inflados e
insostenibles Estados de Bienestar.
Podría decirse con cierta razón: no todos
podemos trabajar tan duro y ahorrar tanto como los alemanes; pero en tal caso,
a Francia, Italia, Grecia, España y Portugal, entre otros, les vendría bien
reconsiderar el tema del Euro y vislumbrar el retorno a sus monedas nacionales,
antes de que el peso del tótem les aplaste. Pero allí está el problema:
sostener el Euro se ha convertido en una especie de tabú, tan intocable como
nefasto.
De modo que Europa, habiendo abandonado el
amor por la libertad, aferrada a la pasión igualitaria, y empeñada en cerrar
los ojos ante un mundo globalizado e indispuesto a esperarla, huye afanosamente
hacia atrás, en busca de las certidumbres y quimeras que por décadas
plácidamente la adormecieron. La irreversible crisis del modelo socialdemócrata
golpea sin piedad al viejo continente y lo seguirá haciendo. Entretanto, Barack
Obama reproduce en EE UU el fracaso europeo, y en tres años y medio de gobierno
ha multiplicado la deuda más que durante los ocho años de Bush. ¿Pero qué son
cinco trillones de dólares para un Mesías al que resulta obligatorio cantar
loas?
aromeroarticulos1@yahoo.com
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No todos podemos trabajar tan duro y ahorrar tanto como los alemanes. Tomado del texto. Pero en el fondo repito el mundo de hoy está marcado por la curva exponencial del conocimiento, y se salvarán los que absorban esta realidad.
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