Me
pregunto muchas veces, mientras pienso en
mis dos nietas una adolescente y otra de 4 años y a mis dos nietos uno
de siete años y otro de año y medio que, con sus juegos sin reglas tiranas, me
recuerdan a mí misma cuando era niña o adolescente, ¿qué futuro les espera si
continúa este socialismo-comunismo?
¿Cómo
es posible que este gobierno siga queriendo imponer a los venezolanos y
venezolanas un sistema socialista-comunista que se basa, porque no tiene
recursos inteligentes, en el engaño más burdo, más torpe e incapaz “en la animalada”
–diría mi papá-, en el “madrugón”, para expropiarnos lo último que poseemos:
los servicios básicos que nos convierten en ciudadanos modernos
¿Cómo
es posible que hayamos olvidado tan rápido, tan sin dolor, tan sin sentimiento
de culpa, toda la degradación social, moral y política por la que ha pasado el
país en estos casi 14 años de gobierno revolucionario y que
socialista-comunista, y permitamos que el hambre, la pobreza, el desempleo, el
desabastecimiento de los productos de primera necesidad y las medicinas, la
corrupción, el aumento de los productos de la canasta básica y la miseria sigan
siendo el correctivo que el patrón usa para callarnos los puños y maniatarnos
los ojos?
Me
resulta duro ver cómo miles de trabajadores del sector público, miles de
estudiantes universitarios, miles de educadores, miles de médicos, miles de
militares, miles de profesionales de todas las áreas del saber y algunas ONG
(que se lucran, muy bien, de las necesidades del pueblo administrando su
pobreza) se hacen los sordos útiles en la lucha contra todos estos aumentos,
como si no supieran que todos los asalariados (y los pobres no asalariados)
saldrán perjudicados; como si no supieran que son “los ofendidos.
¿Será,
acaso, que en algún momento de la vida nos convencieron que “a mayor calamidad,
mayor venezolanidad”? ¿Cuándo fue que llegamos a creer que se es más venezolano
o venezolana a medida en que uno se parece más al “coronel que no tenía quién
le escribiera”? ¿Será posible que, a estas alturas de la miseria, todavía
creamos que la clase política dominante es una especie de Ebenezer Scrooge -tal
como lo propuso, en su delirio utópico extremo, Dickens- que quiere fundar, en
nuestro beneficio, un “país más justo”?
Estoy
convencida, que lo que define a los y las venezolanas, en particular -y a los
latinoamericanos, en general- son los tipos de gobierno que tienen, pues, de
alguna forma que puede resultar tenebrosa, son esos gobiernos los que definen
la conciencia política, los valores, las creencias, la historia.
Parece
cruel, pero, así es, sobre todo en los períodos electorales que siempre buscan
estrenar nuevas formas de manipulación de la necesidad, como aquella que quiere
convencernos que la solución a la corrupción, explotación y represión de las
ilusiones está en las Leyes aprobadas en tiempo record por los rojos rojitos
antes del 7 de octubre de 2012 y otorgarle una Ley Habilitante al Presidente
enfermo que gobierna desde Cuba por teléfono o por Twitter, para que sea él
quien legisle y no la Asamblea Nacional. ¡Qué voluntad!
En
realidad, lo que pretenden hacernos creer es que lo malo del actual régimen
político son las reglas del juego, y no el juego mismo, para evitar que nos
broten fusiles y banderas en el alma. Ello me ha llevado, no sin cicatrices
pavorosas ni sorpresas desagradables, a cuestionar mi propia inteligencia, mi
valor social y a comprender que la realidad no se nos presenta originariamente
bajo la forma de un hecho de intuición, de análisis y de fácil comprensión
teórico-política, cuya antítesis orgánica es, por razones de aislamiento
cognitivo, el sujeto abstracto que cree existir fuera del mundo y aislado de
él, y, por eso, se le presenta como el espacio social ajeno en que ejerce su
actividad práctico-sensorial, y sobre cuya base surge la intuición práctica
inmediata de la realidad, que es su forma de adaptarse al contexto.
¿Cuál
fue el conjuro que nos hizo perder la inteligencia y la dignidad a los
venezolanos (as)? ¿Cuál fue el juego, de cuando niños o niñas, que nos hizo ser
lo que hoy somos? A lo mejor, el juego
“a la víbora, a la víbora de la mar”, lo confundimos con: “que se frieguen los
últimos” y, por eso, permitimos que la pobreza consuma nuestro pueblo, o que
las leyes encarcelen a inocentes como los comisarios Henry Vivas, Lázaro Forero
e Iván Simonovis, el encarcelamiento de la jueza Afiuni, del General Baduel y
de muchos otros presos políticos, porque discrepan del gobierno
socialista-comunista y dejen en libertad a quienes roban millones.
Pero,
¿Será mejor ser tonto para que la realidad no duela tanto? ¿Será esa la mejor
estrategia para ignorar una realidad dura que los tontitos de traje superficial
cambian -desde el monopolio implacable del cristal amarillo, que quiere ser la Caverna
de Platón- por una irrealidad que nos es presentada en las noticias?
Yo,
Zenair, al igual que muchos de mis lectores, no acepto ese destino, pero,
lamentablemente, he de reconocer que son muchos, que son demasiados, los que sí
lo aceptan, para parafrasear, de alguna forma, a Facundo Cabral. Sin embargo,
está aun la esperanza, la fe, la expectación, podemos aprender de nuevo a ser
buenos, a ser inteligentes, perspicaces, y lo único que necesitamos para ello
es saber: que “hoy es el tiempo de los ofendidos”
britozenair@gmail.com
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