Me había propuesto escribir sobre las
elecciones de Abril en Francia. Mas, ¿podía decir algo nuevo después que miles
ya han escrito sobre el mismo tema?
Ya todo el mundo sabe que las elecciones
francesas trajeron consigo tres grandes noticias. La primera, la derrota de un
mandatario que había logrado mantener a flote la economía del país en medio de
una feroz crisis mundial. La segunda, el amenazante avance del “lepenismo”,
variante post-moderna del fascismo del siglo XX. La tercera, el hasta hace poco
inesperado repunte de los socialistas.
De esas tres noticias, el repunte socialista
parece ser un acontecimiento que puede tener cierta relevancia en otros países
europeos. Los socialdemócratas alemanes, quienes ya estaban resignados a ser
derrotados por el pragmatismo inclaudicable de la Merkel, los socialistas
escandinavos, e incluso los socialistas españoles por quienes nadie da un
“duro”, han sentido revivir en sus venas ese oscuro deseo del poder. El mismo poder
sin el cual un político no merece ejercer su profesión.
No todo está entonces perdido para la “causa
socialista”; esa es hoy una de las opiniones predominantes.
El tema también puede ser reformulado así: es
posible que el proyecto (estatista, obrero, industrial) del socialismo
democrático se haya hundido junto con la modernidad, pero los partidos
socialistas sobreviven y, en algunos casos, gobiernan en medio de una era
post-industrial que tal vez no entienden. Incluso la oportunidad de que tales
partidos realicen una apertura hacia nuevos temas -los de la ecología, los de
género, los de las “indignaciones” frente a la extrema racionalización de la
vida, los de la digitalización de las relaciones humanas, y muchos más- no hay
que descartarla del todo.
No son pocos los socialistas que hablan, por
ejemplo, de una “cuarta vía”, una que cursará ya no entre capitalismo y
socialismo (léase: libre mercado o estatismo) como fue el propósito de “la
tercera” -la de Tony Blair, la de Anthony Giddens- sino “más allá” de las tres:
en esa superficie marcada por una realidad cuyos actores y temas no son los
mismos que signaron las terribles tragedias del siglo XX.
Juan Manuel Santos realiza un programa de izquierda en nombre de la derecha. |
Al haber sido desalojados de diferentes
gobiernos, los socialistas han tenido la oportunidad de renovar discursos,
personas, e incluso rígidas estructuras internas. En ese sentido el lugar de la
oposición les ha ofrecido una posibilidad terapéutica que no habrían podido obtener
de otro modo. Ese es justamente el sentido de la rotación en el poder en torno
a ese “vacío” (Lefort) que ninguna fuerza humana puede –ni debe- llenar
totalmente
Nadie tiene derecho a ocupar el poder durante
una eternidad. Mas aún, en una democracia el poder es ejercido no sólo desde el
gobierno sino también desde la oposición. En Europa hay incluso partidos que
para seguir manteniéndose en el gobierno aplican los programas de la oposición.
Lo dicho es también válido en algunos países latinoamericanos. Para poner dos
ejemplos: José Mujica en Uruguay realiza un programa de derecha en nombre de la
izquierda y Juan Manuel Santos realiza un programa de izquierda en nombre de la
derecha. Lula, a su vez, realizó ambos al mismo tiempo.
José Mujica realiza un programa de derecha en nombre de la izquierda |
También tiene validez latinoamericana el
hecho de que la oposición, bajo condiciones democráticas, sea el lugar de la
recomposición de partidos que en algún momento ocuparon el poder político y
desde ahí fueron desalojados portando el estigma de la más alta y posible
corrupción. El caso más espectacular ha sido sin duda el del retorno político
del PRI, en México.
Efectivamente, cuando en México el
monopartidismo estatal de tipo soviético y/o otomano que ejerció durante tantas
décadas el PRI, se vino abajo (2006), muchos pensamos que el PRI sucumbiría
junto con su mafioso “sistema”. Hoy, sin embargo, asistimos al retorno del PRI
reunificado en torno a su candidato, líder, y probablemente futuro presidente:
Enrique Peña Nieto. Mas, ese PRI ya no es el de antes. El de ahora no es un partido
despótico, y no lo es no porque sus dirigentes no quieran sino porque no
pueden. El PRI es uno entre otros, uno que compite en el marco de un orden muy
distinto al que ese mismo partido impuso en un no tan lejano pasado.
Enrique Peña Nieto LIDER DEL PRI MEXICANO |
Los pueblos, se dice, tienen mala memoria. O
tal vez son condescendientes con aquellos que, después de haber sido derrotados
son capaces de levantarse y aceptar nuevas condiciones del juego. Lo vimos
recientemente en el Perú. Si no hubiera sido por la rápida decisión de sus más
lúcidos políticos, quienes decidieron cerrar filas en torno a Ollanta Humala,
hasta el “fujimorismo”, con toda su tenebrosa historia a cuestas, y con la
mayoría de sus antiguos dirigentes en puestos decisivos, habría podido retornar en gloria y majestad. Probablemente
eso ocurrirá alguna vez, pero antes el fujimorismo deberá pagar algunas
penitencias, renovar sus cuadros políticos y transformarse, como sucedió con el
PRI, en un partido verdaderamente constitucional.
En una democracia la posibilidad del retorno no
está negada a nadie. La transformación de un partido autocrático en uno
democrático, tampoco. Incluso en Venezuela, país donde ha emergido una
combativa y organizada oposición al régimen pro-totalitario que allí impera, la
posibilidad de que el chavismo, cuando sea desalojado del poder, regenere sus
“podridas cúpulas” y retorne a la competencia política, no está del todo
negada.
En relación con este último caso, mi tesis es
la siguiente: “Solo una derrota electoral puede salvar políticamente al
chavismo”. ¿Salvarlo de qué? La respuesta es muy simple: de sí mismo.
Sobre la base de esa tesis, escribiré muy
pronto un nuevo artículo.
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