Un famoso actor y autor francés se interesó por las costumbres y maneras
de la sociedad de su época, se metió con los corruptos, los vicios y los falsos
modelos de la sociedad representados por pedantes, por falsos sabios y por médicos
y curas sin escrúpulos. Él, con sus obras y su trabajo al representarlas,
pretendió cambiar la sociedad. La ironía, el sarcasmo y el buen humor fueron
parte integral de sus escritos. Molière seguía al pie de la letra el eslogan en
el telón del teatro: “corrige las costumbres riendo”.
Siempre hemos oído de corrupción, venalidad y sinvergüenzura. Nunca se
acostumbra uno a convivir con esas calamidades. Todos los días sabemos de
alguien o de algo que se sale de lo aceptable en la convivencia ciudadana y cae
en lo no permitido por las leyes ni las buenas costumbres y luego se va a otro
país. Pasan los años y las cosas no cambian. Cuando leemos sobre historia y
desarrollo de los pueblos, ahí están las trampas, las ilegalidades e
inmoralidades de todo orden en todas las épocas.
Raras veces aparecen culpables confesos, al menos no voluntariamente.
Quizá bajo la influencia del potro u otras torturas, se consiguieron
confesiones, pero hoy dudaríamos de ellas por lo cruento del procedimiento y
los derechos humanos.
Lo que hemos visto y oído últimamente respecto del gobierno en Venezuela
y los “cómos” del manejo del poder y la justicia, cosas ya sabidas pero nunca
comprobadas, a decir de fiscales, jueces, magistrados y diputados, se ha hecho
patente a través de las declaraciones de ese juez prevaricador que se considera
a sí mismo poseedor de una trayectoria profesional prestigiosa y que, como no
lo midieron con el mismo metro que él medía y habían medido a otros, decidió
poner en práctica su plan “B” y cantó un bolero larguísimo, muy dramático y
absolutamente imperdonable, en el cual confiesa su irresponsabilidad y su
sumisión al poder central, en suma, su venalidad.
¿Qué va a pasar ahora con esa información? ¿Servirá de algo?
Aquí nunca pasa nada. Nos enteramos de todo y no pasa nada. Hemos perdido
la capacidad de que nuestras acciones generen situaciones. No somos capaces de
hacer que sucedan las cosas que queremos, que deseamos, que necesitamos.
Estamos sólo pendientes de qué nos van a dar o quitar y qué nos van a permitir.
La impunidad es la norma y guarida de los delincuentes de cuello blanco.
Ahora entiendo mejor la rabia del gobierno con los caricaturistas y los
humoristas. Sólo ellos son capaces de cambiar esas malditas costumbres que hoy
nos agobian. Sin burlarnos y reír no llegaremos a ningún sitio, permaneceremos
igual. Ese es el legado del oficialismo del siglo XXI. Da pena y vergüenza
sentirnos así, que no podemos cambiar nada de lo malo y lo bueno es enterrado
bajo las heces de la revolución.
¡Qué triste, bajen el telón!
alvarogrequena@gmail.com
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