Como los anteriores desbarranques, el origen se sitúa en los atropellos y
descalabros de un aparato estatal desbocado que formula promesas de imposible
cumplimiento, se entromete en los arreglos contractuales pacíficos entre las
personas, manipula la moneda, el crédito y la tasa de interés en el contexto
del inaudito sistema bancario de reserva fraccional administrado por la banca
central, decreta disposiciones laborales que expulsan del mercado a los que más
requieren de empleo, incrementa el gasto de modo astronómico, eleva el déficit
fiscal a límites exorbitantes, aumenta el endeudamiento público a alturas
inconcebibles para cualquier mente responsable y llena volúmenes y volúmenes
con legislaciones, controles, regulaciones y reglamentos que asfixian la
economía y relegan el derecho a meras declamaciones sin contenido y sin brújula
ni parámetros extramuros de la norma positiva, en un contexto de aniquilación
de la división horizontal de poderes.
Ese es el primer acto donde se sientan las bases de lo que luego
indefectiblemente vendrá.
El segundo acto, naturalmente consiste en el crujir de la economía que se
nota con mayor intensidad en las grandes corporaciones, industriales,
comerciales y financieras que amenazan con despidos en masa y con quebrantos de
diversa envergadura.
En el tercer acto surge el pánico por la antedicha posibilidad de
derrumbe en cadena de colosos del mundo de los negocios con lo que los
gobiernos se abalanzan a forzar “salvatajes” en gran escala de aquellos
emporios en dificultades, desde luego con recursos provenientes de aumentos
adicionales en los gravámenes, con mayores presiones inflacionarias,
contrayendo dosis mayores de deuda o haciendo uso de los tres canales simultáneamente.
El cuarto acto muestra una escalada de agitadas manifestaciones de
“indignados” y otras protestas sindicales y sociales de diversa magnitud y
violencia. Son los que sienten en sus bolsillos la severidad de la crisis que
están financiando compulsivamente. Son los relativamente más débiles que no han
tenido poder de lobby para recibir los mencionados “salvatajes” (por otra parte
estas transferencias compulsivas de recursos no pueden generalizarse: siempre
se llevan a cabo a favor de algunos y en contra de otros que son los que se
hacen cargo de los platos rotos).
El quinto acto que tiene lugar en paralelo a las anteriores etapas
estriba en el necesario apoyo logístico no solo de las políticas de la primera
etapa (que muchos proponen acentuar) sino de las comentadas medidas de
financiamiento forzoso. Estos se dividen en cuatro categorías. En primer lugar,
los propios agentes gubernamentales que defienden lo hecho. En segundo término,
los ideólogos keynesianos y socialistas y las nefastas burocracias internacionales
y sus compañeros de ruta que alegan peligros de “crisis sistémicas” sin
percatarse que de modo superlativo están contribuyendo a profundizar sus raíces
y consecuencias. En tercer lugar, los integrantes de las grandes corporaciones
y sus voceros que se mantienen a flote merced a lo ocurrido, sin asumir los
costos por su ineptitud e irresponsabilidad, al contrario de los genuinos
empresarios que operan en base a la satisfacción de sus clientes. Y en cuarto
lugar, los usufructuarios de dividendos y rentas provenientes de esas empresas,
quienes declaman en la sobremesa sobre el dolor de los relativamente más pobres
pero les importan un bledo a la hora de recoger los frutos malhabidos,
situación que es compartida también por buena parte de los administradores de
carteras, concentrados y abstraídos en sus arbitrajes como si pudieran seguir
con sus negocios con independencia de lo que ocurra en el mundo que los rodea.
Si se viera el proceso de la crisis en una secuencia cinematográfica se
observaría en una punta a los mal llamados empresarios que acuerdan con el
poder de turno y, en la otra, a los esquilmados en el fruto de sus trabajos,
cual aspiradora gigante que succiona sus ahorros y carcome todas sus ilusiones.
Pero lo llamativo del caso es que cuando estos explotados se quejan, piden más
de lo mismo en cuanto a las políticas que precisamente los empobrecieron. Esto
último se debe al nefasto clima educativo que hace de operación pinza: por un
lado recetas socialistas, intervencionistas y estatistas y, por otro, la
propaganda escolar y universitaria que en gran medida enseña que es buena la
destrucción del derecho de propiedad y que la solución radica en el
autoritarismo de un Leviatán cada vez más adiposo y hambriento, sin necesidad
de que las personas realicen esfuerzos
ni asuman responsabilidades y afronten sus deberes.
Es de desear que la situación se revierta con el esfuerzo de quienes
defienden los valores y principios de la sociedad abierta y combaten la
prepotencia del sistemático e inmisericorde atropello gubernamental,
paradójicamente encargado de proteger y garantizar los derechos de la gente,
pero en los hechos convertido en el peor enemigo de las libertades
individuales. Si esto no se revierte, el peso cada vez mayor sobre los más
necesitados hará explotar por los aires todo vestigio de civilización. Es
tragicómico en verdad que se pretenda responsabilizar de la crisis al
inexistente capitalismo en una carrera desenfrenada por acentuar la
desaparición de todo vestigio de aquel sistema.
Resulta indispensable que los estatistas asuman la responsabilidad por
sus propuestas y no pretendan endosarla a corrientes de pensamiento que
propugnan la libertad. Tal como ha escrito Antoine de Saint-Exupéry, que vale
tanto para esto último como para los que se arrogan derechos sobre el bolsillo
del vecino: “Un ser humano significa, precisamente, ser responsable”.
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