Desde los amaneceres de la historia, se ha
intentado definir lo que es el hombre. Muchos filósofos se han dado a la tarea
de encontrar sus características más resaltantes o sobresalientes. El inmortal
Sócrates, como sabemos, pasaba el tiempo preguntando a las personas acerca de
sí mismas, y murió mártir en su intento de conocer al hombre. Diógenes, que
consideraba a la virtud como el don más alto, caminaba a plena luz del día,
linterna en mano, por las calles más populosas de Atenas, buscando, sin
resultado, a alguien que se acomodara a su preconcebida idea del hombre. Y
Aristóteles, observando las semejanzas y las diferencias entre el hombre y el
animal, le parecieron buenas las definiciones de zoon politikón (animal de ciudad),
y la de zoon lejon ejon (animal provisto de palabra).
En efecto, el hombre concreto y auténtico es
por naturaleza y por esencia un ser social provisto de palabra. Apenas si
existe un problema verdadero que no haya de compartirse con sus semejantes; y
cuando se aísla y pretende sentirse a gusto con su orgulloso narcisismo, cae y
se deshumaniza.
El hombre individual en sí, no posee la esencia
del hombre; la substancia del ente humano sólo tiene sentido cuando entra en
comunicación con sus congéneres; dicho en otros términos, el hecho de la
existencia humana sólo se concibe cuando el individuo entra en relación con
otros individuos; esto es, el hombre en comunicación con el hombre.
"Somos el hombre concreto que nace, sufre
y muere", decía Unamuno; mas como yo aislado no podemos ser; siempre
"yo soy y mis circunstancias", sostuvo Ortega y Gasset. "El
sentido de la persona humana en cuanto a personalidad, afirma Víctor E. Frankl,
en su obra Psicoanálisis y Existencialismo, apunta más allá de sus propios
límites"; apunta hacia la comunidad, así como cada piedrecilla de un
mosaico tiene valor en relación a la totalidad de éste.
Por esta razón, la comunicación humana ha sido,
a través de los siglos, una fuerza de inconmensurable energía; ella, como
ninguna de las palancas que pudieran existir, incita y une a los hombres a la
acción. De ahí que ninguno de los incontables logros históricos de organización
hubieran salido adelante, sin una bien elaborada red de comunicación; y prueba
de ello es, por citar sólo dos casos, la hazaña de construir las gigantescas
murallas de Babilonia, o el éxito logístico de Aníbal al cruzar Los Alpes, hace
más de 2 mil 200 años.
La comunicación es un instrumento social tan
importante, que sin esta herramienta, se puede afirmar, jamás podríamos influir
en las ideas, en los sentimientos o en las acciones de otras personas. El
destino del hombre es afrontar y resolver problemas; y esto, como es natural,
es obra de la comunicación. Tal hecho explica el porqué a quienes saben comunicarse
se les da preferencia en todas partes, adquiriendo, de paso, especial relieve
en los círculos en que se desenvuelven. Quienes saben comunicarse son garantes
de una aureola de superioridad, forjando, con éxito, sus propias oportunidades.
Quienes han cultivado la habilidad para
comunicarse, logran más que aquellos que sabiendo más, no pueden expresarse
adecuadamente; y más todavía; los que saben comunicarse, porque han aprendido a
relacionarse, pueden lograr el liderazgo de los grupos en los que intervienen,
despertando una buena impresión a través de sus expresiones.
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