El domingo pasado
culminó un proceso que, a todas luces y contra todo pronóstico, resultó
exitoso: los ciudadanos identificados con la oposición escogieron candidatos
para las elecciones venideras. En teoría, todos los candidatos que representen
la oposición lo harán en unidad de intereses, coordinarán esfuerzos en conjunto
y serán la fuerza política que adversará, en octubre de este año y abril del
año que viene, al oficialismo.
Tres millones de
votantes en cualquier elección en este país son muchos votantes juntos y, más
aún, cuando son todos de un bando vilipendiado, descalificado y amenazado.
Sesenta y dos por ciento de votos para un candidato es una proporción muy
grande. Las esperanzas de los votantes les llevaron a ser muchos y a preferir a
Henrique Capriles, eso debemos leerlo con mucho detenimiento.
Tal y como se están
planteando las cosas en Venezuela, ya no seremos más ese país de improvisados e
improvisadores, que resolvemos por la pasión del momento y cambiamos al calor
de los eventos. La estrategia diseñada y aplicada por la mesa de la unidad ha
sido exitosa. Más exitosa aún ha sido la estrategia política y electoral del
candidato elegido, que se las ha ingeniado para estar siempre en la cresta de
la ola. Ambas son dignas de consideración y estudio.
Eso fue lo que vimos:
un cambio radical de estrategia política y electoral por parte de la oposición.
Lo que veremos ahora
será, ojalá, igualmente exitoso. Pero también veremos una tormenta de
presiones, maledicencias, descalificaciones, mentiras y montajes por parte de
los adversarios oficialistas. Preparémonos para una oposición y un candidato
opositor paralelo y para los gritos de “fraude” y la presunción de engaño.
La lucha electoral va a
ser muy dura, el adversario es un enemigo que no da cuartel y que va a defender
sus cuotas de poder e influencia de cualquier manera, por cualquier medio a
cualquier precio. No se trata de una contienda electoral más, no, para nada. Se
trata de la toma de posición política e ideológica más trascendente que hemos
tenido y tendremos en este país. El problema no es la economía (Todavía hay
petróleo para seguir botándolo), ni la sociología (todos queremos lo mismo para
nosotros y nuestro pueblo). El problema es el poder, el personalismo y el
mantenimiento de la complicidad, tanto la voluntaria como la obligada (bozal de
arepa).
El chantaje y la
manipulación judicial, así como la utilización de marionetas para la
promulgación de leyes y decretos, deben terminar. Ya la nación no soporta más
las incongruencias entre la constitución y las acciones oficiales.
Preparémonos para un
futuro inmediato de desazones, rabias y maltratos. Aprendamos desde ahora a
responder con firmeza, unidad y solidaridad con nuestros legítimos y verdaderos
dirigentes, elegidos democráticamente.
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