El
führer acaba de reconocer que lo ocurrido el 4 de febrero de 1992 fue "una
especie de quijotaaaada, una locura de amor (¿Qué quiere decir esto último. Lo
sabrá él mismo?)" (El Universal 02-02-12, Pág.1-6). "No teníamos ni
un teléfono celular. Esos tanques que vinieron a Miraflores no tenían municiones,
ni teníamos radio". Reconoció que las posibilidades de éxito "eran
nulas, cero. Pero había que hacerlo estabamos resueltos a hacerlo".
Es
triste enterarse ahora que tantos venezolanos inocentes, en su mayoría
soldados, que no sabían o no entendían lo que estaba pasando, hayan pagado con sus vidas esa quijotada.
Aun
cuando se pretenda hacer creer lo contrario, esa aventura criminal ha quedado
inscrita de manera imborrable en las páginas más dolorosas, negras y nefastas
de la historia del país. De nada le vale al führer utilizar sus habilidades de
prestidigitador, o mejor, sus dotes de cuentista mentiroso, para tratar de
tergiversar la historia y convertir un hecho luctuoso en una epopeya. Sobre
todo abusando de ingenuidad de las nuevas generaciones que no habían llegado al
mundo para ese momento y que solamente escuchan la versión mentirosa de quien
dirigió y fracasó en aquel intento de interrumpir el orden constitucional
precisamente en el momento en que el país comenzaba a despegar hacia tiempos
mejores de prosperidad para el bien de todos los venezolanos.
La
parada militar -en la cual extrañamente el controvertido nuevo ministro de la
Defensa figuró en segundo plano - realizada con el propósito evidente de
amedrentar a los venezolanos que no comulgan con el proyecto comunista del
"comandante en jefe", constituye, como lo han dicho muchos, una
autentica bofetada a la fuerza armada que con la sangre de sus soldados impidió
que en aquel momento se materializara una agresión contra la institucionalidad
democrática. Los militares dignos, institucionales y patriotas, que son, estoy
seguro, la mayoría, deben sentirse avergonzados de que los obliguen a marchar y
tomar parte en esa comedia montada para mostrar la juguetería militar inútil
que al precio de más de nueve mil millones de dólares de todos nosotros ha
adquirido el führer para satisfacer sus antojos infantiles.
A los
militares y a los miles de funcionarios públicos movilizados para la ocasión
debe también indignarles que los obliguen a fingir que comparten el regocijo de
aquellos que fueron autores materiales y cómplices del intento de magnicidi-o
contra el presidente Pérez y el asesinato de tantos compatriotas.
Igualmente
es triste y da pena ajena constatar que gobernantes de otros países se
prestaron para participar en el espectáculo montado para festejar lo que su
mismo autor reconoce fue una "quijotada, una locura de amor". Pero
qué puede esperarse de ese club de los "tiramealgo" que llaman ALBA?
Son gobernantes que han vendido sus almas y las de sus pueblos para sacar
tajada de la munificencia despilfarradora de quien en mala hora dirige POR
AHORA, los destinos de nuestro país.
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