Diariamente
consulto en la red a intelectuales de alta envestidura en la política, las
artes, las ciencias, la tecnología, la literatura, la filosofía y la
psicología, y por casualidad en uno de los links tropecé con la historia del
Dr. David Owen, que fue un famoso médico neurólogo y político inglés que llegó
a ser ministro de Asuntos Exteriores y fundador del partido Socialdemócrata de
su país.
Lo que mas
me llamo la atención del personaje, fue la publicación que el hizo de un libro
en el cual describió el síndrome de Hybris, que ataca a aquellos gobernantes
que mientras disfrutan de las mieles del poder se sienten dioses y una vez
pierden el mando se deprimen porque sus sucesores no atienden sus
instrucciones. Pasan de la megalomanía a la paranoia sin solución de
continuidad.
Se cuenta
que fueron los griegos quienes primero usaron el término “Hybris” para definir
al héroe victorioso que, ebrio de poder, se comporta como un dios. De allí que
al síndrome de Hybris se le llame también “la embriaguez del poder”.
Como síntoma
especial de este mal se señala la incapacidad del gobernante de escuchar las
opiniones diversas. No consulta sus decisiones porque siempre las cree
correctas y lícitas, así después cuestione a los demás por el mismo proceder.
Lo que en el dios chiquito es válido, no lo es en sus contradictores. Lo que en
su tiempo es acertado, después no lo es. Cuando se vale de todas las
herramientas a su alcance su actuación es legítima, mas si lo hace su sucesor,
es indebida.
Todo
comienza, al decir del Dr. Owen, en el momento en que el gobernante se rodea de
aduladores que magnifican su mandato, hasta llevarlo a pensar que era el
indicado para ejercer el poder y que precisamente por eso está ahí. El destino
se encargó de situarlo en el lugar exacto a la hora justa.
En una
segunda etapa llega a un estado de egolatría exagerada, propia de un iluminado,
que lo hace creerse infalible e insustituible. La persona o institución que no
esté de acuerdo con él pasa a ser su enemiga personal y debe ser exhibida
públicamente como traidora a la patria. Usa toda la maquinaria del Estado y a
sus escribidores de cabecera para rebatir las ideas contrarias y para
desprestigiar a sus objetantes.
Al quedar
huérfano de poder sufre por la voltereta de sus áulicos que persiguen
reacomodarse en el nuevo mandato. Reclama abnegada sujeción a sus órdenes, como
si todavía tuviera súbditos. Se sume en un profundo abatimiento, envejece con
inusitada rapidez, se torna hosco, se impacienta, rabia, trina, y hasta les
niega el saludo a sus antiguos aliados. No soporta la dejación, el abandono. Es
un rey sin corona reclamando un trono perdido.
Casos
emblemáticos de líderes que adolecieron del mal de Hybris lo fueron Winston Churchill
en Inglaterra y George Bush (padre) en Estados Unidos. Lo que no se puede
afirmar, con sereno juicio, es que todos aquellos gobernantes cuya generación
arriba al mismo cargo han sufrido de la embriaguez del poder, como lo fueron
Rafael Caldera o Carlos Andrés Pérez, por ejemplo. La historia se encargará de
calificarlos.
Lo que sí no
se puede perder de vista es que el síndrome de Hybris en su fase final conduce
a la paranoia, que es una perturbación mental que requiere ser atendida
profesionalmente. Quien conozca a algún ex gobernante del orden nacional,
estadal o municipal que presente estos síntomas, y lo quiera sinceramente,
debería aconsejarle asistencia médica especializada. Claro, no seria Edmundo
Chirinos ex psiquiatra del comandante y hoy condenado a 20 años de cárcel por
homicidio y patologías sexuales severas. De paso podría prevenir a los que
terminan sus mandatos este 2012 de las perversas consecuencias de la soberbia.
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