Tras soportar las consecuencias del colapso económico y la descomposición
social, originadas por las irresponsables políticas populistas de los años
ochenta, y, tras pasar sin pena ni gloria los años noventa en medio de reformas
liberales inconclusas, América Latina buscó poner la casa en orden en años recientes,
y ahora, mira con esperanza el inicio de la segunda década del siglo XX, en lo
que los especialistas han vaticinado puede ser “la gran década” para la región.
Sin embargo, existen una serie de condicionantes y trampas que es
oportuno identificar. Impulsadas por demagogos ideológicos hambrientos de
poder, están en peligro las oportunidades de crecimiento económico, estabilidad
social y eficacia política. Hoy, como en aquellos años ochenta, los impostores
han regresado por una nueva estafa; algunos son viejos conocidos y otros malos
por conocer.
Ejercer una denuncia responsable es un deber como ciudadano, pues estas
élites representan la mayor amenaza para nuestro sistema democrático, de eso
que ellos mismos han denominado “populismo latinoamericano”.
La inteligente manera de llevar sus pintorescos mensajes a las masas, la
tiranía disfrazada de promiscua benevolencia y la carencia de información de
parte de la sociedad, hacen un llamado para desnudar al gran impostor frente a
la verdad y la justicia, en pro de la preservación de los valores democráticos
y con el fin único de buscar las alternativas que permitan de la manera más
pronta, alcanzar el bienestar social y económico en sociedades con libertad,
oportunidades y gobernanza entre quienes las conforman.
Por ello, he intentado desmenuzar algunos de los grandes mitos que
vulgarmente los populistas latinoamericanos pretenden seguir promoviendo en sus
campañas políticas, que imponen a los medios de comunicación cuando llegan al
poder, y que, más que mitos, representan la praxis opuesta de sus políticas al
hacerse de la bandera y los actos oficiales.
Propongo tres mitos, no son los únicos, tampoco los primeros ni los
últimos, pero encierran tres de las principales falacias en el orden económico,
político y cultural, que forman ese triunvirato de conspiración y engaño, hecho
patraña populista cuando llega al poder.
MITO I:
ECONOMÍAS CENTRALIZADAS TRAERÁN CRECIMIENTO ECONÓMICO
“En efecto, ¿quién hace la
riqueza? ¿Es la riqueza obra del gobierno? ¿Se decreta la riqueza? El gobierno
tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción, pero no es obra suya la
creación de la riqueza” - Juan Bautista Alberdi
Dentro del árbol genealógico intelectual de cualquier caudillo populista,
existe la creencia, de que, es a través del proteccionismo de las industrias
nacionales y la nacionalización de las principales instituciones, la mejor
manera de preservar los intereses de la sociedad. Imponer un Estado Empresario,
sintonizar la burocracia como modelo de negocio y otorgar subsidios a los
grupos clientelistas, forman parte de la estrategia económica de estos
gobiernos, a los que no les parece importar el deterioro económico permanente
al que van desenfrenadas sus economías.
Y es que, como parte de los vicios de los demagogos populistas, se
encuentra una necesidad por nacionalizar cuanto recurso se les aparece en el
espectro económico, sin medir los costos monetarios y no monetarios de sus
decisiones, y , olvidando que la primera necesidad de los países latinoamericanos
es atraer inversiones, generar valor agregado y esto solo puede lograrse con
garantías claras y condiciones amigables para la inversión extranjera, las
multinacionales y el pequeño y mediano empresario nacional.
Dependiendo de la industria, las medidas autoritarias que atentan contra
las libertades económicas varía; desde el control de precios para mantener
cuotas de producción y consumo, hasta la expropiación de tierras y capital de
empresarios que han logrado establecer actividades comerciales en los países,
generando fuentes de empleo y transferencia de capital tecnológico y
conocimiento. En economías enlazadas de forma cada vez más progresiva, a través
de las tecnologías de la información y los adelantos científicos, resulta más
fácil para los pequeños competidores aprovecharse de las ventajas del
intercambio comercial. Pero, sin las condiciones estructurales y la estabilidad
política necesaria, las oportunidades terminan en utopías.
Han sido muchos los países que inicialmente no contaban con la mayor cantidad
de recursos naturales, mano de obra calificada, y mas bien, tenían índices
socioeconómicos alarmantes, pero que bastó un compromiso político firme y
honesto para darle a la comunidad internacional señales de confianza de que
existían proyectos políticos serios, en pro de la movilidad de capitales y de
la atracción de inversiones, como forma de fomentar la investigación y el
desarrollo y para establecer en una sociedad emprendedora el secreto del
desarrollo. El caso de los tigres asiáticos y los países de Europa del este que
vivieron por décadas en el oscurantismo soviético, son buenas lecciones de cómo
crecer responsablemente y lograr bienestar para la sociedad.
Los gobiernos, más que establecer políticas de personalistas, debe
enfocarlas como políticas de Estado, entendiendo que es a través de la apertura
y el provecho a las ventajas comparativas, la mejor forma de sacarle ventaja al
mercado. El experimento del Estado Empresario está comprobado como experimento
fallido y resulta grotesco que algunas cabezas calientas pretendan imponerlo de
nuevo, cuando hay conciencia de las externalidades negativas y el costo de
subdesarrollo de décadas que la sociedad presente y muy futura acabaría pagando
con resignación. Que no se repita la historia.
MITO II: UN
ÚNICO PODER ES MÁS EFICAZ
“El principio de que el fin
justifica los medios se considera en la ética individualista como la negación
de toda moral social. En la ética colectivista se convierte necesariamente en
la norma suprema; no hay, literalmente, nada que el colectivista consecuente no
tenga que estar dispuesto a hacer si sirve «al bien del conjunto», porque el
«bien del conjunto» es el único criterio, para él, de lo que debe hacerse” -
Friedrich Hayek
Una de las principales discusiones al analizar cómo lograr Estados más
eficientes, que permitan una gobernanza efectiva dentro del sistema
democrático, está relacionada con las ganas de encontrar mecanismos que
agilicen el ejercicio de la función pública.
Para algunos, otro de los aspectos importantes dentro de lo que ahora se
llama democracia real participativa, está relacionada con la incorporación de
las diferentes élites en la construcción de los Estados. Así, las minorías
proponen sus agendas y a las mayorías se les integra un proceso de reingeniería
cultural, que con mayor o menor lentitud, se termina incorporando a la
cotidianidad, a veces disfrazada de compartimiento, y en otras, de tolerancia.
Para otros, es esta petitoria de ejercer un contrapeso de poderes, lo que
ha provocado aparatos Estatales clientelistas, predispuestos al mejor postor, y
que por lo tanto, siempre será un juego de suma cero, donde el gran capital se
impone, sin importar si se habla de minorías, de Estado de Derecho o de
convivencia democrática.
Es este último el vil mercadeo político de los populistas
latinoamericanos. Han manipulado sus mensajes con el afán de promover la
concentración del poder en el caudillo y sus secuaces. Así, comienzan a imponer
la creencia, de que, las urgentes reformas estructurales de los países llegarán
solo a través de amañadas Asambleas Constituyentes, decretos hegemónicos e
indivisibilidad en el poder. Lo anterior, da paso a nombramientos a conveniencia,
imposibilidad de fiscalizar y crear mecanismos de rendición de cuentas,
transparencia y mucho menos cumplimiento del Estado de Derecho que a partir de
este momento desaparece de forma automática.
Está en una mayor coordinación institucional, la manera para fomentar un
Estado más ágil, donde las acciones de gobierno se sincronicen entre sus
diferentes representantes e incorporen al sector privado, en un proceso de
concertación de intereses, pero siempre, bajo el respeto de la seguridad
jurídica, la independencia del poder Judicial y la representatividad del poder
legislativo, de manera que se respete el Estado de Derecho como forma de
preservar la sana convivencia democrática.
MITO III: LA
GLOBALIZACIÓN ES PARA LOS RICOS
“El lenguaje político…está
diseñado para lograr que las mentiras parezcan verdades y el asesino
respetable, y para dar una apariencia de solidez al mero viento” - George
Orwell
El populista latinoamericano entiende bien que la sociedad
latinoamericana es susceptible al sentimentalismo político, a esa retórica
exacerbada que le abre sus puertas al nacionalismo. Es la necesidad de
encontrar culpables al subdesarrollo, es el furor que quema su pintoresco
espectro ideológico y la convierte en demonio de infinitas caras, capaz de presentarse
a las elecciones democráticas, interrumpir con la estabilidad del sistema y
alzarse con el poder.
Ya ha pasado la época de las revoluciones y las guerrillas, la era de los
combates asimétricos, los trajes camuflados y las intervenciones terroristas de
asaltos a ministerios y atentados contra estatuas o espectáculos públicos. Ha
sido otra de las lecciones aprendidas; ahora, los populistas intentan llegar al
poder a través de las elecciones libres, donde a excepción del régimen
totalitario cubano, ya hay democracia en todos los países de la región.
Sin embargo, aunque se han resignado a aceptar las urnas como juez con
veredicto, hacen uso de una domesticación barata contra una sociedad plasmada
en desesperanza y desconcierto. Un pueblo desinformado, carece de razón, y sin
ésta, puede ser capaz de cualquier disparate.
Así, han sido muchos los populistas que recientemente han llegado a los
gobiernos de los países latinoamericanos. Una vez instalados en el sillón
presidencial, comienza el mayor proceso de desbaratamiento institucional del
marco establecido.
Los alarmantes niveles de pobreza y la mendicidad de los indicadores
económicos necesitan algún culpable. ¿Qué mejor manera de denunciar la
corrupción del sistema capitalista como fuente de todos los males?
Quizá, lo más preocupante, es la sustitución de valores que los
populistas intentan imponerle a su gente. Cuando los gobernantes convierten sus
fines en los fines de la sociedad, comienza una degeneración de todas las
estructuras del orden presente, por una imposición de costumbres, gustos y
preferencias a través de la represión y la violación a las libertades políticas
y civiles.
Los gobiernos autoritarios necesitan el control de los medios de
comunicación, infiltrarse en las organizaciones no gubernamentales y en
cualquier posible organización de libre pensamiento. En la medida que sus
intereses se encuentren alineados con otros grupos, principalmente militares e
Iglesia, se formará un triunvirato capaz de sostener a través de la represión
mental y física a la sociedad en un adormecimiento progresivo, donde el
deterioro en la calidad de vida, la disminución de oportunidades y la condena
al subdesarrollo son las consecuencias más fatales obtenidas como resultado.
Dentro de las actividades culturales más comunes de los populistas, se
encuentra el interés desmedido por ensalzar cualquier manifestación
antiimperialista, entendiéndolo en términos tropicales como una guerra no tan
fría contra los Estados Unidos de América, que por si fuera poco es uno de los
principales socios comerciales para la mayoría de países de la región.
En el discurso de los populistas, tiende a existir una masificación que
termina provocando nauseas; después de tomar el control de los medios de
comunicación y empoderarse como la única voz oficial y con criterio para opinar
de asuntos relevantes, se ponen en práctica lemas y conductas vergonzosas,
donde el consumismo es castigado como traición, cuestionar al gobierno es
desterrar los valores nacionalistas, querer comodidad es dejarse llevar por las
transnacionales que le mienten al mundo y donde opinar a favor del mercado, de
la libre movilidad y acceso a las tecnologías de la información es estar
corrompido por el sistema.
El mercado, lo dibujan en las vallas publicitarias como el pulpo capaz de
dejarse todo en sus ramificaciones para entregarlo a las transnacionales y
robarle los recursos a los campesinos, que por si fuera poco, son más pobres
después de la titulación de las tierras que le fueron expropiadas a la empresa
privada, pues nunca contaron con la capacitación ni las herramientas para
hacerle frente a sus cosechas.
El sentido de una sociedad emprendedora no existe. Se busca en una
primera parte, el crecimiento insostenible de ciertas variables económicas,
aplicando políticas de regalías a todos los sectores, con irresponsabilidades
en el manejo fiscal y monetario, comprando así conciencias y terminando de
desbaratar a una sociedad desinformada.
Cuando ya la burbuja es insostenible, comienzan los desordenados
controles de precios, descontroles inflacionarios y los límites en la capacidad
de la deuda comienzan a estallar. Al llegar a tal nivel, solo queda soportar
las noches negras que se aproximan; una sociedad echada a la mala cabeza de sus
gobiernos. Los signos son claros. América Latina está sobre aviso.
CONCLUSIONES
Los latinoamericanos debemos asumir a la democracia como el sistema menos
imperfecto, capaz de establecer metas y homologar intereses disímiles en
propuestas comunes. Para esto, es trascendental la representatividad real, la
cogobernanza de las minorías con sus respectivas agendas y el respeto al Estado
de Derecho, como forma de garantizar la propia convivencia democrática.
La libertad es indivisible a la democracia. Los gobiernos deben de
preocuparse por garantizar el respeto a la Ley, por el fortalecimiento y la
transparencia institucional, que generan la confianza necesaria en la sociedad
civil, empresarios, en la comunidad internacional y en los diferentes grupos.
Si las reglas están claras, el funcionamiento del Estado permite conducir hacia
proyectos de largo plazo, donde los intereses individuales se encuentren
coordinados a través de las relaciones socioeconómicas que mediante la
manifestación política en democracia pueden validarse.
El autoritarismo, las políticas represivas, el control a las actividades
económicas y la violación a las libertades civiles y políticas, nunca podrán
ser justificadas, ni siquiera cuando se disfrazan con benevolencia por
caudillos que esconden pasiones ideológicas enfermizas y que no han comprendido
la mutación de las relaciones geopolíticas de este mundo globalizado.
Buscar la participación política, va más allá de la simple actividad en
grupos oficiales, sino que, interviene un factor de compromiso democrático, con
los valores tendiente a fortalecer una sociedad heterogénea en características,
pero afín en sus fines. Todos los grupos desean prosperidad y tienen la
esperanza de un mejor mañana. Por esto, el Estado debe de brindar la libertad
de pensamiento, de asociación y garantizar la transparencia en el
funcionamiento de sus instituciones, que deben estar en función de los
intereses sociales y no de los intereses de quienes sostienen el poder.
Los populistas no entienden nada de lo anterior, son ágiles y sutiles y
están dispuestos a emboscarnos una vez más. Aún es tiempo Latinoamérica.
*Pedro Aguilar es Economista de la Universidad de Costa Rica y miembro de
la Red de Escritores Plumas Democráticas.
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