Fueron tres,
cuatro o cinco minutos que tuvieron la virtud de liberar al país de una de las
chácharas más insulsa, mentirosa y bochornosa oídas en cualquier momento de su
historia, y tres palabras que expresaron una verdad que más de la mitad de los
venezolanos hacía tiempo querían
gritarle a Hugo Chávez: “Presidente, expropiar es robar”.
Y que
paralizaron a los expropiadores y a su jefe, los dejaron en evidencia ante
Venezuela, América latina y el mundo, como unos individuos fuera de ley y
obligados a dar cuenta de los bienes de cientos de miles de propietarios que se
embolsillan a diario, y que, muy en la lógica de los regímenes colectivistas y
totalitarios, no buscan otro propósito que empobrecer aun más a los pobres para
hacerles presa fácil del látigo que, si no entra por la fuerza, entra por el
hambre.
Las
pronunció, María Corina Machado, diputada, candidata independiente a las
elecciones primarias del 12 de febrero próximo, quien, desde hace meses realiza
una campaña electoral valiente, clara, limpia, directa, unívoca, sin
ambiguedades y enfrentada a los status quo responsables de que el país haya
derivado hacia su tragedia actual y
decidida a demostrar que porta las ideas, los sentimientos y los guáramos para
detener la destrucción por la que Hugo Chávez arrastra a Venezuela.
No es nueva,
pero tampoco es vieja en política, por cuanto, apenas empezó a conocérsele a
partir de la instauración del militarismo chavista hace 13 años, liderando una
ONG, SÚMATE, especializada en detectar y denunciar los mecanismos con los que
Hugo Chávez fraguaba sus fraudes electorales, y través de la cual dijo al
mundo, cómo los conatos post Guerra Fría para restaurar el comunismo y
el totalitarismo, eran consubstanciales al establecimiento de democracias
plebiscitarias y seudoconstitucionales que
utilizaban los valores y principios del estado de derecho… para
destruirlo.
En esa
pasión recorrió y conoció a Venezuela, se ligó a su gente, pensó, estudió y
trabajó con ellos, y le creció esa garra política que solo adquieren quienes
tienen el coraje de tomar los caminos y enfrentar, desde tempestades, hasta
naufragios, desde atentados con piedras y balas, hasta el compromiso de no
fallarle jamás al pueblo, a los más
vulnerables.
Lo demostró,
como nunca, la tarde del viernes antepasado, cuando sola y sin el respaldo
ostensible del resto de la bancada parlamentaria de la oposición, confrontó las
mentiras que soltaba Hugo Chávez desde hacia 5 horas, y a las cuales era necesario, no solo
gritarle “NO”, sino advertirle a su autor las consecuencias de todo orden que acarrea el tratar de engañar tan
descaradamente a un país.
Palabras
nacidas, por cierto, más del hartazgo que provoca en cualquier ciudadano ver rodar
infundios sin rechazos ni sanciones, que de una razón política electoral
que se desliza tras la caza de oportunidades que motivan votos y adhesiones.
De modo que,
vuelvo a ver a María la tarde del viernes, de pie, sostenida solo por su
verdad, y sin duda, consciente de que no buscaba otra cosa que el desahogo
moral de una ciudadana que en ese momento asumió la voz de todo un país.
Y claro que
lo logró, con un Chávez que a partir de entonces cuelga del cuello la etiqueta
de: “Expropiar es robar”, y un electorado que debe decidir, primero, en las
primarias del 12 de febrero y luego en las presidenciales del 7 de octubre, si
tal individuo amigo de lo ajeno, violador de un derecho constitucional, el
derecho a la propiedad, que está obligado a proteger y respetar, merece ser reelecto
presidente de la República.
En otras
palabras, que en apenas cinco minutos, María Corina Machado, empujó la crisis
nacional hacia su epicentro, hacia el
punto álgido que no es otra cosa que una crudísima realidad política, aquella
por la que progresiva e implacablemente se han ido reduciendo los derechos
civiles y constitucionales de los venezolanos y convirtiéndolos en cualquier
cosa, menos en ciudadanos, ya que de libres, pasaron a ser súbditos de un emperador, un rey, un cacique o caudillo.
Un estado, o
sensación de real orfandad, donde si no hay cárceles con miles de presos políticos, cámaras donde se tortura, o acosos para que
se abandone el país y se tome el camino del exilio, es porque los
neototalitarios se toman su tiempo y van aplicando solo aquellas vueltas de
tuerca que recomiendan la normas de la violencia bien administrada.
Y si no,
¿cómo se llama la expropiación forzada, y sin la debida compensación a sus
dueños de 3 millones, 500 mil hectáreas de tierra fértiles y cultivadas, para
ser entregadas a grupos de comisarios políticos disfrazados de campesinos, que,
a la par de hacerse con jugosos créditos del estado, las abandonan para que se
transformen en erial?
¿Cómo
calificar la ocupación de edificios propiedad de particulares, o de urbanizaciones
construidas por empresas privadas, o de talleres, fábricas o estacionamientos
incautados a pequeños y medianos comerciantes, donde se han lanzado a miles de
trabajadores a la calle, pero sin que hasta ahora se sepa, exactamente, que
pasará con tales bienes, si dentro de poco los veremos en ruinas, o servirán
para construirles a los pobres tugurios que llaman viviendas?
Igualmente,
hay un manejo doloso y dispendioso del ingreso nacional, transferido a
gobiernos extranjeros a través de acuerdos y convenios que se ocultan
ladinamente al país y a sus instituciones, pero que todo el mundo conoce hacen
parte de la política de un líder como Chávez que se siente sucesor de Lenin,
Stalin, Mao y Fidel Castro, y está empeñado en tener su propia Guerra Fría, a
la medida, de acuerdo a su estilo y pret-a-porter.
O sea, que
un cúmulo de ilegalidades, inconstitucionalidades y atropellos de los cuales
habría que pedirles cuentas al gobierno y a Chávez, no solo en una campaña por
las primarias de la oposición, sino en el día a día de los políticos
democráticos que se toman, y precian por tales.
En suma, que
toda la situación que fue abordada y resumida por las tres palabras de María
Corina, que quedaron constituidas en una suerte de emblema para entender cómo
Venezuela ha sido destruida en los últimos 13 años, con sus ciudadanos
convertidos en súbditos, y como en vez de un presidente constitucional y
garante de la libertad y la democracia, tenemos un caudillo que cada día las
restringen más y más.
Verdades que
se sienten y se sufren, pero que el país esperaba ver rodando en el curso de un
debate electoral, el de las primarias, cuya pulcritud, ya sabemos, las ha
transformado en un evento más de
academia, que de lucha por la salvación de un país.
Las trajo,
afortunadamente, “El huracán María” y ello es la razón de que, tanto la
candidata, como su programa, hayan pasado a ser, a partir del viernes
antepasado, la opción primera en la agenda de electores que claman por
denuncias claras y acusaciones contundentes para que la primarias sean, no solo
una fiesta de la democracia, sino una batalla en la cual nos jugamos su
destino.
Una elección
para un momento decisivo de nuestra historia, uno en el cual, vacilar o
equivocarse, puede significar, sino la
pérdida total de la República, si la posibilidad de una recuperación, tan
remota, como compleja.
El momento,
en suma, de “El huracán María”, del fenómeno político que comenzando con la
devastación de las intenciones de Hugo Chávez, no puede terminar sino con la
reconstrucción de Venezuela.
ILUSTRACIÓN: Lúdico
(@MMalaverM
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