Del tiempo que pasa y la identidad que perdura, podría decirse de la política y una de sus
expresiones más benévolas. Nos referimos a los acuerdos, a los pactos y
alianzas. Estas expresiones de la política y lo político recogen algo inherente
a los humanos: la posibilidad del entendimiento, del diálogo por oposición a la guerra o la confrontación
abierta. De manera que, el acuerdo López-Capriles no tendría nada de extraño ni
debería generar suspicacia alguna de no ser por el éxito que ha tenido en este
país el discurso de la confrontación y la anti política, es decir, la anti
democracia.
Pero resulta que este dúo
dinámico ha venido montando un discurso de supuesta ruptura con el pasado, de
creación de formas novedosas revestidas de un grado de pureza tal que, en ellos
no sería posible hallar traza del pasado, nada que pueda vincularlos con esa
cosa fea y degradada que fue la etapa democrática forjada por los partidos
tradicionales. Atrapados en semejante dislate, el dueto se acerca
peligrosamente al discurso triunfante en 1998, tiempo en el cual los
venezolanos se auto suicidaron buscando caras nuevas, no contaminadas de
pasado, sin trazas de contagio puntofijista. Nos hartamos de los políticos y
sus pactos, la hora de los milicos había llegado.
El malhadado puntofijismo,
llegó a ser para los venezolanos aferrados al caudillo victorioso en 1998, una
suerte de purgante. Un vomitivo tan desagradable como la política y los
políticos. Es decir, se estigmatizaba rabiosamente el acuerdo, la alianza de
partidos y gremios que logró 40 años de estabilidad democrática para los
venezolanos. El empeño de Capriles y López en deslastrase significa que no han
aprendido la lección. Capriles se hace el creativo al afirmar que somos un país con más futuro que pasado,
vaya bolsería. El otro creó un partido para demostrar formas novedosas y las
prácticas puras de la democracia que no pacta, que no se lía con los acuerdos
cupulares. Exactamente lo que hoy nos muestran como preciada diadema
democrática.
Y no es que la lengua
castigue al cuerpo, pues luce excelente
que se produzcan acuerdos, alianzas y pactos. Pero la manida idea de liberarse
del pasado sigue denunciando inmadurez. Líderes inmaduros aptos ciertamente
para dirigir pueblos inmaduros. De eso hemos alcanzado el hartazgo. Porque liberarse del pasado es
la renuncia al tiempo vivido, o como diría Borges, la vida está hecha de tiempo
y el pasado es la sustancia de que el tiempo está hecho. Cierto que podemos
hallar cosas buenas y malas en el pasado, pero ambas han nutrido nuestra
existencia. Ya va siendo hora de madurar y esto bien podría ser entendido como
la aceptación de nuestro bien y nuestro mal. ¿Cómo asomarse al futuro sin esta
digresión?
*Opinión de Ezio Serrano,
Dr. en Historia, Director del BOLIVARIUM de la USB y conferencista del
Diplomado de Historia Contemporánea de Venezuela de UPEL-FRB y autor del N°8 de
la serie de HCV de esta Fundación en proceso de ediciónEL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA