¿Es que Cabello cree que siempre será útil dejar que sea Chávez quien desbarre?
Tan importante es la palabra
que ocupa un lugar muy destacado en el Evangelio de San Juan, cuyo comienzo
asevera: "Al principio ya existía la Palabra y la Palabra era Dios... Todo
existió por medio de ella y sin ella nada de cuanto existe existió. En ella
había vida y la vida era la luz de los hombres" (Cap. 1, vers. 1 al 4 de
la Sagrada Biblia).
Pero el fenomenal peso de la
religión cristiana aparte, lo que nos hace humanos, y humanos que vivimos en
sociedad es justamente que podemos comunicarnos gracias al lenguaje, en un
principio puramente hablado y más tarde con el fabuloso invento que fue la
escritura.
Tardaríamos todavía un tiempo en descubrir que aunque lo mismo,
escritura y oralidad no son lo mismo, en la medida en que ponen en movimiento
distintas áreas de nuestra capacidad de conocer.
De todo esto -que forma
parte de los temas que trato en un curso que ocasionalmente dicto sobre
"Sociología de la escritura"- me he recordado con motivo del abuso de
las palabras que hemos padecido en días recientes.
Las palabras son -¿quién lo
negaría?- el principal instrumento del que disponemos para transmitir
significados a nuestros interlocutores. Cuando esas palabras están escritas
nuestros interlocutores se expanden, en el tiempo y en el espacio, más allá de
cualquier límite previsible. ¡Si todavía le damos vuelta a qué fue lo que quiso
comunicarnos Aristóteles!
Para que esa comunicación
con palabras sea posible, no solamente debemos disponer de un lenguaje articulado,
sino que al utilizarlo tengamos muy presente que debe significar lo mismo para
todo el que se vea involucrado. Este domingo tuvimos la oportunidad de
confirmar este asunto gracias al interesante artículo de Milagros Socorro en El
Nacional, sobre los galimatías de un pelotero.
Es quizás el asunto de que
"signifique lo mismo" para múltiples interlocutores -incluso muchos
que no están presentes, o que, de estarlo, no pronuncian palabra- lo que
resulta clave en cualquier momento, especialmente los actuales.
Veamos. El presidente
Chávez, cuando hablaba con el traductor de Ahmadinejad debía tener presente
-¿lo tuvo?- que ambos, el traductor y el beneficiado por esa traducción,
entendían exactamente lo que él quería significar con su ironía acerca de cómo
ambos enviarían un misil a Washington. Distinguir entre el lenguaje de un
hablador de tonterías en un botiquín de pueblo y el de un Presidente en un acto
que reviste solemnidad no es algo a lo que todo el mundo tiene acceso.
Es también evidente que
hablar 9 horas y media sin detenerse un momento a considerar el aguante de
quienes por fuerza deben oírte, omite a su propio riesgo que de ese alud de
palabras van a quedar, "para las noticias", muy pocas y no
necesariamente las que quisiera quien las emitió. Nuestras palabras, en efecto,
una vez que salen de nuestra boca ya no nos pertenecen. Otros nos la adjudican.
Y ya que hablamos de
"adjudicaciones", creo que sería de interés para cualquiera intentar
descifrar cómo es el uso que de las palabras hace el aparente Delfín designado
por Chávez y cuál es su sentido.
Prestemos atención. Recién
expulsado del PSUV, el para entonces diputado Luis Tascón fue entrevistado por
Tal Cual y allí reveló que una vez, cuando él estaba hablando sobre Socialismo,
el ahora diputado presidente Diosdado Cabello le dijo, en términos de esmerada
reconvención: "Tascón, Tascón, déjate de andar hablando sobre socialismo.
Déjale eso a Chávez".
Como para probar que sigue
con la misma opinión -muy poco chavista semejante fidelidad- ha tenido a bien
decirle a María Corina que es "mejor andar callada", como si quisiese
que todo el parloteo, el que conviene y el que no, fuese propiedad exclusiva de
Chávez.
¿Y entonces, a qué, pero
sobre todo a quién dirige sus palabras Cabello cuando injuria y ataca (con
sobrada desgana, hay que decirlo) a los que no le bajan la cabeza a Chávez? ¿Es
que Cabello cree que siempre será útil dejar que sea Chávez quien desbarre? En
eso se parece tanto a Juan Vicente Gómez, agazapadito y tan a la sombra del
bocón de Cipriano Castro, que hasta le capaba a los gatos que éste confiaba a
su esmerada servicialidad.
Que María Corina haya dejado
correr las palabras pertinentes que le salían de una paciencia que llegó a su
fin, no deja de ser harto refrescante cuando oímos con estupor palabras que
esconden lo que realmente pasa, y que estamos hartos de oír sin que nadie
interrumpa, como siguiendo la estrategia de Cabello. Por suerte el silencio cómplice muere pronto.
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