En folleto publicado en 2010
por la Editorial de la Universidad Complutense de Madrid y que leí en Internet,
recoge la conferencia de José Saramago, Premio Nobel de Literatura en 1998, con
el título de “Democracia y universidad”. El escritor señala en dicha
conferencia, que la universidad es el último tramo formativo en el que el estudiante
se puede convertir, con plena conciencia en ciudadano; es el lugar de debate
donde, por definición, el espíritu crítico tiene que florecer: un lugar de
confrontación, no una isla donde el alumno desembarca para salir con un
diploma.
La otra idea expuesta por el
celebrado escritor es acerca de la instrucción y de la educación. Dice que en
la universidad no se trata solo de instruir, sino de educar. Y, desde dentro,
repercutir en la sociedad. Aprendizaje de la ciudadanía, “eso es lo que
sinceramente creo que falta porque, queramos o no, la democracia venezolana
está enferma, gravemente enferma…”.
Esta educación ciudadana es la
que escasea entre muchos de nuestros políticos. Algunos tienen títulos
universitarios, fueron instruidos, pero no educados para asumir la
responsabilidad de ser ciudadanos desde los altos cargos que ocupan en la
función pública. De los abundantes ejemplos, tenemos muchos miembros del
Congreso o Asamblea Nacional, los cuales reaccionan con vocabulario y gestos
obscenos y, en el colmo de la prepotencia, amenazan a la oposición y a los
medios de comunicación en los debates televisivos.
El otro caso, es la mentira con
que intentan defender unas leyes como la de arrendamiento, con media sanción de
diputados, que la tenían guardada en el cajón de sus escritorios por varios
meses. Están especulando a favor de los intereses de su partido rojo-rojito. No
termina aquí. Cuando se les pregunta por qué no aplican el reglamento referido
a la inasistencia de muchos diputados a las sesiones, responden que no lo van a
hacer porque las ausencias no dañan la actividad de la Asamblea. O sea, que
ellos pueden prescindir de los parlamentarios. Total…ellos mandan.
En estos días se publicó en un
periódico, que los diputados en todo este año asistieron solo a 18 sesiones
plenarias. ¡Cuánto le cuesta al pueblo que se desloma en el trabajo cada
diputado que cumple con su obligación!
En su conferencia, Saramago
recordó el tratado de Política, de Aristóteles, según el cual un gobierno
realmente democrático debería necesariamente, por lógica matemática, por pura
aritmética, ingresar a su seno a más pobres que ricos porque “los pobres son
más que los ricos”.
Añadió Saramago que esta idea
utópica, esta aseveración revolucionaria, nunca se realizó “y probablemente
jamás se lleve a cabo”. Esta afirmación del escritor se debe a que no conoció
la realidad venezolana. Como quería Aristóteles, el Estado contó con
funcionarios, nombrados o electos, mayoritariamente pobres. Pobres de
solemnidad. Pobres de no tener dónde caerse muertos. Hasta aquí la utopía de
Aristóteles.
El problema es que, estos
funcionarios venezolanos, nombrados o electos, se apartan del sueño
aristotélico porque se vuelven ricos de la noche a la mañana. Entonces el
Gobierno ya no es democrático sino plutocrático. O sea, los que mandan son los
platudos. Y los peores: los nuevos ricos. Ahora mismo los Ministros, los
Diputados, los Magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, los Rectores del
Consejo Nacional Electoral, todos
miembros o amigos del presidente, ya no pueden andar en cualquier vehículo.
Tiene que ser el más caro, el más lujoso, el que tiene heladera y otros
adornos.
Estos funcionarios, a igual que
muchos otros, son universitarios. El asunto es que –siguiendo el pensamiento de
Saramago– fueron instruidos, pero no educados para ser ciudadanos, sino –agrego
yo– para vivir de ellos.
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