Todo en el
país se encuentra a la inversa en lo que
se refiere a las leyes, los recursos económicos, el comportamiento ciudadano y
los derechos que tiene cada quien por el simple hecho de ser individuos de esta sociedad.
La libertad
de expresión ahora solo le pertenece a los políticos, el derecho a la vida le
pertenece al hampa, la privacidad es un derecho que ya no se puede tener porque
forma parte del capitalismo salvaje. La justicia es solo para los más cercanos
al régimen por lo que un ciudadano común se puede ir despidiendo de su defensa
contra un ataque, verbal o físico, porque la impunidad es el nuevo código de la
ley del embudo.
Estamos en
el país bizarro donde el ordenamiento social ha sido llevado a su máxima
intolerancia. Lo que está pasando en el país pareciera que no le preocupa a la
gente sensata, ver por ejemplo, ante sus propios ojos, situaciones tan
insólitas que producen espasmos. Y no es que lo del pasado fue mejor, aquello que vivimos también tuvo sus
decepciones.
Ahora nos
ubicamos en el lugar de las incoherencias, y sabemos reconocerlas, como la
corrupción, pero las aplaudimos porque la nada es mejor que lo peor.
Insensibilidad, desprotección y una atmósfera de vida poco desarrollada que no
permite vivir de acuerdo con la
constitución para no ser considerados en
estado de esclavitud, sino protegidos.
La
complicidad se sigue manteniendo como una norma para derrumbar costumbres,
creencias, valores y hasta la organización del país para que no existan modos
de vida precarios que no han sido superados aún con la legislación vigente. El
asunto está planteado así “si te resbalas pierdes” o “lo tomas o lo dejas”.
Entretanto, soportar situaciones de relajamiento social resulta una nueva
frustración.
Solo vemos
que algunos sectores están interesados en la situación del país, pero en el
fondo tampoco hacen nada o muy poco para que se produzca un cambio. Todo está
en las manos de unas posibles elecciones que igualmente forman parte de lo
incierto, con aproximaciones de encuestadoras o adivinadores de oficio. Pasa el
tiempo y Venezuela sigue cayéndose a pedazos ¿Quién recogerá el último retazo?
En verdad
nos balanceamos entre la lealtad y el
miedo, dos ingredientes que calzan a la perfección para fines personalistas del
poder en esta Venezuela a la que le urge hasta un zapatero remendón.
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