La gran
noticia en México este ya próximo nuevo año, es la aprobación del neo
presupuesto—Que pena otra torre de Babel.” Argentina, Venezuela y
Colombia -casi toda América latina- es un cuadro de horror. Millones
de personas pasan hambre; otros sin trabajo apenas sobre viven; la clase
media ha visto recortarse a la mitad sus ingresos; y aun los ricos lo son algo
menos—excluyendo a los políticos y empresarios estatistas. En todos los niveles
se han descendido escalones, y algunos no uno sino dos o tres a la vez.
Obviamente los que moran en el subterráneo nacional, son los más desesperados.
Y es en todos los países.
¿Y los
Gobiernos? Persisten las barbaridades del castro comunista Osama Bin
Chávez en Venezuela; la ineptitud del populista Humala en Perú. Las
inconsistencias de Calderon en México tan contradictorias como las de
la también indefinida Cristina I en Argentina. Y las inconcebibles
estupideces de Correa, Morales, Ortega. Colombia es un bellísimo país que está
siendo cercenado en trozos por los barones feudales de la narco guerrilla ante
la ceguera de su clase política. América Latina tuvo Presidentes ladrones,
narcotraficantes y asesinos; pero hasta ahora no había llegado al
puesto una persona en estado de salud mental por lo menos
discutible.
¿Son los
gobernantes de esta generación más incapaces, más bandidos e ignorantes que los
de las anteriores? ¿Más mentirosos, bribones y ladrones? ¿Más ineptos e
irresponsables? ¿O son peores sus políticas y por lo mismo más destructoras? Esas
impresiones nos dan a primera vista ...
Pero
comparando, no son peores, o no mucho peores. Revisando país por país,
observamos que sus Presidentes actuales no son mucho más incompetentes o
sinvergüenzas que sus antecesores. Comparables a los de hoy han
sido Gabriel Terra (Uruguay), Getulio Vargas (Brasil), Juan D.
Perón (Argentina). O el coronel Marcos Pérez Jiménez y
Rómulo Betancourt (Venezuela). Aplicaban más o menos las mismas políticas
estatistas con las que Lázaro Cárdenas destrozó a México. Y de hecho son muy
parecidos. Tal vez los de hoy son un poco más groseros y arrogantes, eso es
todo. Son diferencias personales, no políticas.
¡Pero la
situación de estos países es hoy día de tragedia y devastación! Sin embargo,
esto es el resultado acumulado de muchas décadas de Gobiernos en feroz guerra
contra la economía, contra la sociedad, contra la familia y, contra algo más
importante; contra el sentido común; y no de las políticas infames de los
últimos años solamente. Es como si afirmáramos la última pelea de Mohamed Ali
fue la causa de su lastimoso estado actual; no, fueron muchos años de palizas
que le sirvieron el mal de Parkinson. Igual o peor han sido las palizas que le
han dedicado a nuestra América Latina.
De hecho
muchos dirigentes actuales son hijos biológicos de sus antecesores y, como
Cuauhtémoc Cárdenas, los Hank Ron y Peña Nieto en México, siguen exactamente
los pasos de sus padres sin desviarse un milímetro. Pero sus efectos sobre
nuestros países son más letales, no porque ellos sean peores, sino porque sus
economías están agotadas, desgastadas y, como los boxeadores viejos muy
golpeados, son menos resistentes a sus barrabasadas. Inglaterra pudo soportar a
los socialistas—laboristas de los 70, pero sólo después de siglos de creación
de enormes riquezas.
Supongamos que
tenemos acciones en una empresa que lleva años en manos de pésimos gerentes,
y ha ido empeorando paulatinamente. La calidad de sus productos se
deterioró, la firma fue perdiendo mercados y ahora casi no le quedan. Las
ventas están por el suelo y los costos altísimos. Las deudas impagables. Al
principio sus dividendos disminuyeron, después ya no pagaron y cayó el
precio de sus acciones. La actitud de sus empleados es de derrota. Pero
¿los dirigentes actuales son peores que los anteriores? No; no es eso.
Es el efecto multiplicador de “las mismas estrategias gerenciales” sobre
sus operaciones y activos, su valor y sus rendimientos. Su incapacidad de
“rectificar.”—el clásico mexicano vale más malo conocido.
La Escuela
austriaca de Economía enseña que a la riqueza, más que producirla hay que
reproducirla para sustituir a la que consumimos y gastamos. Porque casi todos
comemos tres veces al día. Los zapatos y la ropa hay que reponerlos y nuestros
bienes durables se descomponen o deterioran y deben repararse o sustituirse al
final de su vida útil. Y la población se duplica cada tantos años, pero
no así la producción. No es como dicen los progresistas; quitarle a
los ricos para darle a los pobres. “Ya lo hicimos y ahora todos somos pobres.”
Señala el nuevo niño genio de la economía mundial; Paul Romer, el que si la
economía de los EU creciera solo .5% adicional a lo normal, en 30 años el
ingreso per cápita de los americanos sería de más de 200,000 dólares al año—ah,
y da la receta, ciudades libres estilo Hong Kong.
Sólo hay un
sistema económico capaz de producir la riqueza a medida que una población
creciente la va consumiendo: el de mercado. Y lo hace a través de
mecanismos de coordinación espontánea cuyas piezas son los precios, los costos
e incentivos, y las diferencias entre ellos de un ramo a otro, de un país,
región o localidad a otra, y de una empresa a otra. Precios, ingresos y
ganancias transmiten información y así los agentes económicos identifican
oportunidades desaprovechadas y recursos empleados por debajo de sus niveles
óptimos. Constantemente los van reasignando en respuesta a los incentivos
mediante arreglos y contratos que hacen, deshacen y rehacen. Algunos trabajan a
paga fija, otros por su cuenta y riesgo como independientes, otros dan
empleo fijo a los primeros.
Sin intromisiones
y distorsiones políticas, el sistema funciona aceitadamente y sin fricciones.
Así fue América latina a comienzos del siglo XX. Los jueces se limitaban a
fallar sus sentencias conforme a los viejos principios de los Códigos.
Presidentes y Ministros no se entrometían, y tampoco los legisladores. La
riqueza no sólo se reproducía sino que se multiplicaba. Y tanto, que entre 1880
y 1930 a países como Argentina llegaron millones de inmigrantes porque se
vivía mucho mejor que en Asia, mejor que en Europa del sur, y casi tan
bien como en EU. La actividad económica era robusta, eficiente, y como
resultado hubo crecimiento. La producción aumentaba a ritmo superior al de la
población.
Pero cuando
los políticos iniciaron su agresión con impuestos inicuos y otras reformas
estatistas, los mercados perdieron lozanía, vigor y velocidad de respuesta
idónea. La producción disminuyó y se estancó. Así fue y es desde los
‘40 y '60. Pasaron años y años y los “príncipes” políticos no
rectificaron siguiendo con sus imperiales dictados, terminaron por
destruir los resortes y engranajes económicos. En medio siglo los fallos del
Estado se acumularon y sus efectos se sumaron y multiplicaron. Llamemos a este
efecto "multiplicador" de los fallos del Estado; o multiplicador
político que produce Parkinson social.
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