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domingo, 18 de diciembre de 2011

RICARDO VALENZUELA: AMERICA LATINA Y SU MAL DE PARKINSON I (REFLEXIONES LIBERTARIAS)

La gran noticia en México este ya próximo nuevo año, es la aprobación del neo presupuesto—Que pena otra torre de Babel.” Argentina, Venezuela y Colombia -casi toda América latina- es un cuadro de horror. Millones de personas pasan hambre; otros sin trabajo apenas sobre viven; la clase media ha visto recortarse a la mitad sus ingresos; y aun los ricos lo son algo menos—excluyendo a los políticos y empresarios estatistas. En todos los niveles se han descendido escalones, y algunos no uno sino dos o tres a la vez. Obviamente los que moran en el subterráneo nacional, son los más desesperados. Y es en todos los países.

¿Y los Gobiernos? Persisten las barbaridades del castro comunista Osama Bin Chávez en Venezuela; la ineptitud del populista Humala en Perú. Las inconsistencias de Calderon en México tan contradictorias como las de la también indefinida Cristina I en Argentina. Y las inconcebibles estupideces de Correa, Morales, Ortega. Colombia es un bellísimo país que está siendo cercenado en trozos por los barones feudales de la narco guerrilla ante la ceguera de su clase política. América Latina tuvo Presidentes ladrones, narcotraficantes y asesinos; pero hasta ahora no había llegado al puesto una persona en estado de salud mental por lo menos discutible.

¿Son los gobernantes de esta generación más incapaces, más bandidos e ignorantes que los de las anteriores? ¿Más mentirosos, bribones y ladrones? ¿Más ineptos e irresponsables? ¿O son peores sus políticas y por lo mismo más destructoras? Esas impresiones nos dan a primera vista ...

Pero comparando, no son peores, o no mucho peores. Revisando país por país, observamos que sus Presidentes actuales no son mucho más incompetentes o sinvergüenzas que sus antecesores. Comparables a los de hoy han sido Gabriel Terra (Uruguay), Getulio Vargas (Brasil),  Juan D. Perón (Argentina). O el coronel Marcos Pérez Jiménez y Rómulo Betancourt (Venezuela). Aplicaban más o menos las mismas políticas estatistas con las que Lázaro Cárdenas destrozó a México. Y de hecho son muy parecidos. Tal vez los de hoy son un poco más groseros y arrogantes, eso es todo. Son diferencias personales, no políticas.

¡Pero la situación de estos países es hoy día de tragedia y devastación! Sin embargo, esto es el resultado acumulado de muchas décadas de Gobiernos en feroz guerra contra la economía, contra la sociedad, contra la familia y, contra algo más importante; contra el sentido común; y no de las políticas infames de los últimos años solamente. Es como si afirmáramos la última pelea de Mohamed Ali fue la causa de su lastimoso estado actual; no, fueron muchos años de palizas que le sirvieron el mal de Parkinson. Igual o peor han sido las palizas que le han dedicado a nuestra América Latina.

De hecho muchos dirigentes actuales son hijos biológicos de sus antecesores y, como Cuauhtémoc Cárdenas, los Hank Ron y Peña Nieto en México, siguen exactamente los pasos de sus padres sin desviarse un milímetro. Pero sus efectos sobre nuestros países son más letales, no porque ellos sean peores, sino porque sus economías están agotadas, desgastadas y, como los boxeadores viejos muy golpeados, son menos resistentes a sus barrabasadas. Inglaterra pudo soportar a los socialistas—laboristas de los 70, pero sólo después de siglos de creación de enormes riquezas.

Supongamos que tenemos acciones en una empresa que lleva años en manos de pésimos gerentes, y ha ido empeorando paulatinamente. La calidad de sus productos se deterioró, la firma fue perdiendo mercados y ahora casi no le quedan. Las ventas están por el suelo y los costos altísimos. Las deudas impagables. Al principio sus dividendos disminuyeron, después ya no pagaron y cayó el precio de sus acciones. La actitud de sus empleados es de derrota. Pero ¿los dirigentes actuales son peores que los anteriores? No; no es eso. Es el efecto multiplicador de “las mismas estrategias gerenciales” sobre sus operaciones y activos, su valor y sus rendimientos. Su incapacidad de “rectificar.”—el clásico mexicano vale más malo conocido.

La Escuela austriaca de Economía enseña que a la riqueza, más que producirla hay que reproducirla para sustituir a la que consumimos y gastamos. Porque casi todos comemos tres veces al día. Los zapatos y la ropa hay que reponerlos y nuestros bienes durables se descomponen o deterioran y deben repararse o sustituirse al final de su vida útil. Y la población se duplica cada tantos años, pero no así la producción. No es como dicen los progresistas; quitarle a los ricos para darle a los pobres. “Ya lo hicimos y ahora todos somos pobres.” Señala el nuevo niño genio de la economía mundial; Paul Romer, el que si la economía de los EU creciera solo .5% adicional a lo normal, en 30 años el ingreso per cápita de los americanos sería de más de 200,000 dólares al año—ah, y da la receta, ciudades libres estilo Hong Kong.

Sólo hay un sistema económico capaz de producir la riqueza a medida que una población creciente la va consumiendo: el de mercado. Y lo hace a través de mecanismos de coordinación espontánea cuyas piezas son los precios, los costos e incentivos, y las diferencias entre ellos de un ramo a otro, de un país, región o localidad a otra, y de una empresa a otra. Precios, ingresos y ganancias transmiten información y así los agentes económicos identifican oportunidades desaprovechadas y recursos empleados por debajo de sus niveles óptimos. Constantemente los van reasignando en respuesta a los incentivos mediante arreglos y contratos que hacen, deshacen y rehacen. Algunos trabajan a paga fija, otros por su cuenta y riesgo como independientes, otros dan empleo fijo a los primeros.

Sin intromisiones y distorsiones políticas, el sistema funciona aceitadamente y sin fricciones. Así fue América latina a comienzos del siglo XX. Los jueces se limitaban a fallar sus sentencias conforme a los viejos principios de los Códigos. Presidentes y Ministros no se entrometían, y tampoco los legisladores. La riqueza no sólo se reproducía sino que se multiplicaba. Y tanto, que entre 1880 y 1930 a países como Argentina llegaron millones de inmigrantes porque se vivía mucho mejor que en Asia, mejor que en Europa del sur, y casi tan bien como en EU. La actividad económica era robusta, eficiente, y como resultado hubo crecimiento. La producción aumentaba a ritmo superior al de la población.

Pero cuando los políticos iniciaron su agresión con impuestos inicuos y otras reformas estatistas, los mercados perdieron lozanía, vigor y velocidad de respuesta idónea. La producción disminuyó y se estancó. Así fue y es desde los ‘40 y '60. Pasaron años y años y los “príncipes” políticos no rectificaron siguiendo con sus imperiales dictados, terminaron por destruir los resortes y engranajes económicos. En medio siglo los fallos del Estado se acumularon y sus efectos se sumaron y multiplicaron. Llamemos a este efecto "multiplicador" de los fallos del Estado; o multiplicador político que produce Parkinson social.

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