La política como el arte de influir en la conciencia de la gente es, por principio, asunto moral, dado que lo positivo o negativo de dicha práctica tiene consecuencias respecto a los intereses de la comunidad. La política es un compromiso público, que ha de hacerse de modo responsable y transparente, evitando ante todo el interés de lucro personal, la mezquindad y la manipulación de politiqueros de ocasión y la presencia de los delincuentes.
La política se dirige a la persona, para convencerla o persuadirla de las bondades de determinados proyectos relacionados con la sociedad, porque la política se sustenta en creencias, anhelos de vida y dignidad humana, que vienen a ser, a su vez, los fundamentos morales en los que se soporta la vida en comunidad.
La dirección del desarrollo social tiene lugar en comunidades particulares. Es función de la política, por tanto, hacer efectivo todo lo correspondiente con los planes y proyectos requeridos para tal propósito.
En razón a esto, y por la experiencia, se forja un carácter comunitario que define la forma en que se ejecutan los proyectos y se satisfacen las necesidades, y por cómo se resuelven los problemas que afectan la convivencia, pero, lo más significativo, por los mecanismos e instancias de participación en la cuestión pública para que se hagan posible las metas sociales que a todos conviene.
Con base en presupuestos filosóficos y morales la comunidad define el estilo de política que ha de orientar el proceso, que ha de promover la realización del bien social y el crecimiento de las personas en libertades y autonomía. Es lo ideal.
Pero al igual, se corre el riesgo de incorporar en el estilo político actitudes belicosas y reaccionarias, por ejemplo, de aquellos que no aceptan acciones pacifistas o tolerantes de ninguno de sus miembros –se observa esta conducta en el debate actual sobre el aborto y la diversidad sexual-, y prefieren imponer en su lugar un pensamiento empobrecido, irracional y violento.
Entonces se corre el riesgo de encontrar manifestaciones autoritarias y dogmáticas en el entorno político que encuentran receptividad en el grupo social que prohíja estas conductas como si se tratara de lo más natural. Así que si una persona por libre elección se une a un grupo social (religioso, político, cívico…) se compromete con valores morales e ideales que regulan la convivencia de su miembros. En el mejor de los casos estos grupos obran para bien. Se espera de ellos que contribuyan al progreso intelectual, a la formación del buen carácter, a la firmeza moral y al desarrollo de una ética de vida buena.
Es una pena, entonces, que muchos de estos grupos se sostengan en la amenaza y el terror contra los que disienten y se oponen a la forma como se realizan los fines de la comunidad; práctica que se observa con frecuencia en la vida política, porque hemos llegado a creer que la política es asunto de unos pocos, de los más aviesos. Pero la política es asunto muy serio, pone en juego la autonomía, la dignidad y la condición del ser humano, no para la manipulación y el engaño, sino para el crecimiento individual y el disfrute del bien público.
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