Hubo un tiempo (años 2001-2003), cuando la oposición venezolana fue saludada en el exterior “como la mejor oposición del mundo”. Y otro, (2004-2006), cuando pudo ser etiquetada “como la peor”.
Diferencia que, en el primer caso, fue marcada por una creciente, cuantiosa e inagotable movilización de calle, y en el segundo, por un regreso a la tranquilidad familiar que permitió que se perdiera todo lo que había ganado, y que Chávez recobrara todo lo que había perdido.
La movilización de los “años dorados”, en efecto, no se acompañó con las políticas democráticas que prepararan la derrota de la autocracia en las presidenciales del 2006, sino que más bien, fue fragmentada en brotes y estallidos que, al desafiar a Chávez en el terreno en que mejor podía y sabía defenderse, la violencia, tenían que conducir a la derrota.
Inscribo el “11 de Abril” y “el Paro Petrolero” del 2002, así como el “Referendo Revocatorio del 2004, y el llamado a “la abstención en las parlamentarias de finales del 2005”, en estas impaciencias que, milagrosamente, no significaron que el chavismo se entronizara en el poder en una duración monstruosa tipo Corea del Norte o la Cuba de los hermanos Castro.
Entretanto, Chávez y los suyos, aprovechaban el tiempo de la “indignación” oposicionista para recuperar entre los más pobres los puntos que había perdido durante los años en que, incluso, salió momentáneamente del poder, y con agresivas políticas sociales que una veces llamó “misiones”, y otras “simples traslados de recursos líquidos a los sectores más vulnerables de la población”, volvió a recuperar los porcentajes de popularidad que tuvo cuando comenzó su mandato (un 70 por ciento).
Pero las peores consecuencias de los errores de los demócratas, no se vieron sino cuando procedió a “limpiar” la FAN de oficiales militares institucionalistas, llevó a cabo una escabechina en PDVSA que despidió a 25 mil trabajadores no afectos al régimen, fue controlando, lenta pero implacablemente, medios audiovisuales privados independientes que hasta hacía poco lo habían adversado, y convirtiendo en herramientas de la autocracia a los poderes públicos (CNE, TSJ, AN, Fiscalía y Contraloría General de la República) que desde entonces pasaron a ser sus “paredones de fusilamiento legales” para ir reduciendo, minimizando y desapareciendo a la oposición.
También puso fin a la libre convertibilidad del bolívar con un férreo control de cambio, y variables como los precios y los costos de producción pasaron a ser instrumentos políticos para ahogar el capitalismo privado e imponer el estatal.
O sea que, todo lo que en un sentido ortodoxo no podía llamarse sino un sistema comunista “en tránsito”, o “desovación” que, con el control de la economía a través de la fijación de los precios, la manipulación de los mercados y los límites a la propiedad, no podía sino derivar en un totalizante predominio político con cuyo empuje la luz de la oposición se fuera apagando.
No sucedió así, sin embargo, y ya para el 3 de diciembre del 2006, cuando se realizan las elecciones presidenciales que debían decidir si Chávez era reelecto o entregaba el poder a otro venezolano, el candidato de la oposición, Manuel Rosales, se alzó con casi el 45 por ciento de los votos.
Siguió otra batalla electoral, la del “Referendo para la Reforma Constitucional” del 3 de diciembre de 2007, y aquí si el gobierno (y aún la oposición) se llevaron una mayúscula sorpresa: el “NO” opositor (50,65 por ciento), derrotó al “SI” del oficialismo (49, 34 por ciento).
Y siguió el arrollamiento en las elecciones para gobernadores y alcaldes del 23 noviembre del 2008, con la oposición constituyéndose en mayoría electoral al barrer en casi todas las alcaldías de Área Metropolitana de Caracas, y ganando en 6 de los estados más poblados del país (los que constituyen casi el 60 del patrón electoral); y quitándole la mayoría calificada al chavismo en la Asamblea Nacional en las parlamentarias del 26 de septiembre del año pasado, aumentando, por esa vía, sus ventajas y reduciendo las del gobierno, para darle un cambio de rumbo al país en las elecciones presidenciales del año próximo.
Es, para graficarlo en términos lúdicos, la partida electoral que la oposición inicia con las mejores posibilidades de imponerse, y no solo porque se repetirá la tendencia de recuperación democrática que viene dándose desde el 2006, sino porque se enfrenta a un chavismo obeso, agrio, desgastado, cansado, rancio, caduco y sin otro mensaje para el electorado que la destrucción a que ha conducido a Venezuela después de 13 años de socialismo chavista, petrolero y saudita.
Un país sin servicio eléctrico regular, con autopistas, carreteras y caminos vecinales colapsados, sin agua y con un mar de basura que inunda calles, frentes y hasta el interior de los hogares, sin escuelas ni centros de salud funcionales, inflación del 35 por ciento anual, desabastecimiento, con una inseguridad personal que cobra más de 20 mil víctimas al año, corrupción creciente, generalizada e impune, narcotráfico sin control y punta de lanza de la delincuencia organizada y aliado de estados y grupos políticos calificados por la comunidad internacional “como fallidos y terroristas”.
Para colmo, con el que fue su comandante en jefe, guía máximo y conductor supremo, vapuleado por una salud en deterioro creciente e irrecuperable, agrietado, y más allá de lo que pueda pensar y desear, despidiéndose de los tiempos que dilapidó jugando al “heroecito” y tratando de imponerle al país un sistema político y económico anacrónico, inviable e inútil.
Del otro lado, de la oposición democrática, cuatro jóvenes, con promedio de edades que no traspasa los 45 años, con experiencias como funcionarios públicos electivos y exitosos, o como María Corina Machado, curtida en una gestión pública que le ganó un sitial en el corazón de Venezuela como directora-fundadora de SÚMATE; y todos con enorme vocación social, probados en su solidaridad con los más vulnerables y los que menos tienen, y dispuestos a rescatarlos del infierno de dádivas, caridad parroquial y pensiones a cambio de votos, en que los ha hundido Chávez.
Son cuatro: Enrique Capriles Radonski, Pablo Pérez, María Corina Machado y Leopoldo López, y que, si la legalidad me lo permitiera, podría votar por todos, aunque claro, lo haré por uno.
Pero podría ser por la visión estructurada que del futuro del país maneja, Enrique Capriles Radonski, su manera de acercarse a la misma, sin petulancia ni soberbia, sino más bien pensando en un esfuerzo donde él no sería sino otro obrero.
O la franqueza de brazos abiertos y sin trabas de Pablo Pérez, impaciente por compartir sus experiencias como alcalde de Maracaibo y Gobernador del Zulia y recibirlas de otro, de origen intrínsecamente popular y como tal angustiado de que sus políticas lleguen a los sectores de los cuales proviene, sin barniz intelectual ni de cualquier otra hipostasión y dejando siempre la impresión de que, no solo es un buen tercio para compartir un cafecito colocado, sino también para hacerlo, sembrarlo, cosecharlo y molerlo.
María Corina Machado, mi amiga, con quien, incluso, peleé en el programa de noticias de la mañana de la irreemplazable RCTV que conducía, Luisana Ríos, al otro día de conocerse los resultados de las parlamentarias del 26 de septiembre del año pasado donde arrasó, cuando me reclamó que no la había apoyado, que la había dejado sola, y no era que no la había apoyado, sino que dije que me parecía difícil, sino imposible, que ganara por su solo prestigio, derrotando a las maquinarias de “Primero Justicia”, “AD”, “UNT” y la en ciernes “Voluntad Popular”…!Y lo hizo!.
Y Leopoldo López, a quien he perdido de vista en los últimos tiempos, sin duda que por los meses que pasó en el exterior defendiendo su causa de la inhabilitación inconstitucional que le ha impuesto el gobierno y que tiene todas las credenciales para convertirse el 12 de febrero próximo, no solo en una sorpresa para el gobierno, sino para toda la oposición.
Cuatro líderes democráticos que como tales, se someten al veredicto de que sea el pueblo quien los postule para las presidenciales, que ya han dicho que no quieren nada con la reelección, que gobernaran con y para toda Venezuela y siguiendo los paradigmas, conceptos y principios del tiempo que les tocó vivir y no de filosofías sacadas de los baúles del siglo XIX.
Y en frente, una atmósfera no distinta al laboratorio del doctor Frankestein, y donde con artilugios seudocientíficos y menjurjes, rezos y milagros de la peor brujería, tratan de mantener a flote una realidad que ya murió y solo espera porque se le dé cristiana sepultura.
¡Paz a sus restos!
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