A Antonio Ledezma, el gran ausente
La democracia no es una película de estreno. Es una realidad que se construye día a día, que busca el curso por donde expandirse y desarrollarse y que debe ser nutrida con nuevas ideas con tenacidad e imaginación, sin descanso, ininterrumpidamente. Ya está naciendo la democracia del siglo XXI. Es la que verá la luz con todo su esplendor el 7 de octubre de 2012.
“Ricardo Lagos se transforma en el líder indiscutido de los opositores del régimen de Pinochet, cuando participa el 25 de abril de 1988 en el programa político De cara al país de Canal 13, el que realizó un ciclo con los principales dirigentes de los partidos políticos legalmente inscritos, durante el capítulo correspondiente al Partido Por la Democracia, al que asiste como su Presidente, en una actitud valiente para esos tiempos señala que el triunfo del «No» será "el inicio del fin del gobierno de Pinochet" e "impedirá que el general Pinochet esté 25 años en el poder". Lagos mira a la cámara y levanta su índice para decirle directamente a todos los televidentes: "Usted, general Pinochet no ha sido claro con el país [...] Le voy a recordar, que el día del plebiscito de 1980 dijo que usted no sería candidato para 1989 [...] Y ahora, le promete al país ocho años más de tortura, con asesinato, con violación de los derechos humanos. Me parece inadmisible que un chileno tenga tanta ambición de poder, de pretender estar 25 años en el poder".
Ni una palabra de más ni una palabra de menos: ese simple gesto de coraje de un académico desconocido por las grandes masas, el dedo apuntando al rostro de su mortal enemigo que imaginaba observándolo desde su alcázar de La Moneda, y ese pequeñísimo discurso cambió el curso de la historia de Chile, derrumbó los portones de las cárceles de la dictadura y abrió las anchas alamedas entrevistas por Salvador Allende cuando acariciaba la culata del fusil con el que se quitaría la vida para evitar la humillación y el oprobio.
La historia suele ser injusta. Un nieto de Ricardo Lagos le preguntó recientemente qué historia era esa del dedo suyo de la que tanto se hablaba. Con palabras sencillas para hacerle comprender lo acontecido se vio atribulado por la ingenua y espontánea respuesta de su nieto: “Abuelo, ¿y eso fue todo?”.
Eso fue todo. Un gesto, una palabra dicha en el momento oportuno, una decisión intempestiva, pudo torcer el curso de la historia. Que contrariamente a lo que se cree, avanza dando saltos y aprovechándose de cualquier pretexto, como un dedo acusador dirigido al rostro de un tirano. ¿Cómo olvidar ese discurso breve, lleno de emotividad y grave circunspección, con el que Winston Churchill con voz firme pero temblorosa se dirigió a la Inglaterra azotada por bombardeos inclementes y la amenaza de una invasión que podría acontecer en cualquier momento, para no ofrecerle nada, muchísimo menos el apaciguamiento ante Hitler que ofrecía el primer ministro Chamberlain, su predecesor, sino el dramático pedido de sacrificios, sangre, sudor y lágrimas? ¿Cómo olvidar su desprecio ante los timoratos, cuando les dijo en el rostro: ofrecisteis la paz. No la lograste. Obtuvisteis la guerra.
En esos y en muchísimos otros actos aparentemente intrascendentes que cambiaron el curso de los acontecimientos he pensado desde este lunes 14 de noviembre, cuando a las 8 horas en punto de la noche, cinco ilustres venezolanos se dirigieron en nueve oportunidades y durante no más de un minuto exacto a la audiencia que llenaba el Aula Magna y a través de las pantallas, al país y al mundo entero.
Era la primera vez en trece largos años, que jamás he dudado en calificar de dictatoriales, en que el país asistía a un acto de esa dimensión y de esa envergadura. Perdida la capacidad de comprender el momento histórico que estamos viviendo, sea por la grave enfermedad que padece, sea por cansancio en un agotador y estéril ejercicio del poder por el poder, cometió Hugo Chávez un error imperdonable. Encadenó al país para demostrar su omnipotencia, imponiéndonos la asistencia teledirigida a un acto propagandístico intrascendente y banal. Para someterse, finalmente, a las expectativas despertadas por el debate de los precandidatos a las elecciones presidenciales y permitir la transmisión del evento. Obviamente, sin cadenas, pero con una audiencia absoluta.
Logró así lo que ni el más avezado experto en manipulación mediática se hubiera siquiera propuesto: contrastar la imagen de un hombre seriamente enfermo, desfigurado, abatido y consumido por el rencor y el odio con la de cuatro jóvenes figuras frescas y en la plenitud de sus facultades, acompañados por un diplomático experimentado y decidido a enfrentarlo en todos los terrenos. Escoltados por un auditórium expectante de estudiantes universitarios anhelantes de un cambio profundo e irreversible en la conducción de los asuntos públicos de nuestro país. Una confrontación dialéctica entre un pasado que agoniza y un futuro que puja por enseñorearse del país. La vieja y siempre subyacente contradicción entre civilización y barbarie que ha signado todos los avatares de nuestra atribulada historia. “Un viejo gobierno de difuntos y flores”, como lo cantaría el trovador cubano Silvio Rodríguez, enfrentado a una era que, en sus mismas bellas palabras “está pariendo un corazón”.
No se extinguían ni las imágenes ni las palabras llenas de soberbia, de inquina, de desprecio y brutalidad cuartelera, y ya se asomaban los rostros de cinco venezolanos dispuestos a enseñarle al país sus propósitos, sus proyectos, sus ideas, su decisión de asumir la conducción del país para rescatarlo del naufragio y llegar al puerto seguro de la reconciliación nacional, la paz, la seguridad, la prosperidad y la justicia.
Nadie, ni siquiera los jóvenes universitarios que lo promovieron con tanta tenacidad y empeño, venciendo las suspicacias, los temores y las naturales angustias de quienes jamás se habían enfrentado a desafío semejante –un ejercicio democrático olvidado en un país degradado a cuartel – pudieron imaginar el éxito de esta maravillosa aventura. Los jóvenes, una vez más, han puesto la pica en Flandes. Renace la esperanza.
Quienes aún creen que éste no es más que un mal gobierno tuvieron ocasión, gracias a la sabia y valiente intervención de Diego Arria, de abrir los ojos: este es un gobierno dictatorial bajo la férula de un tirano. La primera y principal tarea es derrotarlo, pues es y será el principal escollo a la solución de nuestros problemas. Y quienes se niegan a reconocer la calamidad pública que se enseñorea desde Miraflores, con su trágico saldo de muerte, ignorancia, ruina y desolación, pudieron recibir una cuenta rigurosa, exacta y comedida de las razones de nuestros males y las formas de resolverlos. Todos, sin excepción, tuvieron la lucidez y el coraje de denunciar las causas del mal y su causante. De allí la naturaleza histórica, trascendental de estas primarias y la necesidad irrevocable de derrotar a la tiranía.
No fue un debate. Pero de las breves y concisas exposiciones se derivan diferencias sustantivas. María Corina Machado, deslumbrante en su elocuencia y convicción, tuvo el coraje de señalar la causa principal de nuestros graves problemas: el anti capitalismo subyacente no sólo al régimen, sino a la cultura dominante y a su clase política en particular. Su defensa del supremo derecho a la propiedad privada tiene un valor que trasciende los límites del encuentro: junto al diagnóstico de Diego Arria, el acento en la necesidad de emprendimiento nacional, de abrir el país al impulso de la empresa privada y el libre mercado, las inversiones nacionales y extranjeras, públicas y privadas sostenido por María Corina constituyó la médula de propuestas por un cambio radical, profundo, verdaderamente revolucionario de nuestro país.
En esa misma tesitura se expresaron los otros candidatos: Leopoldo López poniendo el énfasis en la naturaleza social del cambio, Capriles en la educación, Pablo Pérez en la reconciliación nacional. De haberse planteado un auténtico debate, esos hubieran sido temas esenciales: el rol del Estado en la transformación revolucionaria de la sociedad venezolana, el papel de las Fuerzas Armadas en la preservación de la institucionalidad democrática, la importancia de la empresa privada y el emprendimiento en el desarrollo económico del país, la necesidad de una Constituyente – como lo planteara Diego Arria -, para abrir paso a un proceso de reinstitucionalización del país, la política a seguir frente a PDVSA y su reconversión en una empresa altamente productiva, palanca del desarrollo de un capitalismo venezolano, el montaje de un poderoso sistema de seguridad social siguiendo notables ejemplos, como el de la sociedad chilena, los énfasis en la creación de un sistema educativo moderno, la inserción de nuestra economía en la globalización, etc., etc.
De allí nuestra propuesta a un segundo debate en el que se confronten las diferencias estratégicas entre los programas de gobierno de los precandidatos. ¿Son reconciliables las propuestas de un capitalismo popular de María Corina Machado con las que pueda plantear un socialdemócrata como Pablo Pérez? ¿Comparte Henrique Capriles la radicalidad de Diego Arria en el tratamiento de las fuerzas armadas y la realización de una constituyente? ¿Estaría Leopoldo López de acuerdo con una estatización del sistema de salud?
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