Venezuela pasó del atraso y la barbarie a la civilización de la mano de los partidos políticos que se crearon luego de la muerte de Juan V. Gómez en 1935. La erradicación total del gomecismo, y más tarde del militarismo perezjimenista, también fue posible por la determinación de las organizaciones políticas.
Más tarde, luego de 1959, fue posible contener y derrotar la invasión comunista promovida por Fidel Castro gracias al Pacto de Punto Fijo y a los acuerdos en defensa de la democracia suscritos por los partidos y sus líderes fundamentales: Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba. A Castro se le enfrentó sin tregua a pesar de la inmensa simpatía que despertaba en importantes sectores del país. A nadie se le ocurrió realizar una encuesta para saber si se le encaraba o no.
Los partidos han tomado las decisiones más trascendentes sobre la base de criterios políticos y principios programáticos. La presentación de la candidatura “simbólica” de Rómulo Gallegos en las elecciones presidenciales de 1941 fue una jugada estrictamente política de AD, en un momento en el cual no existía ni la más remota posibilidad de que Gallegos obtuviese más que una reducida cantidad de votos frente a Isaías Medina Angarita.
La remontada de Betancourt en 1958 para obtener la nominación presidencial fue, igualmente, una operación política. Era una de las figuras, aparentemente, con mayor rechazo popular. Luego los hechos demostraron que sin su genio habría sido muy difícil resguardar el sistema democrático de la dura embestida que sufrió por el flanco derecho y por el izquierdo. Pocas veces una nominación ha sido más acertada a pesar de las pocas devociones que Rómulo inspiraba en varios sectores influyentes de la opinión pública.
La Venezuela actual vive una coyuntura mucho más difícil en el plano interno que en 1958. A la caída de Pérez Jiménez el país confrontaba problemas económicos y sociales. Fue necesario instrumentar el Plan de Emergencia para apaciguar el descontento. Los precios del petróleo habían retrocedido después del auge alcanzado durante la guerra del Canal de Suez. Pero, la nación no estaba escindida y descuadernada como ahora.
El régimen chavista no solo capturó el poder del Estado, también se ha adueñado de algunos espacios significativos de la Sociedad. Sabemos que controla el Poder Judicial, posee la mayoría de la Asamblea Nacional, domina el CNE, ha subordinado hasta la humillación a los órganos del Poder Moral, politizó y degradó a las Fuerzas Armadas, acabó con la autonomía del Banco Central, ha maniatado a los gobernadores y alcaldes, y las estatizaciones le han dado a Chávez un poder económico aún mayor del que ya poseía. La concentración del poder estatal en manos del autócrata es muy alta. Nada se mueve sin su autorización.
Junto a este proceso se ha ido construyendo una sociedad paralela a la convencional. En estos trece años han surgido sindicatos, gremios, universidades, medios de comunicación, milicias, consejos comunales, aldeas universitarias, centros estudiantiles y un amplio tejido social que integran lo que los comunistas de antaño llamaban las “correas de transmisión” de la revolución.
La delincuencia forma parte de esta nueva “sociedad” que el chavismo ha edificado. La impunidad de la que los delincuentes disfrutan pareciera ser parte de un plan macabro para dejar que el miedo se apodere del alma de los venezolanos y los aniquile como ciudadanos.
Si después del 23 de enero del 58 era necesario contar en Miraflores con un líder con experiencia, capaz de recomponer el país y asumir la rectoría nacional con claridad y valentía, hoy sucede lo mismo, solo que dentro de condiciones más difíciles. Los dirigentes perezjimenistas huyeron de Venezuela, y sus cuadros medios se escondieron o se plegaron al naciente orden democrático.
Ahora, suponiendo que ganásemos, los chavistas seguirán vivitos y coleando después de las elecciones del 7 de octubre de 2012. De ellos, que han sido destructivos en el ejercicio del poder, nada más habrá que imaginarse cuán dañinos serán en la oposición. El período del combate a Castro y a la guerrilla comunista de comienzos de los años 60 será pálido ante lo que le espera a la nación a partir de 2013.
Las decisiones políticas suelen cambiar las realidades que las encuestas miden. Ningún escenario se petrifica cuando existe la voluntad de un liderazgo por modificarlo. Esta verdad la conocen muy bien quienes han trajinado largo tiempo por el complejo mundo de los partidos. Son los líderes, y no los encuestadores, quienes deben señalarles a los electores la opción con la que conviene comprometerse y por la que vale la pena apostar.
El futuro de la democracia y de la paz no conviene dejárselos a quines solo son capaces de fotografiar la realidad.
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