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lunes, 31 de octubre de 2011

LARRY ALEXÁNDER NIEVES C: EN DEFENSA DE LA PROPIEDAD PRIVADA

La diferencia más importante entre un salvaje y un hombre civilizado es que el salvaje no reconoce los derechos de propiedad. Adam Ferguson (1723 - 1816). Filósofo, proto-sociólogo e historiador escocés.
Los liberales somos vistos frecuentemente como amigos de los grandes intereses económicos, por el hecho que defendemos el derecho fundamental a la propiedad privada. En un país como Venezuela, donde muchos tienen muy poco, este énfasis en defender los derechos de propiedad es interpretado como un apoyo irrestricto a los poderosos y una falta de sensibilidad por los problemas de las clases oprimidas.


Nada más alejado de la realidad. Los que ven nuestra posición de esa forma se equivocan garrafalmente o maliciosamente intentan confundir al pobre, a quien supuestamente quieren ayudar.

El énfasis que los liberales colocamos en la defensa de los derechos de propiedad tiene, a mi modo de ver, al menos tres razones fundamentales. Una de ellas es ética y las otras dos meramente prácticas.

La razón ética se basa en el hecho natural que cada persona es dueña de sí misma. Nada más natural que eso, ¿no? Este prinicipio de la propiedad de cada quien sobre sí mismo es demostrable lógicamente: Si yo aceptara que no soy dueño de mí mismo sólo hay dos posible alternativas lógicas: (1) que otra persona o grupo de personas es dueña mía, o (2) que cada persona tiene derecho sobre una fracción de mí, así como yo tengo un derecho infinitesimal sobre cada una de las otras personas. En el caso (1) estaría admitiendo que soy un ser sub-humano, pues existe una clase o casta con poder absoluto sobre mí. Obviamente, una ética como esta es inaceptable ya que no es Universal, es decir, no es aplicable a todas las personas por igual. Mientras que la implementación de una ética basada en el principio (2) conllevaría a la extinción instantánea de la humanidad, ya que nadie tendría derecho de actuar, sin antes obtener permiso del resto de sus semejantes, quienes no podrían otorgar tal permiso sin obtener previamente permiso del resto, y así sucesivamente. Claramente entonces, la única alternativa es que cada persona es dueña de sí misma y del fruto de su trabajo. Esta es la base fundamental o la razón por la cual los liberales nos empeñamos fehacientemente en defender el derecho a la propiedad privada.

La segunda razón que nos lleva a defender la institución de la propiedad privada es esencialmente pragmática. Sin el respeto al derecho de propiedad, todos los demás derechos que las democracias contemporáneas supuestamente garantizan desaparecen automáticamente. Esto es así puesto que para ejercer tales derechos siempre es necesario utilizar algún recurso escaso y quien sea propietario efectivo de dicho recurso puede decidir unilateralmente quien podrá acceder a él y, por lo tanto, controlar indirectamente quien puede ejercer determinado derecho. Pongamos por ejemplo la libertad de expresión. Quien desea manifestar sus ideas necesita algún tipo de tribuna pública, ya sea esta un periódico, una estación de radio o televisión, o en última instancia algún medio de impresión. Pero en una sociedad donde la propiedad de dichos medios de comunicación es parcela exclusiva de un grupo (por ejemplo, el Estado), dicho grupo puede decidir quien se expresa y en cuales términos. El que tenga opiniones contrarias o disidentes puede ser privado de su libertad de expresión a través del control de los recursos necesarios para ejercer su derecho. O pongamos el ejemplo de la libertad de escojer la profesión que más nos guste. En una sociedad donde el único empresario es el Gobierno, este debe decidir quien se va a dedicar a qué y cuanto va a ganar. Si la persona está insatisfecha con su trabajo actual, ¿a quién más va a acudir, si el único que le puede dar empleo es el Estado?

De manera que los "derechos humanos" que los socialistas se jactan de defender pierden su significado cuando la propiedad privada que tanto aborrecen deja de existir.

La tercer razón, que también podemos considerar pragmática, es que sencillamente las sociedades que más respetan la propiedad privada son las que han logrado un mayor grado progreso material a lo largo de la historia. Sólo basta darle un vistazo a las ruinas que dejaron los experimentos socialistas del siglo XX. ¿Por qué las sociedades basadas en la libertad y el respeto a la propiedad privada son las más prósperas? ¿No y que el capitalismo es la explotación del hombre por el hombre?

Hay dos problemas esenciales a la desaparación o inexistencia de la propiedad privada. En una sociedad donde los medios de producción son propiedad de un sólo ente, el Estado, surgen dos problemas prácticos que hacen imposible que dicha sociedad prospere. El primero es el problema de los incentivos. En la sociedad capitalista, cada quien es dueño de sí mismo y de su trabjajo, el fruto del cual puede ser intercambiado libremente por el fruto del trabajo de otros, es decir, en la sociedad capitalista cada quien es libre de dedicarse a lo que mejor sabe hacer y comerciar con sus semejantes por el resto de las cosas que le hacen falta. En este proceso de intercambio voluntario, ambas partes se benefician, puesto que cada uno recibe un bien o producto que es más valioso que el que entrega. (Piénselo bien, cuando usted compra un kilo de carne por 10.000 Bs, ¿qué es más valioso para usted en ese momento, el kilo de carne o los 10.000 Bs que le entrega al carnicero? Y para el carnicero es al contrario, los 10.000 Bs son más valiosos que el kilo de carne. Piénselo bien otra vez, si los 10.000 Bs fuesen más valiosos que el kilo de carne para usted, el intercambio no se produciría). De manera que en la sociedad capitalista cada quien recibe en proporción a lo que es capaz de contribuir al bienestar de sus semejantes, cada vez que trabajo e intercambio con alguien, la ganancia total es mía, puesto que es derivada de mi trabajo, que es derivado de mi persona, la cual poseo por derecho natural.

Por el contrario, en la comunidad socialista, donde el Estado es el dueño de toda la riqueza y la reparte a cada quien "según su necesidad", la persona que se esfuerza y produce riqueza no recibe el producto entero de su trabajo (ya que este debe ser redistribuído entre sus camaradas que han producido menos que él). La igualdad económica a la que aspiran los socialistas obliga a que aquellos que más producen sean los más penalizados, puesto que mayor parte de dicho producto debe ser confiscado por el Estado para entregar "solidariamente" a sus compatriotas. De manera que los incentivos económicos están al revés en la comunidad socialista: el que más produce es penalizado más. Por ello, la tendencia de tal utopía será a trabajar lo mínimo posible para cumplir con la cuota establecida por la autoridad económica de la dictadura socialista. Esa es una de las causas por las que las sociedades donde se respeta la propiedad privada han sido más prósperas a lo largo de la historia, que aquellas donde la propiedad privada es escasa o inexistente. En pocas palabras, ¿quién recoge la basura en la utopía socialista?

Luego existe el problema del cálculo económico. En el mercado capitalista, los precios de los productos surgen de la interacción de millones de personas, intercambiando voluntariamente entre sí. Estos precios reflejan la necesidades más urgentes de la población, de manera que los productos o servicios más demandados en un momento dado, tenderán a subir de precio, mientras que los productos o servicios menos demandados tenderán a bajar de precio. Este mecanismo permite al empresario conocer que es lo que la gente necesita más y que es lo que necesita menos, de tal manera que puede ajustar su plan de producción a dichas necesidades, invirtiendo más donde se necesita más y descontinuando líneas de producción, que ante los ojos de los consumidores son menos urgentes. Esto es cierto para los bienes de consumo masivo, pero también lo es -y de manera decisiva y trágica para los socialistas- para los bienes de capital, entendidos como todos aquellos que son usados en la producción de bienes de consumo. Ahora bien, si el Estado es el único dueño de los medios de producción (y ese es el objetivo final de los socialistas) es imposible que surjan precios por dichos bienes de capital, puesto que no existe ningún mercado para ellos, ha desaparecido el intercambio voluntario que hacía posible que emergiera un precio y con él el elemento esencial de coordinación de la actividad productiva.

¿Hacia qué industria debemos dedicar más recursos? Esa pregunta es respondida por el empresario capitalista mirando dónde hay más oportunidades de obtener una ganancia. La ganancia le indica que la inversión es exitosa en satisfacer una cierta necesidad de los consumidores. Donde hay más posibilidad de ganancia, debido a mejores precios, habrá más inversión de capital, haciendo posible una producción ampliada que satisfaga cada vez a más consumidores. Esa misma pregunta no puede ser contestada racionalmente por el minisitro de planificación de la utopía socialista. ¿Hacia donde dirigo los recursos, si no sé quién está dispuesto a pagar más? Y no sé quién está dispuesto a pagar más, porque yo controlo todos los recursos. Es como jugar ajedrez con uno mismo. Esta es la verdadera y definitiva cruz del socialismo, sin propiedad privada el cálculo económico, y con él la coordinación de la producción, es imposible. El resultado: caos económico. Como lo dijo von Mises en 1.920:

Uno puede anticipar la naturaleza de la futura sociedad socialista. Habrá cientos y miles de fábricas en operación. Muy pocas de ellas producirán bienes listos para el consumo; en la matoría de los casos, lo que se producirá serán bienes intermedios y bienes de capital. Todas estas empresas estarán interrelacionadas. Cada bien pasará por toda una serie de etapas, antes de estar listo para ser usado. En el incesante laborar de este proceso, sin embargo, la administración carecerá de medios para comprobar sus relaciones, no será capáz de determinar si un bien determinado no ha sido mantenido durante un período superfluamente largo de tiempo en el necesario proceso de la producción, o si trabajo y materiales no han sido desperdiciados en su finalización. ¿Cómo decidirá si tal o cual método es el más rentable?
Conclusión

La existencia de la propiedad privada se interpone decididamente entre los socialistas y sus planes de una sociedad utópica, planes tan grandilocuentes como impracticables. Una defensa del concepto y las ventajas de la propiedad privada basada en principios incontrovertibles es necesaria ahora más que nunca, cuando las fuerzas del socialismo avanzan en nuetros países latinoamericanos. La única oposición posible a los neocomunistas debe venir de personas que comprendan la importancia fundamental de la propiedad privada, los estatistas de derecha e izquierda que dicen representarnos son incapaces de proporcionar tal cosa.

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