Aunque mucho se ha escrito de que las economías latinoamericanas son en gran medida inmunes a las dificultades financieras de Estados Unidos, el acuerdo alcanzado por el presidente Barack Obama con el Congreso para evitar caer en mora con la deuda norteamericana tendrá un impacto negativo en la región.
Es cierto que las consecuencias habrían sido mucho peores si el gobierno de Estados Unidos no hubiese llegado a un acuerdo —ni siquiera a un mal acuerdo, como el alcanzado— y Estados Unidos hubiese perdido su grado AAA de las agencias calificadoras.
Sin embargo, el acuerdo de la deuda norteamericana, un programa de reducción del déficit presupuestario de al menos $2.1 billones durante los próximos 10 años y recortes adicionales del gasto sugeridos por una comisión legislativa de 12 expertos que deberá expedirse antes del 23 de noviembre, muy probablemente retrase aún más la ya tímida recuperación económica de Estados Unidos, y afecte en mayor o menor medida a todos los países latinoamericanos.
Osvaldo Kacef, el encargado de desarrollo económico de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de Naciones Unidas (CEPAL), con sede en Santiago de Chile, me dijo que el acuerdo de la deuda de Estados Unidos afectará a América Latina en el corto plazo, porque producirá una desaceleración del crecimiento norteamericano que conllevará a una reducción de las importaciones y una disminución del flujo de turistas estadounidenses hacia la región.
“El impacto más inmediato lo van a recibir los países que tienen un comercio más intenso con Estados Unidos, que son México y los países de Centroamérica”, dijo Kacef. “Los países del Caribe que dependen del turismo norteamericano también sufrirán”.
Para los exportadores de materias primas de América del Sur, incluyendo los países petro-dependientes como Venezuela o Ecuador, los exportadores de minerales como Chile y Perú, y los exportadores agrícolas como Brasil y Argentina, el impacto será indirecto. Según explicó Kacef, la disminución en el crecimiento estadounidense afectara a China, el principal comprador de las exportaciones de esos países sudamericanos.
Eduardo Borensztein, especialista en Sudamérica del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con sede en Washington, me señaló que “las economías latinoamericanas crecerán a tasas más lentas, pero no será para nada catastrófico. El impacto será desigual: México y América Central serán más vulnerables que Sudamérica.”
Otros economistas temen que, tarde o temprano, los recortes presupuestarios incluyan la ayuda externa de Estados Unidos a países pequeños de Centroamérica y el Caribe.
Entre los economistas más optimistas con los que hablé está Alberto Bernal, de Bulltick Capital. Según él, ni siquiera una desaceleración norteamericana podría afectar las exportaciones sudamericanas, siempre la desaceleración no degenere en una recesión.
“Si el crecimiento de Estados Unidos se reduce del 2.5 por ciento al 1.7 por ciento anual, como se espera, tendrá un impacto mínimo sobre el crecimiento económico latinoamericano, con excepción de México”, me dijo Bernal. “Pero si Estados Unidos entra en recesión, eso sería otra historia.”
Antes del acuerdo de la deuda norteamericana de esta semana, la mayoría de los economistas habían proyectado un crecimiento económico promedio de 4.5 por ciento para América Latina este año, incluyendo un crecimiento del 7 por ciento en Argentina y Uruguay, un 6.7 por ciento en Chile y Perú, un 6 por ciento en Colombia, un 4.5 or ciento en Brasil y México, y un 1 por ciento para Venezuela.
Al momento de escribir esta columna, el miércoles por la tarde, las instituciones financieras internacionales no habían corregido sus proyecciones de crecimiento para la región.
Mi opinión: Soy razonablemente optimista con las perspectivas de Estados Unidos a mediano plazo. A diferencia de Europa, en Estados Unidos existe un cierto consenso social de que hay que ajustarse el cinturón. Mientras en Europa la gente sale a la calle para protestar contra los ajustes, en Estados Unidos los que más gritan son quienes quieren recortes aún mayores.
Y a diferencia de lo que ocurre en China, existe una relativa transparencia que permitirá que el dólar siga siendo la moneda mundial de último recurso para un futuro previsible. Además, espero que los economistas tengan razón al afirmar que existen un 70 por ciento de probabilidades de que Estados Unidos sufrirá una desaceleración, y no una recesión.
Pero en el corto plazo, me temo que el acuerdo al que llegó Estados Unidos, sumado al caos financiero de Europa, cortará las alas de la recuperación económica norteamericana. Por la insistencia de los fundamentalistas del “tea party”, el acuerdo alcanzado contempla demasiados recortes demasiado pronto, en lugar de repartir el costo del ajuste a lo largo del tiempo.
A menos que Obama gane el próximo round y la comisión parlamentaria apruebe mayores impuestos a los más ricos para mantener a flote la recuperación, la economía de Estados Unidos sufrirá las consecuencias, y las de América Latina también.
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