Los gobiernos en apariencia más comprometidos con la lucha contra la pobreza por declamar su filiación progresista son los que peores resultados han obtenido en ese capítulo en América latina, incluso con un contexto económico favorable. Por qué Chile, Brasil, México, Colombia y Perú han alcanzado mejores promedios en la reducción de la pobreza que Venezuela, Ecuador y Bolivia, cuyos gobiernos, de tendencia izquierdista, afirman que buscan antes que nada la equidad social. El ranking surge del Indice Ethos de Pobreza, elaborado cada año en México.
Ese índice se obtiene del promedio simple entre el componente de pobreza del hogar y el del entorno. Existen diversos métodos para medir la pobreza en el mundo. La Fundación Ethos, centro de investigación independiente, ha instrumentado el suyo con herramientas acaso más simples y más certeras. En sus mediciones incluye sólo a ocho países de América latina, considerados casos testigos. No está en su lista la Argentina, cuyo índice de pobreza, según el nada confiable Indec, sería del 9,9 por ciento, por lo que afectaría a más de cuatro millones de personas. Según mediciones privadas, la pobreza triplicaría las cifras oficiales: un informe de la Universidad Católica da un índice de pobreza del 25%.
El Indice Ethos apunta a la promoción de un modelo de gobierno responsable que, como señaló en 1999 Amartya Sen, premio Nobel de Economía, está en manos de los regímenes democráticos porque, "al pasar por un proceso electoral y hacer frente a las críticas de la opinión pública, tienen más incentivos para tomar medidas que eleven el nivel de vida de la población".
Según el Indice Ethos, esto se mide con una combinación entre la pobreza del hogar (ingreso, educación, agua potable, servicios sanitarios, estado de la vivienda y electricidad, entre otros factores) y la del entorno (salud pública, instituciones, economía, democracia y seguridad jurídica, por citar algunos). Chile es el menos pobre de los ocho países relevados. Le siguen Brasil y México. Venezuela, cuyo gobierno ha sido el mismo desde 1999 y ha recibido cuantiosos ingresos por el aumento del precio del petróleo, es el caso más inexplicable: no ha sido capaz de resolver el problema. Lo mismo puede afirmarse de los dos últimos del ranking, Ecuador y Bolivia, también regidos por presidentes de pretendida filiación progresista. La baja calificación en esta materia es proporcional a la menor esperanza de vida de la gente, la falta de respeto a las libertades civiles y los derechos políticos, y una deficiente cultura democrática. En los países con calificaciones altas y pobreza en baja, se impone la fortaleza de las instituciones, el aliento a la inversión privada y la reducción de las tasas de violencia.
Está claro que entre ambos extremos de la lista de países analizados por el Indice Ethos no debería dudar la Argentina en parecerse más a los primeros (Chile y Brasil) que a los últimos (Venezuela, Ecuador y Bolivia). Para ello debería empezar el Gobierno por sincerar sus estadísticas y -si realmente está dispuesto a entablar una lucha frontal contra la pobreza en lugar de favorecer el clientelismo, alimentar el populismo y fomentar la corrupción- apuntalar sus instituciones.
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